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jueves, 5 de mayo de 2011

El gobierno secreto que dirige a Estados Unidos; explicacion de su militarizacion, Al Qaeda, papel de los medios,

Entrevista de la Red Voltaire de Francia al profesor Peter Dale Scott
En un libro que por fin se publica en francés, el  profesor Peter  Dale Scott recorre la historia del «Estado profundo» en Estados Unidos, o sea  la estructura secreta que dirige la política exterior y la política de defensa  de ese país más allá de las apariencias democráticas. Este estudio ofrece la  ocasión de poner bajo los reflectores al grupo que organizó los atentados del  11 de septiembre y que se financia a través del tráfico mundial de droga. Se trata de un libro de referencia cuya lectura aconsejan ya las academias militares y diplomáticas.

Red  Voltaire: Profesor Scott, sabiendo que su trabajo no dispone aún de la notoriedad  que debería tener el mundo francófono, ¿pudiera usted comenzar  proporcionándonos una definición de qué es la «la Política profunda» (Deep  Politics) y explicándonos la diferencia entre lo que usted llama el «Estado  profundo» y el «Estado público»?
     
Peter  Dale Scott: La expresión «Estado profundo»  viene de Turquía. Hubo que inventarla en 1996, después del accidente de un auto Mercedes que  rodaba a toda velocidad y cuyos pasajeros eran un miembro del parlamento, una  reina de belleza, un importante capitán de la policía local y el principal  traficante de droga de Turquía, quien dirigía además una organización  paramilitar –los Lobos  Grises – que asesinaba gente. Se hizo entonces evidente que  existía en Turquía una relación secreta entre la policía –que oficialmente  estaba buscando al hombre que se encontraba en aquel auto con un  jefe de la policía– y los individuos que cometían crímenes en nombre del  Estado.

El Estado para el que se cometen  crímenes no es un Estado que puede mostrar su propia mano al público. Es un  Estado escondido, una estructura secreta.

En Turquía le llamaron el «Estado profundo» [1], y yo mismo venía hablando desde hace tiempo de  «Política profunda», así que utilicé esa expresión en mi libro La Route vers le  Nouveau Désordre Mondial [En español, El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial. NdT.].
Yo definí la política profunda  como el conjunto de prácticas y de disposiciones políticas, intencionales o no,  habitualmente criticadas o no mencionadas en el discurso público, además de no  reconocidas. O sea que la expresión «Estado profundo» –concebida en Turquía– no  es cosa mía. Se refiere a un gobierno  paralelo secreto organizado por los aparatos militares y de inteligencia,  financiado por la droga, que se implica en acciones de violencia de carácter  ilícito para proteger el estatus y los intereses del ejército de las amenazas  que representan los intelectuales, los religiosos y en ocasiones el gobierno constitucional.    
En en libro La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, adapto un poco esa  expresión para referirme a la más amplia conexión que hay, en Estados  Unidos, entre el Estado público constitucionalmente establecido, por un lado, y  las fuerzas profundas que se mueven en segundo plano de ese Estado: las fuerzas  de la riqueza, del poder y de la violencia que están fuera del gobierno.

Esa conexión podríamos llamarla la «puerta trasera» del Estado público,  [puerta] que sirve de acceso a fuerzas oscuras situadas fuera del marco legal.
La analogía con Turquía no es  perfecta ya que lo que hoy hemos podido observar en Estados Unidos no  es tanto una estructura paralela sino más bien una amplia zona o ambiente de  contactos entre el Estado público y fuerzas oscuras invisibles . Pero esa conexión es considerable, y se necesita una  apelación como «Estado profundo» para describirla.
     
Red  Voltaire: Usted escribió su libro La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, en  momentos en que el régimen de Bush se hallaba en el poder y después lo  reactualizó con vistas a la traducción al francés. ¿Piensa usted que el Estado  profundo se ha debilitado, lo cual favorecería al Estado público, como  resultado de la elección de Barack Obama? ¿O, por el contrario, se ha reforzado  con la crisis y con la actual administración?

Peter  Dale Scott: Después de 2 años  de presidencia de Obama, tengo que llegar tristemente a la conclusión de que la  influencia del Estado profundo, o más exactamente de lo que yo llamo en mi  último libro «La Máquina de Guerra estadounidense» (American  War Machine ), ha seguido extendiéndose, como lo ha hecho bajo cada  presidente de Estados Unidos desde la época de Kennedy.
Un importante síntoma de ello es  la manera en que Obama, a pesar de su retórica de campaña, ha seguido ampliando  el campo de aplicación del secreto dentro del gobierno de Estados Unidos y como  ha seguido castigando a quienes lanzan llamados de alerta: su campaña contra Wikileaks  y contra Julian Assange, quien ni siquiera ha sido  inculpado aún por el menor crimen, no tiene precedentes en la historia de  Estados Unidos.
 Sospecho que el miedo a la publicidad que se percibe en  Washington viene de que existe la conciencia de que las políticas de guerra de  Estados Unidos están cada vez más desvinculadas de la realidad.

