José Luis Avendaño C.
El hombre es nómada, por naturaleza. Primero, en su búsqueda de su
alimento, ya sea mediante la recolección y la caza; después, en busca de una
morada o vivienda: en fin, para hallar lo que pensaban eran mejores condiciones
de vida. El mejor y más cercano ejemplo lo tenemos entre aquí, entre los
mexicanos, cuando los aztecas, después de un largo peregrinar, se asentaron, en
1325, en lo que hoy es la ciudad de México, y que por efectos del centralismo,
le dio su nombre a todo un país. Un espacio que ha recibido, a través del
tiempo, oleadas de migrantes, refugiados o exiliados, sea de otros lugares del
país o del mundo.
Por eso, no resulta extraño que durante el foro: “La CDMX en el mundo:
las relaciones internacionales en la nueva Constitución”, que organizó el
Senado de la República, el tema predominante haya sido el de la migración. El
evento transcurrió sin un funcionario del Instituto Nacional de Migración
(INM), no obstante que el tema es parte medular de las relaciones entre los
países, y que hoy, frente al conflicto en Siria ha cobrado proporciones de una crisis humanitaria.
Por su condición, los migrantes son, entre otros muchos grupos, altamente vulnerables, con derechos mínimos, y no se diga políticos, en que estén representados y
que puedan decidir sobre asuntos que les son de su interés. No sorprendió que
en el evento, que contó con algunos redactores de la iniciativa que va
presentar el jefe del Gobierno de la Ciudad de México (antes Distrito Federal)
Miguel Ángel Mancera, al Constituyente para su discusión, hubiera voces a favor
de incorporar derechos políticos de
los migrantes, en especial de los que ya son residentes. En la redacción de la
nueva Constitución de Chile, post Pinochet, se ha convocado a
ciudadanos radicados allí o en el extranjero o a extranjeros residentes desde
los 14 años de edad.
El de la migración es un fenómeno que se ha convertido en la
piedra en el zapato de las relaciones con Estados Unidos,
prácticamente desde 1848, cuando se consumó el cercenamiento o despojo de
más de la mitad del territorio nacional, después de la ocupación de las tropas
norteamericanas de la Ciudad de México un año antes, con la ignominia de ver
ondear la bandera de las barras y las estrellas en la Plaza de la Constitución
(que debe su nombre a la liberal Constitución de Cádiz de 1812).
Desde entonces, no ha dejado de existir un flujo constante en
pos del sueño americano, desafiando las barreras naturales (ríos y
desiertos) o humanas, incluidas bardas y la inefable Migra. Existen
poblaciones y regiones del país (en Zacatecas, Oaxaca y Michoacán, por
ejemplo), expulsoras de mano de obra, por razones económicas y
también políticas (se incluye a los migrantes centroamericanos), que cada vez
son más calificados hasta constituir una fuga de
cerebros, muchos de ellos indocumentados y perseguidos. Toda
una cultura (literatura, películas, corridos) han tenido como
protagonistas a los wetbacks o espaldas mojadas,
hoy con dos variantes: familias divididas, con padres que son
encarcelados o deportados, y un número creciente de niños y jóvenes que viajan
solos; víctimas, todos, de bandas del crimen organizado o mafias,
muchas veces coludidas con las autoridades migratorias de aquí
y de allá.
Nos quejamos siempre del (mal)trato que se les da a nuestro paisanos en
el norte, sin ver lo que les hacemos a los que vienen en tránsito desde
Centroamérica; unos casos por las bandas del crimen organizado,
y otros por agentes del Instituto Nacional de Migración, al ser víctimas de
extorsión y explotación, cuando menos. En su viaje a Estados Unidos, México es el
mismo infierno. Son ya legendarias lo que viven sobre La bestia,
el ferrocarril que lleva hacia el norte, y no menos legendarias el papel de Las
patronas, mujeres que preparan y distribuyen comida al paso de La
bestia, invisibles para las autoridades mexicanas, pero
que han sido nominadas para el Nobel de la Paz.
Curiosamente, mientras el flujo de bienes y capitales se incluyó en el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1994), se dejó fuera el asunto
de la migración o flujo de personas o de fuerza de trabajo. Lo malo es que con
la Iniciativa Mérida, bajo la cual se suscribió el Acuerdo para la Seguridad y
Prosperidad para América del Norte (ASPAN), una especie de TLCAN reforzado,
se endureció la lucha contra la migración indocumentada. En la
práctica, la frontera sur de Estados Unidos se recorrió a la frontera sur de
México, que se ha convertido en un campo minado.
