Hacer política sin tener poder
17 noviembre 2011
Lorenzo Meyer
LA IMAGINACIÓN POLÍTICA
¿Qué utilidad pueden poseer las ideas, diagnósticos o proyectos políticos que no tienen otro sustento que ellos mismos, que son un mero producto de la imaginación? En muchos casos su utilidad es nula, pero con algo de suerte en otros pueden llegar a influir de manera indirecta en lo que realmente sucede.
Es posible sostener que el discurso político proveniente de personas o grupos sin poder, como los “indignados” europeos o norteamericanos o los académicos -la “política blanda”-, adquiere importancia en la medida en que fallan los otros, los “tomadores de decisiones” -presidentes, ministros, gobernadores, congresistas, burócratas, empresarios u obispos-, como es hoy el caso de muchos países, entre otros el nuestro.
Un diseño o crítica política elaborado por un intelectual, académico o “indignado” y basado en la idea del “deber ser”, es un acto de imaginación en favor de algo que no existe pero que pudiera llegar a ser. Los esquemas y propuestas de contenido político que giren en torno del siempre invocado pero no siempre servido interés general -”somos el 99%” dicen los “ocupas” en Wall Street- casi nunca se hacen realidad tal cual; en el mejor de los casos sólo llegan a concretarse parcialmente, pues el filtro de la realidad los cambia. Sin embargo, si ese ejercicio de imaginación responde a necesidades legítimas de una comunidad, puede ser un acicate que despierte la imaginación de otros y los impulse a acciones que modifiquen la correlación de fuerzas y afecten las políticas “duras”. De tarde en tarde lo que empezó como una mera idea, como una utopía que abre opciones, que justifica la exigencia de un cambio en la naturaleza de la distribución que hacen las autoridades de las cargas y las recompensas producto del esfuerzo colectivo, efectivamente desemboque en transformaciones reales, aunque rara vez esa modificación es fiel a la idea que la generó.
La historia provee ejemplos de lo anterior. Uno pueden ser los efectos de las ideas y discursos de la ilustración europea -Voltaire (1694-1778) o Rousseau (1712-1778)- en la Revolución Francesa; las utopías socialistas del siglo XIX que inspiraron acciones del proletariado; la condena de las políticas del rey Jorge III contenidas en el panfleto de Thomas Paine, Common Sense (1776) o las elucubraciones de Alexander Hamilton, James Madison y John Jay en los “Federalist Papers” (1787-1788) norteamericanos que despertaron el entusiasmo por la independencia y un régimen político lleno de novedades y que fueron elementos clave en la formación de Estados Unidos. Desde la orilla opuesta destaca el “Manifiesto Comunista”, de Carlos Marx y Federico Engels, de 1848. Para Martin Luther King lo expresado en “I have a dream” en 1963 no pasó de ser un sueño, pero a la larga su visión convenció y movilizó a tantos que ayudó a poner fin a la dura estructura de dominación creada por los racistas sureños. Obviamente, antes, en India el discurso y conducta de Gandhi movieron a millones y acabaron con el dominio británico en ese subcontinente.
DOS POLÍTICAS
Las dicotomías simplifican pero ayudan a entender realidades complejas. Así, es posible dividir toda la realidad del mundo político en dos: una “dura” y que se basa en el ejercicio y disfrute del poder -X impone su voluntad a Y, quiéralo éste o no, pues X dispone del gran recurso de la “política dura”: la fuerza del Estado- y la otra, la “blanda”, donde X puede imaginar y pregonar cómo se debe actuar pero no puede obligar a Y ni a nadie a aceptar y seguir sus propuestas. Si finalmente X logra que Y actúe en el sentido deseado es porque éste quedó convencido y asumió como suya la propuesta de X.
En la tradición occidental, Platón (427-347 AC) puede considerarse como el primer gran exponente de la política blanda, la de quienes tienen ideas en torno al gobierno de los hombres pero que no están en posición de ponerlas en práctica. El filósofo griego tuvo un concepto más elevado de la búsqueda del conocimiento que de la política. Para que el ejercicio del gobierno del Estado pudiera encauzarse de manera positiva -virtuosa-, quien lo ejerciera no debería buscar ni riqueza ni honores sino la verdad. Por tanto, el mejor gobernante debería ser un sabio. Ahora bien, el problema era que el hombre verdaderamente comprometido con la búsqueda del conocimiento no podría estar interesado en descender al mundo de lo práctico, al gobierno de los hombres. En ese esquema el “rey filósofo” de Platón sólo sería posible si se obligaba al filósofo a dejar su vida contemplativa y asumir la responsabilidad de gobernar, pero entonces el sabio dejaría de ser tal y perdería la esencia de su vocación.