En Afganistán, Obama  parece haber capitulado ante los esfuerzos del general  Petraeus y de otros generales que querían garantizar que las tropas  estadounidenses no comenzaran a retirarse de las zonas de combates en 2011,  como había adelantado Obama cuando autorizó un aumento del número de soldados  en 2009. El último libro de Bob Woodward, que se titula Obama’s Wars (Las guerras de Obama), reporta que durante aquel  largo combate que se produjo dentro de la administración para determinar si  había que decidir una escalada militar en Afganistán, Leon Panetta, el director de la CIA, le aconsejó a Obama que «ningún presidente democrático puede ir en  contra de los consejos del ejércitoAsí que hágalo. Haga lo que ellos le  dicen.» Obama dijo recientemente a soldados estadounidenses en Afganistán:  «Ustedes cumplen sus objetivos, ustedes tendrán éxito en su misión». Este eco  de testimonios anteriores –tontamente optimistas– de Petraeus muestra por qué no se hizo en la Casa Blanca una evaluación realista del desarrollo de la  guerra en diciembre de 2010, a pesar del mandato recibido al comienzo.
Al igual que Lyndon Johnson antes que él, el presidente está atrapado ahora en un  cenagal que no se atreve a perder, y que amenaza con extenderse a Pakistán así  como a Yemen, si no más lejos aún. Yo sospecho que las fuerzas profundas que dominan los dos partidos políticos son ahora tan poderosas, tan coincidentes, y  por sobre todo están tan interesadas en las ganancias que la guerra genera, que  un presidente está más lejos que nunca de oponerse a ese poder, ni siquiera  ahora cuando se hace cada vez más evidente que la era de dominación mundial de  Estados Unidos, al igual que sucedió en su tiempo con la de Gran Bretaña, está  a punto de terminar.
En ese contexto, Obama –sin debate  ni revisión– ha prolongado el estado de urgencia interna proclamado después del 11  de septiembre (11S), con las drásticas limitaciones de los derechos civiles  que ello implica. Por ejemplo, en septiembre de 2010 el FBI tomó por asalto las oficinas de pacíficos defensores de los derechos humanos en Minneapolis y en  Chicago basándose en una decisión reciente de la Suprema Corte, según la cual la  libertad de expresión y el activismo no violentos reconocidos en la Primera  Enmienda se convierten en crímenes si están «coordinados con» o «bajo la  dirección» de un grupo extranjero designado «terrorista». Es importante  señalar que en 9 años el Congreso no se ha reunido ni una sola vez para  discutir el estado de urgencia decretado por George W. Bush  después del 11S, estado de urgencia que por  lo tanto permanece en vigor hoy en día.
En 2009, el ex congresista Dan  Hamburg y yo exhortmos de manera pública al presidente Obama para que  pusiera fin al estado de urgencia y llamamos al Congreso a que realizara las  audiencias que su responsabilidad requiere. Pero el 10 de septiembre de 2009, Obama,sin la menor discusión, prolongó de nuevo el estado de urgencia del 11S y lo hizo otra vez al año siguiente. Mientras tanto, el Congreso  ha seguido ignorando las obligaciones que le impone su propio estatuto.

Un congresista explicó a uno de  sus electores que lo previsto en la National Emergencies Act se ha hecho  inoperante por causa de la COG (Continuity of Government) [En español,  Continuidad del Gobierno. NdT.], un programa ultrasecreto destinado a organizar  la dirección del Estado en caso de situación de urgencia nacional. El programa  de la COG fue parcialmente aplicado el 11 de septiembre por Dick Cheney, uno de los principales arquitectos de ese programa  desarrollado dentro de un comité que opera fuera del gobierno regular desde  1981 [Ver a continuación más detalles sobre la COG. NdT de inglés]. De ser  cierto que las disposiciones de la National Emergencies Act se han hecho inoperantes por causa de la COG, ello indicaría que el sistema constitucional  de contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos, y que los decretos secretos  predominan ahora sobre la legislación pública.

Red  Voltaire: En ese contexto, ¿por qué el Congreso de Estados Unidos no desempeña su  papel en la limitación de los poderes secretos que se instauró después del  Watergate? ¿Qué consecuencias tuvieron entonces la expulsión de Nixon y el  fortalecimiento de la supervisión del Congreso sobre las operaciones secretas  de los servicios de inteligencia estadounidenses?

Peter  Dale Scott: La estrategia de Nixon para Vietnam consistió en tratar de obtener el apoyo del bando opuesto llegando a  acuerdos estratégicos tanto con la Unión Soviética como con China. Esto  encontró una violenta oposición tanto de parte de los «halcones» como de parte  de las «palomas» en el seno de una nación profundamente dividida, y yo creo que  los «halcones» provenientes tanto de la CIA como del Pentágono fueron  partícipes de la crisis fabricada del Watergate, que dio lugar a la dimisión  forzosa de Nixon.
Después del Watergate, las  «palomas» del Congreso –al que se aplicó por entonces el sobrenombre de  «McGovernite»– de 1974 implantaron cierto número de reformas en nombre de  políticas más abiertas y públicas, aboliendo un estado de urgencia que se había  mantenido desde la época de la guerra de Corea y estableciendo las restricciones jurídicas y legislativas sobre la CIA y sobre otros aspectos del  gobierno secreto. Esas reformas tuvieron como respuesta una movilización  concertada tendiente a revertirlas y a restablecer el statu quo anterior.

