La desigualdad
no es natural
José Luis Avendaño C.
Este
año se conmemoran los 250 años del nacimiento de José María Morelos los 200
años de su muerte; respectivamente, en 1765 y 1815. El Generalísimo que se
llamó a sí mismo el Siervo de la Nación, y que en el punto
12 de Los sentimientos de la Nación (1812) postuló que
se moderen la opulencia y la indigencia, “y de tal suerte se aumente
el jornal del pobre”.
Con
ello, crea las bases del mercado interno, en el espíritu de
Jacques Rousseau, a quien seguramente leyó, y que en El Contrato Social afirma que “en cuanto a la riqueza, que
ningún ciudadano sea suficientemente poderoso para poder comprar a otro, ni
ninguno bastante pobre para sentirse forzado
a venderse...”
La desigualdad, como la pobreza, no es natural; es producto de un proceso
social. Uno de los problemas no
resueltos del desarrollo económico es el de la pobreza, pero, sobre todo, el de la desigualdad. Es casi
una ley natural, casi divina, que el mundo se divide
en pobres y ricos. Se creía que las teorías y políticas del desarrollo resolverían.
Uno de los mecanismos de ascenso social fue, hasta hace poco,
el de la educación, ya no es garantía de nada.
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Los más ricos de México acumulan riqueza comparable con el ingreso acumulado de 20 millones de habitantes en el país |
Hoy,
hay cada vez más pobres y menos
ricos, de acuerdo con los estándares de ingreso y riqueza. Esto nos lleva
al problema de la desigualdad, que se ha estudiado menos que el
fenómeno de la pobreza. No por nada, en las crisis, crece la desigualdad:
son cada vez menos los que tienen más, y son cada vez más los que tienen menos.
Alrededor de
la desigualdad es que nació el movimiento Occupy (Ocupa)
Wall Street (OWS), a raíz de la crisis de 2008 en Estados Unidos. Y en
México, calificado por Humboldt, a principios del siglo XIX, como el reino de la desigualdad, más 200 años
después, a pesar de independencia y revolución, hoy el uno por ciento de la población posee lo que en
conjunto tiene el 40 por ciento más pobre (el 10 por ciento más rico, el 64.4 por ciento de la
riqueza); un proceso de concentración que
coincide con la imposición del modelo
neoliberal, cuya política incluye la venta (remate a precios de ganga)
de empresas públicas y la propia privatización
del Estado, con lo que significa el desmantelamiento
del Estado de Bienestar, que eso fue el Estado
de la Revolución, aplicación mexicana de la escuela keynesiana.
En
un abrir y cerrar de ojos, se descubrió que el verdadero problema del sistema era
la pura pobreza (que suma una serie de carencias de
tipo económico y social), sino la desigualdad.
Porque, en plena crisis, mientras miles de familias de Main
Street (la calle) vivían bajo un clima de angustia e
incertidumbre, ejecutivos de corporaciones y bancos en quiebra recibieron jugosas
compensaciones. Así, la diferencia o brecha entre el más
rico y el más pobre se ensanchó.
¿Qué
diremos de naciones menos desarrolladas, donde, al calor de
la doctrina neoliberal, se desmanteló el Estado de Bienestar? Un
Estado achicado o acotado en su función social, sino que tiene
como consecuencia la privatización de empresas y servicios
públicos, como el del agua (vital para la vida), y que dejó de ser un bien
o servicio público, para engrosar, groseramente, el arsenal de
mercancías (Marx dixit).
El ideal del
capitalismo, fue la crear una sociedad formada por pequeños
propietarios, que hoy sería el equivalente al predominio de las clases
medias, en donde, en palabras del insurgente Morelos, se moderaran
opulencia e indigencia; o sea, la base de un mercado interno fuerte.
Ningún país capitalista que se respete, ha basado su desarrollo únicamente en
el frente externo, es decir, en sus exportaciones, así sean metales preciosos
(antes) o mano de obra barata (ahora).