Desde esta perspectiva, cualquiera que se empeña en ser gobernante, y por ese solo hecho, ya no reúne la característica indispensable para ejercer la autoridad de manera óptima: la pasión por el conocimiento. Al final, el razonamiento de Platón desemboca en un callejón sin salida: cualquiera que deseara el poder no debería tenerlo y viceversa. En fin, que el hombre de las ideas sólo podría proponer y quizá influir pero nunca podría ser hombre del poder efectivo.
Maquiavelo (1469-1527) es el anti Platón. Según él, el líder político debería estar enteramente decidido a conseguir el mando y a retenerlo; el objetivo del poder es el poder mismo y ese fin justifica cualquier medio. El florentino -él mismo un político práctico que sólo se sentó a teorizar sobre el tema cuando su mala fortuna le llevó a perder el favor de los que mandaban- postuló que el líder gobernante debe aprender básicamente el arte de la guerra y, de ser necesario, aprender a ser malo -mentir, traicionar e incluso asesinar- aunque siempre le conviene disimular su brutalidad. El príncipe no puede someterse a los dictados de la ética del ciudadano común, pues eso desembocaría en su fracaso. Quien busque una vida virtuosa debe olvidarse por entero de la política (aquí coincide con Platón) ya que, en su ejercicio, la única virtud es triunfad “haiga sido como haiga sido”. Maquiavelo sólo sistematizó lo que él conocía por experiencia directa en el mundo renacentista o por su estudio de la historia.
LA TERCERA VÍA
Siglos más tarde, Max Weber (1864-1920) intentó una solución teórica a la incompatibilidad entre el mundo de los herederos de Platón -los filósofos- y el de los que buscan el “poder duro”, los príncipes de Maquiavelo. Según este sociólogo, la ética del político práctico tenía que ser distinta de la de aquellos sin poder -la enorme mayoría-, pues la sustancia propia de la administración de los hombres descansa en el uso de la fuerza, en la violencia legítima del Estado. El mando político llega a ser de vida o muerte cuando quien lo ejerce declara una guerra interna o externa, acepta o rechaza auxiliar a una región o a un grupo castigado por una adversidad, concede o no el indulto al condenado a muerte, etcétera. Para Weber, la acción del político está determinada por la ética de la responsabilidad. Desde esta perspectiva, el poder legítimo no es enteramente un fin en sí mismo ni tampoco está divorciado de la virtud.
IRRESPONSABILIDAD
Pero ¿hasta qué punto la posición de Weber supera la dicotomía y oposición que en materia política se planteó desde el inicio de la reflexión política occidental, el choque entre lo que debería de ser y lo que efectivamente es? No es claro. En nuestro país, por usar un ejemplo por todos conocido, los políticos al más alto nivel, como lo advirtiera hace mucho Daniel Cosío Villegas, rara vez han estado a la altura de sus responsabilidades, poco conocen de esta ética. La norma es lo contrario: irresponsabilidad, incapacidad, corrupción, ausencia de valor para tomar medidas que afectan intereses creados, decisiones mal concebidas y peor implementadas.
Es ese ejercicio irresponsable del poder lo que hace necesario, útil e incluso insustituible, el esfuerzo de imaginación crítica de los sin poder. Es a causa de la irresponsabilidad de los poderosos que adquieren fuerzas desde la frase contundente de un “indignado” -”mano$ arriba, e$to e$ un contrato”- hasta las críticas constantes de un Premio Nobel a la inmoralidad de quienes controlan el sistema económico mundial -Paul Krugman-, pasando siempre por esas utopías que son los “proyectos de nación y de mundo” de la izquierda, desde la representada por Tony Judt hasta la de movimientos sociales como Morena o “Paz con Justicia y Dignidad” en México.
En suma, pareciera haber una correlación inversa entre la importancia de las ideas sin poder y el ejercicio del poder sin muchas ideas.
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