Ese debate político implicaba la  existencia, en el seno de la dirección del país, de un desacuerdo entre los  llamados «negociantes» y los «prusianos» y la cuestión era saber si, después del fiasco  de Vietnam, Estados Unidos debía esforzarse por volver a su anterior  papel de nación eminentemente comerciante o si debía responder a la derrota  de Vietnam con un aumento suplementario de sus fuerzas armadas.

Esa lucha burocrática e  ideológica fue a la vez una lucha por el control del Partido Republicano.  Aquello terminó provocando la caída de Nixon y el gradual redireccionamiento  –durante la presidencia de Ford– de la política exterior de Estados Unidos de coexistencia  pacífica con la Unión Soviética hacia planes tendentes a debilitar y  posteriormente a destruir –bajo la administración Reagan– lo que este último  llamó «el Imperio del Mal». Fue así como, en octubre de 1975, la implicación  muy probable de Dick Cheney y de Donald Rumsfeld  en la revolución palaciega que los historiadores designan  con el nombre de «Matanza de Halloween» significó la derrota del republicanismo moderado de Nelson Rockefeller. Aquello significó la reorganización del equipo de Ford, preparando así el fin de la distensión.

Dick Cheney y Donald Rumsfeld, que  por entonces dirigían el equipo de la Casa Blanca del presidente Gerald Ford, y  controlaban el Departamento de Defensa, desempeñaron un papel decisivo en el  triunfo final de los prusianos, al alejar a Henry Kissinger y nombrar como  director de la CIA a George H. W. Bush, quien elaboró desde allí un nuevo estimado, más  alarmista, de la amenaza soviética, dando así lugar a la correspondiente  explosión de los presupuestos de defensa y al sabotaje de la política de  distensión.

Desde entonces, hemos podido observar en la economía estadounidense  una influencia cada vez más importante de lo que Dwight D. Eisenhower había llamado, en el histórico discurso de fin de mandato que pronunció  el 17 de enero de 1961, el «complejo militaro-industrial».
Hoy en día nos encontramos  sometidos a un nuevo estado de urgencia ampliado, y la supervisión del Congreso  sobre las operaciones secretas del Estado profundo de Estados Unidos se ha  hecho casi inexistente. Por ejemplo, la supervisión con mandato jurídico del Congreso sobre las operaciones secretas de la CIA se ha evitado con éxito  gracias a la creación, en 1981, del Joint Special Operations Command (JSOC) en  el Pentágono, al igual que la supervisión sobre las operaciones que dirigió el  general Stanley  McChrystal  antes de su nombramiento como comandante de las tropas de  la OTAN  en Afganistán.
     
Red  Voltaire: En su anterior respuesta usted mencionó brevemente el importante papel  de George Bush padre en el sabotaje de la política de distensión que había  implementado Kissinger. Fue sin embargo muy breve el periodo de Bush a la  cabeza de la CIA. ¿El reemplazo de George H. W. Bush por el almirante Stanfield  Turner, más moderado, a la cabeza de esa agencia incrementó el control de las  operaciones secretas de los diferentes elementos del Estado profundo de Estados  Unidos?
     
Peter  Dale Scott: No, en lo absoluto. Sucedió lo  contrario ya que ciertos actores claves de lo que acabo de explicar, ya  excluidos de la CIA como consecuencia de la nominación del almirante Turner, se  buscaron una nueva «casa» trabajando para el llamado Safari Club. El Safari  Club era una organización secreta fuera de todo control que reunía a los  directores de los servicios de inteligencia de numerosos países –como Francia,  Egipto, Arabia Saudita e Irán. Estimulada por el entonces  director del espionaje francés, el difunto Alexandre de Marenches, esa  organización tenía como objetivo completar secretamente las acciones de la CIA  mediante la realización de otras operaciones anticomunistas en África, Asia  Central y Medio Oriente –operaciones que escapaban a todo control del Congreso  estadounidense.
En 1978, Zbigniew  Brzezinski  –que no era miembro del Safari Club– implementó una forma  de escapar al control del almirante Turner mediante la creación de una unidad  especial de la Casa Blanca con Robert Gates, el actual secretario de Defensa,  que era por aquel entonces un joven agente operacional de la CIA. Bajo la  dirección de Brzezinski, oficiales de la CIA se aliaron a la agencia de  inteligencia de Irán, la SAVAK, para enviar agentes islamistas a Afganistán, hasta que se llegó a la invasión por parte de la Unión Soviética en 1980.
La siguiente década, que se  caracterizó por la implicación secreta de la CIA en Afganistán, fue  determinante en la transformación de aquel país en un vivero de cultivo de la  amapola del opio, del tráfico de heroína y del islamismo yihadista.
Hay muy buenos libros sobre ese tema publicados hace algunos años–uno por Tim  Weiner, el otro por John Prados. Pero, como se dirigieron a oficiales de la CIA  que les mostraron sólo algunos documentos que acababan de ser desclasificados,  esos autores no hablan de la droga en sus libros.
 La conexión de los  narcóticos es tan profunda que no se menciona en los documentos de la CIA que se han  hecho públicos. Pero la cooperación de la CIA, dirigida por William Casey desde  1981, con el banco de la droga llamado Bank of Credit and Commerce  International (BCCI) estimuló la creación en Afganistán de una inmensa  narcoeconomía, cuyas consecuencias desestabilizadoras ayudan a explicar por qué  hay soldados de la OTAN, afganos y pakistaníes muriendo a diario en esos  lugares [2].

