Pasa hondureño de víctima a 'Zeta'
Silvia Garduño
Reforma
6 de junio de 2010
En unas cuantas horas, el indocumentado hondureño Ediño Martínez Caballero pasó de víctima de un asalto a presunto Zeta.
El centroamericano, de 23 años, reside en Los Ángeles, California, desde 2005. Vive ahí con Gisella, una mujer peruana madre de tres hijos, de quien él se hace cargo.
En diciembre de 2009, Ediño emprendió un viaje para visitar a su familia en su país de origen.
Llegó así al municipio de Ilama, en el Departamento de Santa Bárbara, en donde fue recibido por sus padres y sus siete hermanos, a quienes envía regularmente una parte del dinero que gana pintando casas y barcos.
Como en seis visitas anteriores, su ruta de regreso a EU corría por las vías del tren en México.
Esta ocasión el asunto se complicó. Agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) lo interceptaron dos veces y lo devolvieron a la frontera.
En el tercer intento, el pasado 29 abril, se topó con una de las bandas dedicadas a asaltar y secuestrar a indocumentados en tránsito por México.
Durante un enfrentamiento entre la banda y los migrantes que viajaban en el tren, el hondureño recibió heridas graves de machetes. Terminó en el Hospital General de Pichucalco, en donde fue interrogado por agentes de la Procuraduría de Chiapas.
Los funcionarios elaboraron una declaración ministerial e hicieron que el hondureño pusiera en ella sus huellas digitales.
En el escrito se confesaba culpable de portación de arma de fuego, secuestro y homicidio, y aceptaba pertenecer a Los Zetas.
Desde entonces está recluido en el Cereso de Pichucalco.
Ruta de miedo
Vía telefónica, Ediño reconstruye los hechos. Recuerda que tomó un tren en Palenque y se bajó en Macuspana, Tabasco. Ahí vendió en 200 pesos el celular que traía para comprar comida.
Junto con otros migrantes tomó otro tren con rumbo a Coatzacoalcos, Veracruz. El ferrocarril se detuvo en Teapa a causa de un asalto. Volvió a ponerse en marcha y paró en Juárez, Chiapas.
Carlos, uno de los indocumentados, decidió cambiarse al último vagón del tren en busca de más espacio. Minutos después, Ediño fue a buscarlo.
Al encontrarlo, Carlos, temeroso, dijo que no podía moverse de ahí. Ediño piensa que había sido secuestrado por dos personas que iban sobre el vagón y que, al arrancar el tren, lo atacaron a él cuando el tren se puso en movimiento.
"Quedé colgando del vagón con las dos manos y me las machetearon", relata.
Ya con el tren a lo lejos, se levantó y, como pudo, caminó media hora hasta Juárez, donde una ambulancia lo llevó a la clínica, para luego ser trasladado al Hospital General de Pichucalco.
Confusión
De acuerdo con la prensa local, a la altura de la ranchería de La Libertad, en Chiapas, sujetos armados con pistolas y rifles abordaron el tren de carga en el que viajaba Ediño entre decenas de centroamericanos, generándose un enfrentamiento que dejó un saldo de dos muertos.
Después de los hechos, policías estatales y agentes del Ministerio Público se presentaron en el hospital en busca de Ediño.
"Llegó un policía con siete indocumentados. Les preguntó: '¿lo conocen?' y dijeron 'sí, pero él no venía haciendo nada'", narra.
Como algunos migrantes que viajaban en el tren lo vieron con el celular que luego vendió, explica, supusieron que podía ser uno de los secuestradores.
"El policía dijo: 'ese cabrón no me da lástima, así como está lo puedo meter a la cárcel'. Me preguntó '¿y esos tatuajes?, ¿a qué banda perteneces?', Le dije que a ninguna, que no soy marero ni delincuente ni nada", detalla.
Ediño lleva cinco tatuajes -en brazos, hombro y pecho-, cuatro con el nombre de Gisella y otro, en forma de corazón rojo, con sus iniciales y las de su esposa.
Fredi Coello Torres, agente del Ministerio Público de la Fiscalía del Distrito Norte de Chiapas, le tomó su declaración.
Le explicó que si no podía firmar, por las heridas, podía poner sus huellas y él mismo presionó los dedos del hondureño.
"Le pregunté si podía leerla. 'No tengo tu tiempo', me contestó. No me dejó leerla y yo puse las huellas", explica Ediño.
"Decía que yo me declaraba como uno de los homicidas del tren, que pertenecía al grupo de Los Zetas desde hace mucho tiempo, que me dedicaba a la delincuencia organizada y al secuestro y que yo era culpable del homicidio. No me dí cuenta de eso hasta después, hasta que llegó un abogado de oficio".
Distancia y dolor
Gisella conoció a Ediño en un baile, en 2007. La peruana tardó unos meses en acceder a que viviera con ella y sus tres hijos.
"Hola Amor, te quería decir que ya estoy viniendo para allá, me hacen mucha falta ustedes", le escribió el hondureño por el celular.
La mujer explica que Ediño se comunicaba con ella para que le enviara dinero para pagar el regreso. Se lo enviaba en partes, explica, pues los pagos se tienen que hacer en diferentes puntos.
El día en el que ocurrió el asalto, Gisella recibió una llamada de una trabajadora social del Hospital General de Pichucalco.
"Me dijo que venía doblándose de los pies a la cabeza. Yo me puse a llorar", recuerda.
Lloró más cuando se enteró que Ediño, aún sin recuperarse por completo, había ido a parar a la cárcel.
Constancia
La defensa de Ediño Martínez Caballero ha aportado pruebas a su favor.
· La Secretaría de Seguridad de Honduras reportó el 7 de mayo que no existen antecedentes policiales del migrante.
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