El Universal
Como toda adolescente,
Mariela empezó a imaginar. Con ese millón de pesos que iba a recibir regresaría a su rancho en el estado de México, donde viven sus padres… ya no trabajaría nunca y mucho menos lo haría en la capital, a donde llegó porque en su pueblo la siembra y cosecha de maíz no deja suficiente dinero. ¿Estudiar en su rancho? Ni pensarlo, la escuela quedaba a más de una hora de camino a pie.
Decidió entonces hacerle caso a tres de sus amigos. Su encomienda en este plan era “poner a la niña”, es decir, sustraerla del domicilio de sus patrones, donde Mariela cuidaba a la pequeña desde hace un año dos meses. Un día Mariela salió de paseo con la menor y nunca regresó. Los otros tres se encargaron del resto del plan y pidieron un rescate de 4 millones de pesos por la niña salva.
Mariela fue detenida tras cobrar el rescate. Hoy cumple una sanción de internamiento de dos años nueve meses en una comunidad de tratamiento para menores del gobierno del Distrito Federal. Desde ahí, narra su historia a KIOSKO con un nombre distinto al suyo por la protección de su identidad.
En México, al año se capturan entre 40 mil y 50 mil menores por cometer algún delito, de ellos menos de 10% son mujeres. La población es menor en números, por lo que sus características generales pueden ser fácilmente identificadas.
Las mujeres habitualmente acompañan a los hombres a cometer el delito. Son usadas para cometer el crimen, casi ninguna viola las normas por iniciativa propia. Además, la sociedad castiga con mayor fuerza la participación de las adolescentes en crímenes a comparación con la valoración que se hace de los hombres en conflicto con la ley.
“Las menores que se llegan a ver involucradas en secuestros o suicidios socialmente pueden ser más repudiadas porque el hecho se ve mal. Hay menos obtención de medidas, como la libertad bajo fianza, como sucede con los varones”, explica Teresa López, directora de atención para adolescentes en conflicto con la ley de Reintegra, organización que ayuda al fortalecimiento de personas, familias y comunidades con el objetivo de prevenir conductas delictivas en niños.
Usadas
“La carga social hacía increíble que una niña trajera cargando una pistola. Por eso los hombres de la palomilla daban a guardar las armas o las drogas a sus compañeras, quienes se supone nunca serían revisadas por los policías. No obstante, es común que así detengan a las menores: ayudando, acompañando, encubriendo o cargando algún objeto que las incrimine”, dice Carlos Cruz, de Cauce Ciudadano, otra organización que ayuda a la educación de jóvenes.
En el DF hay 40 mujeres adolescentes internadas por la comisión de algún delito. De ellas, 17 están en tratamiento curativo, lo que significa que un juez ya determinó cual sería la sanción que debe cumplir. Las otras 23 están en un área de diagnóstico, donde enfrentan su proceso hasta que las autoridades determinan las medidas: internación o libertad.
Michel siempre recuerda la cantidad: Dos años, seis meses y siete días. Ese es el tiempo que un juez determinó debería permanecer privada de la libertad para reeducarse por haber cometido un secuestro a sus 15 años.
Cuenta que se salió de su casa tras una discusión en la que su mamá la corrió. Pasaron unas semanas y ella consiguió trabajo en una cantina. Ahí conoció a otros jóvenes con los que se fue a vivir. Narra que fue detenida porque llevó a comer a su casa a dos niños de tres y siete años que se había encontrado en unos columpios. Fue al momento de regresarlos cuando la acusan de secuestro.
Aún con esta versión que apunta a que fue detenida injustamente, Michel agradece a Dios estar internada. Le gusta la poesía, lee y escribe. Ha logrado motivar en sus compañeras ese interés. Dice que esta actividad la distrae de su clausura.
“Bien merecido me tengo mi encierro, dicen que no se puede bendecir algo malo, pero yo bendigo lo que me pasó porque mi vida estaba muy mal. Hoy soy una mujercita que sabe lo que quiere que tiene una autoestima alta y que se ve como una gran psicóloga en un futuro”.
Se supone que a partir de 2005, con la existencia de las leyes de justicia penal para adolescentes, el internamiento es el último recurso que las autoridades deben de aplicar para un menor infractor, hombre o mujer. Los internos tienen más de 14 años, pues por mandato constitucional ningún chico con esa edad o menor, puede estar privado de su libertad por la comisión de un delito.