El BCCI fue un enorme banco de  lavado de fondos provenientes de la droga. Corrompía, con sus presupuestos y  sus recursos, a políticos de primer plano en el mundo entero… presidentes, primeros  ministros… Y una parte de ese dinero sucio –de eso no se habla mucho, pero es  la realidad– llegaba a políticos en Estados Unidos, a políticos de los dos partidos, y esa es una de las principales razones que explican por qué nunca  logramos que el Congreso abriera una investigación contra el BCCI. Hubo de  hecho un informe del Senado, que fue publicado, firmado por un republicano,  Hank Brown, y por un demócrata, John Kerry. Y Brown felicitó a Kerry por haber  tenido el coraje de escribir aquel informe cuando tantas personas de su partido  estaban vinculadas al BCCI.

Este banco fue un componente primordial en la creación de conexiones con gente como Gulbuddin Hekmatyar,  quizá el principal traficante de heroína del mundo entero en los años  1980. Se convirtió [Hekmatyar] en el principal beneficiario de la generosidad  de la CIA, que se completó con una suma similar de dinero procedente de Arabia  Saudita. ¡Hay algo nefasto en este tipo de situaciones!

Red  Voltaire: En 1976, Jimmy Carter  fue electo sobre la base de un programa de reducción de los gastos militares y de distensión con la Unión  Soviética, lo que en realidad no se concretó en los 4 años de su mandato.  ¿Puede usted explicarnos por qué? ¿Será que su consejero de Seguridad Nacional,  Zbigniew Brzezinski –a quien usted mencionó en su anterior respuesta– desempeñó  algún papel en esa política exterior, sensiblemente más agresiva que lo que  se esperaba?
     
Peter  Dale Scott: Los medios de difusión presentaban a Carter como un candidato populista, como un granjero sureño  cultivador de maní. Pero la realidad profunda era que Carter había sido  preparado para la presidencia por Wall Street , particularmente por la Comisión Trilateral, financiada a  su vez por David Rockefeller y dirigida por Zbigniew Brzezinski.
Brzezinski, un  polaco antisoviético, se convirtió entonces en el consejero de Seguridad  Nacional de Carter. Y desde el principio de aquel mandato [Brzezinski]  interfirió con frecuencia al secretario de Estado Cyrus Vance para mantener  una política una política exterior más antisoviética. En ese aspecto, Brzezinski actuó en contra de los objetivos planteados de la Comisión  Trilateral, de la que el presidente Carter había sido miembro.
La idea subyacente de la Comisión  Trilateral era una imagen más bien atrayente de un mundo multipolar en el que  Estados Unidos hubiesen desempeñado un papel de mediador entre el Segundo  Mundo, o sea el bloque soviético, y el Tercer Mundo, que era lo que en ese momento se designaba como los países subdesarrollados o menos desarrollados… Entre paréntesis, yo detesto esa expresión, porque viví en Tailandia y, en  ciertos aspectos, ¡ellos están mucho más desarrollados que nosotros!
En resumen, al ser electo, Carter  nombró como secretario de Estado a un verdadero trilateralista, Cyrus Vance, y  tenía como consejero de Seguridad Nacional a Zbigniew Brzezinski, quien estaba  decidido a utilizar el Estado profundo para hacerle a la Unión Soviética tanto  daño como le fuera posible. Y la mayor parte de lo que se interpretó como los  «éxitos» del régimen de Reagan  claramente se inició en la época de Brzezinski.
Fue una renuncia total de aquello  a lo que se había comprometido la Comisión Trilateral. El pobre Carter fue  electo porque había prometido cortes en el presupuesto de Defensa y, antes de  su salida [de la Casa Blanca], había metido al Departamento de Defensa en masivos aumentos presupuestarios que, una vez más, fueron asociados a Reagan  aunque en realidad habían comenzado antes.
Por consiguiente, una masiva  campaña tendiente a un aumento de los presupuestos de defensa –campaña  discretamente realizada por ricos industriales del aparato militar que actuaban  a través del Comité sobre el Peligro Presente– llevó la opinión pública  estadounidense a fortalecer el esfuerzo de Brzezinski a favor de una presencia  y de una política exterior estadounidenses más militantes, sobre todo en el  Océano Índico.

