Acentos/ Epigmenio Carlos Ibarra
MILENIO ON LINE
Ganar “mentes y corazones” ha sido por décadas objetivo declarado de la doctrina militar de Estados Unidos. Con sangre —más ajena que propia— aprendió el Pentágono que de poco vale el despliegue del más vasto y sofisticado arsenal, las decenas de miles de hombres y medios de guerra sobre el terreno, cuando el enemigo al que se combate, cuenta con el respaldo de la población.
Aquí, pese a todo, se procede a la inversa; se privilegia el poder de fuego, se olvida la importancia de la persuasión y la cercanía con aquellos que pueden ser, dependiendo cómo se les trate, amigos del enemigo, coartada del mismo, cobertura y soporte logístico.
En EU las lecciones del pasado (Vietnam, Nicaragua, El Salvador) y de hoy (Irak o Afganistán) han representado la inversión, inútil a fin de cuentas, de miles de millones de dólares y una profunda revisión, también inútil pues se obstinan en cometer los mismos errores, de tácticas y estrategias.
Muchos ejércitos de América Latina, siguiendo la huella de Washington, han creado departamentos especiales (Opsic —Operaciones sicológicas o S5— se les llama) y desarrollan planes para ganarse, en caso de conflicto interno, el apoyo de la población civil.
Ciertamente a estos militares, sobre todo a los formados en la doctrina de seguridad nacional, no los caracteriza su sutileza, y en la mayoría de los casos más que ganar adeptos mediante planes de seducción sicológica y material se han pronunciado por medidas más rápidas: la organización de escuadrones de la muerte, la desaparición forzosa, el asesinato de aquellos que pueden representar un riesgo potencial.
Con el arribo de la democracia esos métodos han caído en desuso y vuelven a ponderarse, en los estados mayores, los esfuerzos para construir una imagen distinta y ganarse el apoyo de la población.
Algo, sin embargo, sucede en México que los jefes militares, aun teniendo la ventaja de combatir a criminales confesos, se olvidan, pese a estar tan cercanos y ser tan dependientes del Pentágono, de cumplir eficientemente con lo estipulado en este capítulo, el de la conquista de mentes y corazones, del manual de táctica y estrategia de la lucha irregular y sin lo cual las guerras se pierden.
Su sumisión a los afanes propagandísticos y los intereses políticos del gobierno, sus propias urgencias mediáticas y las modalidades de despliegue y operación adoptadas por los militares mexicanos los han alejado de la población civil y han hecho renacer en ella viejos odios.
Las cada vez más frecuentes bajas civiles y la conducta cínica, prepotente y totalmente carente de sensibilidad ante las mismas han generado, por otro lado, un nuevo y más profundo tipo de rechazo.
Creyéndose su propia propaganda, los estrategas militares se obstinan en negar lo que sucede, pasan al expediente ideológico de culpar de colaboración con el enemigo a quien se atreve a señalárselos o a exigir justicia y no hacen nada para revertir el proceso de la descomposición de su relación con la población, a la que deberían servir y proteger.
Jugar a la guerra, sacar al Ejército de sus cuarteles, parece haber despertado al monstruo nacido durante la guerra sucia.
Se ha cedido así terreno que los capos, a los que la retórica de Calderón ha conferido el estatus de parte beligerante, ocupan de inmediato. A la criminal modalidad de “plata o plomo”, el narco suma, con la entrevista de El Mayo Zambada con Julio Scherer, una nueva estrategia.
Al tiempo que lanza un reto público, de poder a poder, al gobierno que, con poca eficiencia y cada vez menos consenso, lo combate busca, a través de los medios, construir una nueva “imagen pública” separada de la que, con sus propios hechos de sangre, se ha ganado.
Recibir al periodista, fotografiarse a cielo abierto en un franco y evidente desafío al poder aéreo y a los sofisticados sistemas de inteligencia electrónica es, de parte de El Mayo Zambada, un mensaje a aquellos que, en cada vez más amplias regiones del país, están vinculados, de muy diversas maneras, con esta gigantesca y compleja industria criminal.
Quiere trasmitir Zambada a socios, sicarios, seguidores, simpatizantes y a los jóvenes que, empujados por la miseria, habrán algún día de formar parte de su ejército, poder, seguridad, confianza, sin olvidarse, además, de la dosis esencial de melodrama que caracteriza a los llamados “héroes” populares.
Vienen así, con él, los capos —y son legión— por todo. Si no se cambia de mando y de doctrina, se revisa la estrategia, se produce un debate nacional sobre el despliegue masivo de tropas se les estará facilitando la tarea a los criminales. La sangre inocente derramada por el Ejército o los cuerpos policiacos pavimenta a los narcos el camino.
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