En México, frente
a los estragos del capitalismo salvaje, por la vía
neoliberal, últimamente, la discusión se ha centrado en el salario
mínimo (SM), con el fin de compensar o resarcir la pérdida de
su poder adquisitivo, que gira alrededor del 77 por ciento desde 1976.
Dichos estragos están a la vista: un virtual estancamiento de la
economía (si descontamos el crecimiento de la población), con su cauda de falta
de empleo y migración.
Los empresarios se
oponen, en principio, en aumentar el minisalario, con el alegato de
que, si va ligado a un aumento de la productividad, es inflacionario. Sin
embargo, este es un falso dilema –como el de ¿qué es
primero: el huevo o la gallina?—, ya que un trabajador mal
alimentado será poco productivo.
Aunque la desigualdad es multifacética,
es decir, posee múltiples caras y representaciones, una de ellas es la que
parte de los bajos salarios (a condición de que se tenga empleo), que juegan
contra un mercado interno fuerte y extendido. Esa es, sin embargo, la apuesta
del mercado laboral.
El resultado es que los SM están al nivel de Haití, Bangladesh
y la India, en donde la competitividad está sustentada en
la mano de obra barata.
Al mismo tiempo, adquirir la Canasta Básica equivale a
seis salarios mínimos, según un estudio de la Universidad Autónoma
Metropolitana (AUM). Actualmente, se vive en una simulación en
materia laboral y salarial (La Jornada, 29/5/2015).
Específicamente,
la canasta alimenticia recomendable (CAR), que incluye 40
productos para la ingesta diaria de cuatro personas (dos adultas y dos menores)
–sin contar gastos de vivienda, educación, salud, transporte y otros—, equivale
a casi tres SM. Así lo constata el Centro de Análisis Multidisciplinario
(CAM) de la Facultad de Economía de la UNAM, con una pérdida total de 78
por ciento de su poder adquisitivo desde 1983 (el modelo neoliberal se
implantó en México en diciembre de 1982, con Miguel de la Madrid. Y desde
entonces...
En sólo 17 meses
de la gestión de EPN, la pérdida ha sido de 7.45 por ciento. En 1987, con un
salario mínimo diario un trabajador podía comprar una y media CAR, mientras que
hoy apenas adquiere la tercera parte. Hace 28 años, un trabajador requería
cuatro horas de su jornada laboral para adquirir la CAR, y ahora se requiere de
23 horas (La Jornada, 11/6/2015).
A todo esto,
Montesquieu, en El espíritu de las leyes (1748), entre otras
cosas, se refiere a los tipos de gobierno, uno de los cuales es
la república aristocrática,
cuyo principio es “la moderación en el uso de la desigualdad”.
Hoy, esa moderación, que procuró el Estado de bienestar,
hace tiempo no existe en el contexto de una política
neoliberal, impuesta en México desde 1982. Esa república
aristocrática significa ser una república oligárquica (de
unos pocos), y que Vicente Fox definió bien: un gobierno de y para
empresarios. El resultado es que, si bien, oficialmente, la pobreza ha
disminuido (no las carencias, que afectan a 80 por ciento de la
población), la desigualdad se ha
agrandado.
¿Las
elecciones del 7 de junio cambiarán esta situación que ya dura 33 años? Julio
Boltvinik, de El Colegio de México, en su columna semanal: Economía moral (La Jornada, 5-6-2015) es enfático: “La existencia de un sistema incapaz de
reducir la pobreza y la desigualdad se perpetúa por la desigualdad de
representación política que conduce al establecimiento de instituciones que favorecen
sistemáticamente a quienes más tienen”. En otros términos: “la desigualdad económica se refleja en la desigualdad de representación política
que lleva no a un gobierno de las mayorías sino a uno de las élites”.
Frente a las
políticas de austeridad, dizque para salir de la crisis (en realidad, la profundizan, como lo demuestra Grecia
–cuna de la democracia en el seno de
una sociedad esclavista, que hoy lucha contra la dictadura del capital financiero internacional, que esclaviza pueblos—, muy poco puede hacer
la política social para paliar los estragos de la política económica
a favor del uno por ciento.
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