Red  Voltaire: Después de haber sido un hombre muy influyente con el presidente Gerald  Ford, Dick Cheney –junto a su mentor Donald Rumsfeld y junto al vicepresidente  George H. W. Bush– fue, a partir de la presidencia de Reagan, uno de los hombres clave del programa ultrasecreto de «Continuidad del Gobierno»  (Continuity of Government, COG). ¿Puede usted explicarnos en qué consiste ese  programa? ¿Ya se ha aplicado, aunque sea parcialmente?

Peter  Dale Scott: Desde el comienzo de la  presidencia de Reagan, en 1981, se creó un grupo secreto, fuera del gobierno  regular, para trabajar sobre la llamada Continuidad del Gobierno («Continuity  of Government» o COG) o, dicho de otra manera, en planes de la COG destinados a organizar  la gestión del Estado en caso de urgencia nacional. Ese programa era en principio una extensión de planes  preexistentes destinados a responder a un ataque nuclear que anulara la dirección de Estados Unidos. Pero, antes del fin del mandato de Reagan, su  orden ejecutiva número 12686 de 1988 modificó los términos [de dichos planes]  para que cubrieran cualquier tipo de urgencia.

La COG es otra de las cosas que se  asocian a Reagan, pero esos planes en realidad comenzaron en la época de Carter, aunque es posible que este último nunca haya estado al corriente de  ello. En efecto, Carter creó la FEMA  [la Agencia Federal de Manejo de Situaciones de Urgencia,  siglas en inglés], que históricamente siempre fue la estructura de  planeación de la COG.
Lo que resulta bastante chocante  es que aunque los planes de la COG son planes extremos, el Congreso no estaba  al corriente de ellos en los años 1980. Sólo un pequeño grupo –en el que se  encontraban Oliver North, Dick Cheney y Donald Rumsfeld– estaba encargado de  trabajar en esos planes en virtud de una orden ejecutiva altamente secreta de  Reagan emitida en 1981, como ya expliqué antes.

La cuestión de la COG se mencionó  públicamente por primera vez en 1987, durante las audiencias sobre el escándalo  Irán-Contras, cuando un miembro del Congreso nombrado Jack Brooks le preguntó a Oliver  North: «Coronel North, en el marco de su trabajo en el Consejo  de Seguridad Nacional, ¿no le asignaron a usted en un momento dado la  planificación de la continuidad del gobierno en caso de un desastre de  envergadura?»
Agregó el congresista Brooks: «Yo estaba particularmente  preocupado, señor presidente, porque leí en varios diarios de Miami y en  algunos más que había un plan elaborado, por esta misma agencia, un plan de  contingencia en caso de urgencia que suspendería la Constitución de Estados  Unidos. Eso me inquietó mucho y me pregunté si era un aspecto en el cual  había trabajado él. Yo creo que así es y quería tener esa confirmación.»
El senador Inouye, director de  aquella comisión investigadora del Congreso, le respondió con un poco de  nerviosismo: «Con todo respeto, ¿puedo pedirle que no se toque ese tema en este  momento? Si queremos abordarlo, estoy seguro que pueden hacerse arreglos para  una sesión ejecutiva.» Está claro que las preguntas del congresista Brooks eran  sobre la «Continuidad del Gobierno», y aquellos arreglos para la realización de  una sesión ejecutiva nunca tuvieron lugar.
Cheney y Rumsfeld –dos figuras  claves del programa de la COG– siguieron participando en esos planes y  ejercicios, muy onerosos, a lo largo de dos décadas sucesivas, incluso en  momentos en que, hacia fines de los años 1990, los dos eran directores de  empresas privadas que nada tenían que ver con el gobierno. Se ha dicho que el  nuevo blanco que sustituyó a la Unión Soviética fue el terrorismo, pero ciertos periodistas han mencionado que desde principios de los años 1980 había importantes planes destinados a hacer frente al tipo de manifestaciones que, según la mentalidad de Oliver North y de otros como él, habían llevado a la  derrota de Estados Unidos en Vietnam.

 Nadie duda que los planes de la  COG se hayan aplicado de manera parcial el 11S, paralelamente a  un estado de urgencia proclamado. Este último sigue aún en vigor al cabo de 9 años, a pesar de una ley posterior al Watergate que exige ya sea  una aprobación o un cese de una urgencia nacional por parte del Congreso cada 6  meses. Los planes de la COG son un secreto celosamente guardado, pero en los  años 1980 hubo informes que señalan que esos planes implicaban medidas de  vigilancia y detenciones sin mandato, así como una militarización permanente  del gobierno. En cierta medida, esos cambios claramente se aplicaron después  del 11S.

No hay manera de determinar  cuántos cambios constitucionales ocurridos desde del 11 de septiembre pueden  tener su origen en la planeación de la COG.
Sabemos, sin embargo, que nuevas medidas de aplicación de la COG fueron  instauradas nuevamente en 2007, cuando el presidente Bush emitió la National  Security Presidential Directive 51 (Directiva Presidencial de Seguridad  Nacionale, o NSPD-51/HSPD-20). Esa directiva estipulaba lo que la FEMA  posteriormente llamó «una nueva visión para garantizar la continuidad de  nuestro gobierno», y fue seguida más tarde por un nuevo National  Continuity Policy Implementation Plan (Plan de Implementación de la Política de  Continuidad Nacionale).