Como ejemplo, el gran total de adolescentes atendidos por la Dirección Ejecutiva de Tratamiento a Menores del gobierno de DF en un año fue de 4 mil 938, de los que sólo 246 son mujeres. Existen 900 internos y 4 mil 038 se encuentran en tratamiento externo.
Una historia más
A Lizette, una chica que hoy tiene 18 años, le tocó cumplir una sentencia por robo de un año 22 días, pero en libertad o externación. Ella acude a Reintegra cada semana, donde recibe terapia y auxilio para reorientar su vida. Estudia la primaria, el oficio de cultura de belleza y trabaja con su abuelo en hojalatería.
A muy corta edad Lizette ya no quiso estudiar. Su mamá, que trabajaba todo el día para la manutención de la casa, no puso pero, sino que la apoyó porque también para ella los estudios representaban más gastos. Así, la menor empezó a pasar más tiempo en la calle.
Hace un año aproximadamente acompañaba a sus amigos a drogarse con PVC. Uno dijo que necesitaba dinero. “Vamos a robar”, propuso. A ellos se les hizo fácil y accedieron. Recuerda que le arrebataron la bolsa a una chava, pero que luego de unos minutos de echarse a correr los policías los detuvieron.
Pasó un mes y un día encerrada en el área de diagnóstico de la comunidad para adolescentes. Se le hicieron años. Extrañaba a su familia y hacer lo que le viniera en gana, pero además lamentaba estar encerrada por haber robado sin tener necesidad. Después se enteraría que su compañero que los incitó al hurto, requería el dinero robado para hacer una prueba de embarazo.
Hoy sigue viendo a los policías que la detuvieron, a quienes agradece su acción, pues con ello su vida tomó rumbo. En unos años se ve como abogada.
“Hemos identificado que las menores se involucran en actos delictivos a consecuencia de una la ausencia familiar, ya sea de manera física o emocional, hay otras que son seducidas por la parte masculina a cometer el delito. Pueden ser adultos o simplemente mayores que ellas pero jóvenes”, dice Teresa López.
Es frecuente, comenta la especialista, que las adolescentes en conflicto con la ley vivan cuestiones como falta de acompañamiento o supervisión de un familiar adulto. Además, no tienen una relación afectiva cercana o las reglas en casa son demasiado rígidas. La ausencia de afectos se convierte entonces en un asunto primordial para las menores.
Las diferencias de género
Con los hombres las conductas delictivas se presentan más, animadas por la identidad con su grupo. “De manera cultural es más aceptado que el hombre cometa conductas más rudas que lo meten en riesgo, son mas aventados con los amigos, pasan más horas fuera de casa”.
A las menores, por haber cometido delitos más graves, se les destina al encierro, pero también a un rechazo de la propia familia. Al igual que las adultas privadas de su libertad, los días de visita no son de fiesta o de una gran reunión familiar, como si sucede en el caso de los varones en reclusión.
Dentro de la comunidad de mujeres adolescentes se intenta aplicar un programa para la reinserción social.
De esta manera se pretende que cuando concluyan el internamiento, ellas puedan continuar con la escuela o en la capacitación laboral.
Lo cierto es que mientras se encuentran privadas de la libertad, se genera muy poca tolerancia al encierro y por ende, conductas violentas, impulsivas. Además, la cuestión del ejercicio de la sexualidad se reprime o permite ciertos tocamientos. Las condiciones pueden repercutir en la conducta.
“Como en toda cultura carcelaria, también se desarrollan roles o estatus, como en el caso de las adultas. Se identifica quién es la gente que tiene posicionamiento, quién es más líder, a quién hay que tenerle miedo y quiénes son las más abusadas”, explica Teresa López.
En tanto, Mariela recibe visitas cada semana de sus hermanas que viven en la capital. Sus padres han venido desde el pueblo, ellos saben que estuvo involucrada en un delito, pero no que ella secuestró a la niña. “No se los quiero decir, me da vergüenza”.
La joven de 17 años se atreve a contar, -sólo algunas veces-, los días que le faltan para salir de su encierro. Vuelve a imaginar como toda adolescente. Se ve dueña de un salón de belleza, pues en los meses que lleva de internamiento ha aprendido esas artes. También estudia la secundaria. Se ve, por supuesto, en su rancho, de donde, dice, nunca debió salir.
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