Fernando Escalante Gonzalbo
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Sealtiel Alatriste |
¿Qué importancia tiene que el señor Sealtiel Alatriste sea un plagiario? Yo diría que más bien poca. ¿Y qué importancia tiene que, siendo un plagiario, se le conceda el premio Villaurrutia? Tampoco tanta. Ni siquiera será el peor desatino del año: así está el patio. ¿Y qué importancia tiene que, plagiario y premiado, sea director de difusión cultural de la UNAM? Bien: ésa es harina de otro costal. Eso sí importa.
Desde hace unos veinte o treinta años la industria editorial ha venido siendo absorbida por la industria del espectáculo. El resultado es patético. No es que haya algún plagiario, algún tramposo, sino que los hay por docenas, y famosos como Alfredo Bryce Echenique o Ricardo Piglia, y no es que haya algún premio amañado de vez en cuando, sino que están amañados prácticamente todos. El señor Alatriste, como responsable editorial del grupo PRISA, ha estado metido en los manejos de ese patio de Monipodio durante más de diez años, y sabe de qué se trata el negocio: sabe de qué está hecha la fama de muchos famosos, sabe cómo se ganan los premios, y los puestos, y sabe para qué sirven. Nada o casi nada que objetar. Vivir de trampear con libros y escritores, y famas postizas, no es más deshonesto que especular en la bolsa o vender pastillas para adelgazar. Pero resulta que el señor Alatriste es funcionario de la UNAM.
En su artículo de hace unos días, en The New York Times, insistía Stanley Fish en los argumentos en defensa de la vida académica que ha repetido desde hace años. Cuando hacemos bien las cosas, decía, lo que hacemos los académicos es hablar, conversar, sin necesidad de llegar a una solución, sin resolver nada ni proponer una política de nada. De hecho, hacer otra cosa, aparte de hablar, escribir, sería traicionar el espíritu de la vida académica. Puede haber una preocupación política, o moral, humanitaria, la que sea, en el origen de un proyecto académico, y puede darse después un uso práctico: técnico, político, a los resultados de un trabajo académico. Pero eso es otra cosa. La vida académica está precisamente entre la preocupación práctica del inicio, y la utilidad práctica posterior, es un momento en el que no domina la urgencia de hacer, sino la voluntad de comprender, cueste lo que cueste. Y de eso se trata todo.
Es difícil de entender a veces, difícil de defender frente al utilitarismo miope, pueblerino, avariento y cerril de los últimos tiempos. Me gusta, me convence la salida de Stanley Fish: ¿por qué habría que apoyar una actividad tan falta de resultados prácticos y medibles? No hay una buena respuesta para esa pregunta, y no tiene por qué haberla.
Si se piensa un poco, no tiene vuelta de hoja: quienes tendrían que dar muy buenas razones, y no se ven, son quienes piensan que el trabajo académico debe supeditarse a propósitos directamente productivos, como fabricar galletas, o zapatos. Es pedir peras al olmo. Pero vayamos a lo que interesa. El momento académico es indispensable y precario, frágil. Se sostiene sólo gracias a una serie de recursos de método, que garantizan la calidad de la conversación: la transparencia, la veracidad, la honestidad, es decir, que garantizan básicamente que nadie va a hacer trampa. No tiene mucho misterio: hay dos o tres reglas indiscutibles, y punto. Entre ellas, una muy obvia, es que es absolutamente inaceptable el plagio.
Y con eso volvemos al señor Alatriste. Guillermo Sheridan ha mostrado con pruebas indiscutibles por lo menos tres plagios de Sealtiel Alatriste, en otros tantos artículos. Y Alatriste no sólo no se defiende, que no sé cómo podría hacerlo, sino que se cura en salud, y dice que en una de sus novelas también podría parecer que plagia, porque la “secuencia anecdótica” es la de una novela de Henry James, y algunos de los diálogos están copiados literalmente de esa novela de James, pero que debe entenderse que es un homenaje, y no otra cosa. Yo casi hubiera preferido que no explicara nada.
El problema, aparte de la desvergüenza del señor Alatriste, que no me importa ni mucho ni poco, ni nada, el problema es que es funcionario de la UNAM. Y que a la UNAM le corresponde sobre todo cuidar la vigencia del momento académico, de esa conversación honesta, veraz, transparente, racional, verificable, que es la vida académica. No puede admitir un escándalo así.
En defensa del premio Villaurrutia, como miembro del jurado, dijo Ignacio Solares: “el hecho de que no te guste está sujeto a tu gusto”. Y con eso se explica, sin duda, que ganase Alatriste. Igual podría haber ganado Roberto Gómez Bolaños. En defensa de la UNAM (o algo así) dijo Sandra Lorenzano: “podemos partir de la defensa y del respeto de la UNAM, para asì ya despueìs hacer una criìtica de las tantas problemaìticas…”. Partimos de ahí: pero ¿quién falta al respeto a la UNAM? ¿Quién menosprecia los valores que representa la UNAM? ¿El que denuncia al plagiario, o el que lo contrata y permite que sea imagen de la universidad? Por lo visto, la revista Proceso trató de entrevistar a Alatriste, para preguntarle sobre el tema; su respuesta: “Ya lo pensé bien y yo no voy a decir nada. Y la UNAM tampoco va a responderles. Lo consulté con el rector y en eso quedamos”.
Es, o era la UNAM. El tramposo habla con el jefe, y deciden echarle tierra al asunto: la UNAM tampoco va a responderles. En eso quedamos.
“No voy a negar que la falta que se me atribuye sea cierta”, señala sobre acusaciones de plagio.
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