La NSPD-51 invalidó también la PDD  67, que era la directiva de la COG del decenio anterior elaborada por Richard  Clarke, quien en ese entonces era el «zar» del contraterrorismo en Estados  Unidos desde la época de Clinton. En fin, la NSPD-51 hizo referencia a nuevos «anexos clasificados sobre la continuidad», señalando que deben «ser protegidos  contra toda divulgación no autorizada».
Bajo la presión de algunos de sus electores que se habían movilizado a favor de  la apertura de una verdadera investigación sobre el 11S, el  congresista Peter DeFazio, miembro de la Comisión sobre la Seguridad Interior,  presentó dos pedidos para consultar esos anexos.
Su primer pedido fue rechazado.  DeFazio presentó entonces un segundo pedido, mediante una carta firmada por el  presidente de su Comisión. El pedido fue rechazado de nuevo. Una vez más, como  ya dije en mi respuesta a la segunda pregunta de esta entrevista, esto parece  indicar que el sistema constitucional de contrapoderes ya no se aplica en  Estados Unidos y que los decretos secretos están ahora por encima de la legislación vigente.
     
Red  Voltaire: En La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, usted afirma que la  Comisión Nacional Investigadora sobre el 11S –cuyos miembros  fueron nombrados por el gabinete de George W. Bush y cuyo Informe Final fue  redactado por el equipo del director ejecutivo Philip Zelikov– incurrió en  repetidos engaños sobre el tema del 11 de septiembre, sobre todo en lo tocante  a las actividades de Dick Cheney en aquella mañana. ¿Puede usted explicar a nuestros lectores ese aspecto en particular?

Peter  Dale Scott: Inicialmente, George W. Bush se  resistió a toda investigación sobre el 11S, hasta que el Congreso  impuso una Comisión Investigadora, en respuesta a una eficaz campaña de las familias de las victimas [3]
 Thomas Kean y Lee Hamilton, los dos directores de la  Comisión, prometieron públicamente guiarse por las preguntas sin respuestas de  las familias de las víctimas, como por ejemplo: saber quiénes eran realmente  los presuntos secuestradores de los aviones y cómo fue que se derrumbaron 3 edificios del World Trade Center, cuando uno de ellos ni siquiera recibió el impacto de un avión.

Esas preguntas, al  igual que otras muchas interrogantes, ni siquiera llegaron a mencionarse.  Asimismo, la Comisión recogió gran cantidad de testimonios contradictorios y,  en muchas ocasiones, reescribió ciertos relatos. Bajo la estrecha supervisión  de Philip  Zelikow, el director de aquella Comisión  quien por mucho tiempo había sido  empleado del gobierno en cuestiones de seguridad nacional, el Informe de la  Comisión sobre el 11 de Septiembre ignoró ciertas contradicciones y corrigió  otras de una forma que fue cuestionada por numerosos críticos.
El Informe atribuyó la ausencia de  respuestas [de la defensa estadounidense] de aquel día a un caos y a una  ruptura sistémica, ignorando así otros testimonios de Cheney, según los cuales  él desempeñó aquel día un papel preponderante. La Comisión ignoró igualmente  importantes contradicciones y dudas sobre el testimonio que había prestado  Cheney. Un tema crucial que la Comisión no investigó de manera explícita fue la  aplicación de los planes de la COG [durante los hechos] el 11S  (p.555, nota 9).

Tampoco mencionó la comisión de  estudios sobre el terrorismo de Cheney –reunida por decreto de Bush en mayo de  2001– que fue citada como fuente de origen de una orden del Comité de Jefes del  Estado Mayor Conjunto [el JCS, según sus siglas en inglés] que databa del 1 de  junio de 2001. Aquella orden modificó [u obstaculizó, haciéndolas inoperantes]  las condiciones de intercepción de los aviones secuestrados por parte de la  fuerza aérea.
Para lograr su recuento  restringido sobre la responsabilidad de Cheney [en lo sucedido] aquel día, la  Comisión también restó importancia –y de manera flagrante– a varios recuentos  de testigos oculares [que estaban] en completo desacuerdo con la cronología de  la propia Comisión, particularmente los del director del contraterrorismo Richard Clarke y del secretario de Transportes Norman Norman Mineta.
     
Red  Voltaire: Gran parte de La Route vers le Nouveau Désordre Mondial –un libro  verdaderamente muy rico debido a la cantidad e importancia de los temas que  aborda– trata sobre la geopolítica del petróleo, de la droga y del armamento y  la manera como el Estado profundo estadounidense la maneja en Asia Central y en  el Medio Oriente desde la época del presidente Carter. Sabiendo que la «guerra contra el  terrorismo» perdura y se  extiende hoy en más de 60 países –principalmente a través de operaciones  secretas–, ¿cuáles son en su opinión los verdaderos orígenes y objetivos de  esta?