Lo peor –escalando de lo malo a lo peor— es la retórica
antimigrante, con visos de racismo, del virtual candidato del
Partido Republicano, Donald Trump, quien, de ganar, prosiguiendo la oleada
neoconservadora, por no decir reaccionaria que experimenta la
política global. En una entrevista que se reproduce en la página digital de
Open Culture (30 de mayo), Noam Chomsky compara el ascenso de Trump con la de
la Alemania nazi de la década de los 30 del siglo XX. Y es que el
multimillonario ha apelado al nacionalismo
estadunidense, exacerbado con la crisis económica y un enfriamiento de las relaciones que tiene Estados Unidos con países
como Rusia y China.
Se halla presente el síndrome del
9/11, es decir, el fantasma del
11 de septiembre de 2011, cuando el ataque a las Torres Gemelas, por lo que
cada migrante, particularmente los de piel oscura, son un potencial enemigo. Al menos, así lo ven muchos trabajadores
desempleados, desplazados por migrantes que laboran por menos salario, y las
empresas que cierran para ubicarse en México, como es el caso de la industria
automotriz, emblemática dentro del
proceso de internacionalización del capital y el mercado global.
El primer ejemplo de globalización,
lo fue el concepto de auto mundial,
para referirse al hecho de que sus partes estaban hechos con materiales de
varios países, ensamblados (siempre buscando reducir sus costos de producción) en otros y vendidos en todas
partes, principalmente en EU, enfrentados a sus competidores de Japón y Europa.
El sociólogo brasileño Darcy Ribeiro acuñó el concepto de república Volkswagen, para aquellos países maquiladores, que sólo
ensamblan las partes del automóvil. Es el caso de Brasil, pero también de
México, donde el componente nacional, sea en insumos o autopartes, es mínimo.
Él mismo elaboró una frase que retomó Eduardo Galeano en su libro Las venas abiertas de América Latina (Siglo
XXI editores. México. 1971): en lo esencial, no existe diferencia alguna, en términos de explotación del
trabajo, entre una república bananera y
una república Volkswagen.
Y ya que estoy hablando de migración, no resisto la tentación de
transcribir dos párrafos de Galeano, que viene en su libro Patas arriba, la escuela del mundo al revés, en el apartado Empleo y desempleo en el
tiempo del miedo:
“En los Estados Unidos hay mucha menos desocupación que en Europa, pero
los nuevos empleos son precarios, mal pagados y sin protección social. ‘Lo veo
entre mis alumnos’, dice Noam Chomsky. ‘Ellos temen que, si no se comportan
como es debido, nunca trabajo, y eso tiene un efecto disciplinario’. Sólo uno
de cada diez trabajadores tiene el privilegio de un empleo permanente, y a
tiempo completo, en las quinientas empresas norteamericanas de mayor magnitud.
De cada diez nuevos empleos que se ofrecen en Gran Bretaña, nueve son
precarios; en Francia, ocho de cada diez. La historia está pegando un salto de
dos siglos, pero hacia atrás: la mayoría de los trabajadores no tiene, en el
mundo actual, estabilidad laboral ni derecho a la indemnización por despido; la
inseguridad laboral derrumba los salarios. Seis de cada diez norteamericanos
están recibiendo salarios inferiores a los salarios de hace un cuarto de siglo,
aunque en estos veinticinco años la economía de los Estados Unidos ha crecido
un cuarenta por ciento.
“A pesar de esto, miles y miles de braceros mexicanos, los espaldas
mojadas, siguen atravesando el río de la frontera y siguen arriesgando la
vida en busca de otra vida. En un par de décadas se ha duplicado la brecha
entre los salarios de los Estados Unidos y los de México. La diferencia era de
cuatro veces; ahora, de ocho. Como bien saben los capitales que emigran al sur
en busca de brazos baratos, y como bien saben los brazos baratos que intentan
emigrar al norte, el trabajo es, en México, la única mercancía que cada mes
baja de precio. En estos últimos veinte años, buena parte de la clase media ha
caído en la pobreza, los pobres han caído en la miseria y los miserables se han
caído de los cuadros estadísticos. La estabilidad de los que tienen trabajo está
garantizada por la ley, pero en los hechos depende de la Virgen de Guadalupe.”
Hay un cerco de incertidumbre en
torno al futuro de la economía y del trabajo, y en conciencia sobre la
migración. Levantar un muro para impedir el paso a los migrantes (el capital se
mueve por ámbitos) será una acción
costosa e inútil. Así como somos campeones en topografía y en cavar túneles,
también, aunque las aguas estén infestadas de cocodrilos, seremos campeones en
salto de garrocha.
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