Peter  Dale Scott: Al principio de la «guerra contra  el terrorismo» estaba muy claro que los consejeros estratégicos de los dos  partidos, al igual que los grupos de reflexión (think tanks, en español tanques  pensantes, son centros o institutos de propaganda y/o difusión de ideas  políticas ) como el Council on Foreign Relations, estaban preocupados por la  necesidad que según ellos tenía Estados Unidos de preservar su dominio  histórico sobre los mercados petroleros mundiales. Produjeron documentos que  apoyaban la idea de un incremento de la fuerza militar de Estados Unidos en la  región del Golfo Pérsico, así como la idea de adoptar planes militares  destinados, en particular, a ocuparse de Sadam Husein.


Hoy en día, la «guerra contra el  terrorismo» ha seguido extendiéndose, y nos dicen que los militantes salafistas  se han desplazado –como era de esperar– hacia nuevas regiones del mundo, sobre  todo hacia Somalia y Yemen, para preparar sus represalias. La «guerra contra el  terrorismo» se ha convertido por lo tanto en un ensayo para la actual doctrina  estratégica de Estados Unidos tendiente a implantar un «dominio total»  [«Full-spectrum dominance»], como fue definida en el importante informe del  Pentágono titulado Joint Vision 2020, llamando entonces a garantizar «la  capacidad de las fuerzas estadounidenses, operando solas o con el apoyo de los  aliados, para derrotar a cualquier enemigo y controlar cualquier situación  mediante la gama de operaciones militares [disponibles]».
Desde la Segunda Guerra Mundial cada  una de esas escaladas ha sido conducida por un lobby de la Defensa financiado  originalmente por el complejo militaro-industrial y actualmente por media  docena de fundaciones de derecha que disponen de fondos ilimitados. Con el  tiempo, su personal ha ido emigrando de grupo en grupo –el American Security  Council, el Comité sobre el Peligro Presente, el Proyecto para el Nuevo Siglo  Americano y, actualmente, el Center for Security Policy (CSP) [4 ].
 Pero sus objetivos han ido ampliándose con el paso de  los años yendo así de maximizar la presencia estadounidense hasta restringir  las libertades individuales para impedir la reaparición de cualquier tipo de  movimiento antiguerra en Estados Unidos. Yo abordo la expansión de esta facción  del sector de la defensa en mi más reciente libro, American War Machine.
Esa agenda incluye cada vez más el  maccarthysmo, por no decir el fascismo. Cierto número de grupos están  alimentando una histeria islamófoba que recuerda la histeria anticomunista de  los años 1950, llamando a una guerra aparentemente sin fin contra el Islam. Por  ejemplo, el CSP [Centro para la Política de Seguridad, siglas en inglés. Ndt.]  publicó recientemente un documento titulado Shariah,  The Threat to America [5 ], en el que proclama que la sharia es «la amenaza  totalitaria de nuestra época», con advertencias alarmistas sobre una «yihad  infiltrada» y una «yihad demográfica».

Red  Voltaire: Esa «guerra contra el terrorismo», cuyos verdaderos fundamentos y  objetivos están lejos de ser expuestos por los gobiernos de los  países miembros de la OTAN, comenzó en Afganistán, en 2001. En ese Estado,  poderosos señores de la guerra aliados a Estados Unidos en los años 1980 –en la  época en que los muyahidines combatían a las tropas soviéticas– son actualmente  destacados actores del conflicto en «AfPak», la entidad geopolítica que abarca  Afganistán y Pakistán. Tomemos como ejemplo simbólico el caso de Gulbuddin  Hekmatyar.
La opinión pública de diferentes países de la OTAN no parece  darse realmente cuenta de quién es este señor Hekmatyar. ¿Puede usted  proporcionarnos información sobre él? En su opinión, ¿cómo simboliza [Hekmatyar]  el peligro que representa una política exterior estadounidense que, por falta  de control legislativo y de visibilidad pública, ha provocado la explosión del  tráfico de droga a nivel global?
     
Peter  Dale Scott: Al disponer de pocos agentes  leales en Afganistán, Estados Unidos decidió realizar su Operación Ciclón a  través de los que estaban a la disposición de la Inter-Services Intelligence  (ISI, los servicios secretos pakistaníes). Pakistán, temiendo a su vez a los  reclamos de los verdaderos nacionalistas afganos que reivindican sus propios  territorios fronterizos, dirigió el volumen de la ayuda llegada de  Estados Unidos y Arabia Saudita hacia dos extremistas cuya base de apoyo en Afganistán era muy restringida: Abdul Rasul Sayyaf y Gulbuddin Hekmatyar.

Este último, miembro de la etnia pashtún y de la tribu Gilzai, originario de  norte no pashtún, fue entrenado inicialmente para la resistencia violenta bajo la dirección  de los pakistaníes .
 
Fue al parecer el único líder afgano que reconoció  explícitamente la línea Durand que define la frontera entre Afganistán y  Pakistán. Para compensar el apoyo que no tenían entre la población local,  Sayyaf y Hekmatyar cultivaron y exportaron opiáceos de forma masiva en los años 1980, también con apoyo del ISI.
Fue por esa misma razón que los  dos colaboraron con los muyahidines extranjeros –o sea, con los iniciadores de  lo que hoy se ha dado en llamar al-Qaeda– que por entonces afluían hacia Afganistán,  y Hekmatyar en particular parece haber desarrollado una estrecha relación con  Osama ben Laden. La afluencia de fundamentalistas wahabitas y deobanditas trajo como consecuencia el debilitamiento de la versión tradicional  sufista del Islam local.

Durante la campaña antisoviética,  las fuerzas de Hekmatyar mataron cierta cantidad de personas que apoyaban a  Ahmed Shah Masud, la principal amenaza para los planes de Hekmatyar –planes que  contaban además con el apoyo del ISI– que consistían en dominar el Afganistán  postsoviético. Después de la retirada de estos últimos, la CIA –actuando en contra de las recomendaciones del Departamento de Estado– utilizó también a  Hekmatyar para impedir la constitución de un gobierno de reconciliación nacional,  lo cual condujo a una guerra civil que provocó la muerte de miles de personas  en los años 1990.

Desde la invasión de Estados  Unidos a Afganistán en 2001, Hekmatyar ha dirigido su propia facción de  combatientes para obtener una retirada de las tropas de la OTAN, aunque parece  más abierto que los talibanes en cuanto a integrarse a un gobierno de coalición dirigido por el actual presidente Hamid Karzai. En Washington, importantes  funcionarios de la defensa –como Michael Vickers– todavía se refieren a la  Operación Ciclón como «la acción clandestina más exitosa» en la historia de la  CIA.

No parecen preocupados por el  hecho que ese programa de la CIA haya contribuido a generar y a desencadenar  algo como al-Qaeda –la nueva justificación postsoviética para los aumentos sin  precedentes de los presupuestos de defensa– ni tampoco por haber conferido a  Afganistán su actual papel de principal fuente mundial de heroína y hachís.
     
Red  Voltaire: En conclusión, ante la situación financiera, económica, política,  social e incluso moral existente en Estados Unidos, así como en numerosos  países a través del mundo, ¿tiene usted confianza en el futuro? ¿Ve usted  indicios estimulantes de una mayor influencia de lo que usted llama la  «voluntad prevaleciente de los pueblos» en la toma de decisiones políticas, un proceso que es hoy por hoy más oligárquico que nunca?

Peter  Dale Scott: Se dice que deberíamos ver cada  crisis como una oportunidad. La crisis de Estados Unidos, que es también la del  mundo, pudiera ser ciertamente la ocasión de introducir reformas de gran  envergadura en los procesos del capitalismo de mercado que engendraron  diferencias tan grandes entre los muy ricos y los muy pobres. Desgraciadamente,  debido a esos procesos, las políticas tradicionales y los métodos de  movilización se han hecho más ineficaces aún de lo que ya eran anteriormente.
En mi libro La Route vers le  Nouveau Désordre Mondial, defiendo el hecho que importantes cambios  sociales son posibles cuando la opresión da lugar a la formación de una opinión  pública unida –o de lo que yo llamo «la voluntad prevaleciente de los pueblos»–  en oposición a esa opresión. Hago referencia a ejemplos como el movimiento por los derechos cívicos en el sur de Estados Unidos, o el movimiento polaco Solidarnosc.
Desarrollos tecnológicos como Internet han facilitado más que nunca la unión de  las personas, tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Pero la  tecnología ha perfeccionado también los instrumentos autoritarios de vigilancia  y represión, haciendo la movilización activista más difícil que antes. Por  consiguiente, el futuro es muy incierto. Pudiera decirse que el sistema global  actual está más inestable que nunca y que es posible que algún tipo de prueba  de fuerza logre cambiarlo.
En todo caso, yo estoy convencido  de que estamos viviendo un periodo particularmente estimulante. La juventud  debe continuar uniéndose como siempre lo ha hecho a movimientos que aspiran al  cambio social, y a crear nuevos espacios propicios al intercambio global. Y,  por sobre todo, no hay ninguna excusa para la desesperación.

Red  Voltaire: Le agradecemos sus esclarecedoras respuestas, profesor Scott. Le  deseamos que su primer libro traducido al francés encuentre entre el público  francófono el gran éxito que merece.
Entrevista realizada por Maxime Chaix y Anthony Spaggiari,  quiénes son los traductores del libro «La Route vers le Nouveau Desordre  Mondial» (que se puede traducir al castellano como: La ruta que lleva al Nuevo  desorden mundial) y que acaba de ser publicado en francés.
Referencias
 [1] «Los ejércitos  secretos de la OTAN » (I), por Danièle Ganser, éditions Demi-Lune, 2007.
[2 ] «El opio, la CIA y  la administración Karzai », por Peter Dale Scott, Red Voltaire, 10 décembre 2010.
[3 ] Ver el documental Press  for Truth –En busca de la verdad  NdT.
[4 ] Os Senhores da  Guerra, por Thierry Meyssan, ediciones Frenesi (Lisboa), 2002. Versión  francesa simplificada: «Los manipuladores de  Washington », red Voltaire, 13 de noviembre 2002.
[5 ] «Le Center for  Security Policy relance la «guerre des civilisations », Réseau Voltaire, 5 janvier  2011.     

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