La complejidad de lo que sucede en Michoacán exige nuestros mejores
esfuerzos para comprender lo que est{a en juego en Tierra Caliente
Rossana Reguillo
ElPais-Internacional La complejidad de lo que sucede en una amplia franja del territorio
que conocemos por Michoacán, exige nuestros mejores esfuerzos para
comprender –más allá de lo aparente-, lo que se juega y lo que va de
fondo en Tierra Caliente. Avanzo en la investigación, el análisis de
materiales, la reflexión pausada, las entrevistas y conversaciones con
locales y con expertos; sin embargo, me parece relevante hacer una
primera entrada para despejar algunas interrogantes o colocar preguntas y
problemas que ayuden a volver menos opaca esta realidad que nos desvela
y cuya trama es muy difícil develar.
#Nombrar
No es que sea nuevo pero es cierto que hoy los grandes medios de
comunicación, es decir los consorcios mediáticos y la velocidad con la
que se mueven las llamadas redes sociales, fortalecen, aumentan la
tendencia a percibir y nombrar la realidad a través de la sinécdoque
(ese tropo del lenguaje) que nombra al todo a través de una parte.
Así
cuando se habla de “Michoacán”, en estos convulsos días, parecería que
Tierra Caliente se convierte en toda la región, reduciendo la
heterogeneidad y simplificando –al máximo-- una totalidad regional tan
diversa como contradictoria. La sinécdoque es eficiente en términos de
economía lingüística pero es insuficiente para comprender las
especificidades de una comunidad social que ha sido configurada
históricamente. #Michoacán es muchas, diversas regiones, que aunque
articuladas, responden a formaciones de culturas políticas
diferenciadas. En tal sentido es importante entender que Tierra
Caliente, posee particularidades que la hacen distinta a las subregiones
del Bajío, la Meseta Tarasca y la Costa.
En el estado de Michoacán, Tierra Caliente (porque se trata de una
región que desborda los límites estatales y comprende también Guerrero y
al Estado de México), la región está conformada por 10 municipios, de
los que, hasta hace menos de un año, se sabía poco en ese espacio que en
nuestro país da por llamarse “prensa nacional”. Apatzingán era el
municipio que ocupaba --de vez en vez-, algún titular o nota en esta
prensa. Hoy, nombres como Tepalcatepec, Parácuaro o La Huacana, aparecen
en noticias no solamente nacionales sino internacionales. No basta la
sinécdoque.
Sin la pregunta sobre las configuraciones culturales e históricas, se
agotan en sí mismas las preguntas sobre lo que sucede en Michoacán. En
otras palabras, es un error –peligroso- comparar a las Autodefensas de
Tierra Caliente o de la Costa con lo que sucede en Cherán u otras
organizaciones comunitarias que operan desde otras lógicas y culturas
políticas.
#Relatos de Familia
Una de las más grandes dificultades consiste en comprender la
vertiginosa emergencia de grupos, actores, formas de acción, estrategias
de intervención sobre lo público, en una era en la que nuestro
vocabulario sigue atado al lenguaje político del Estado-Nación, en el
que las diferencias parecen nítidas, asequible y asimilables en una
gramática que organiza binariamente lo que somos, lo que debemos o
deberíamos ser: gobernantes-gobernados; políticos-ciudadanos;
militares-delincuentes-ciudadanos armados, que se empeña en clasificar
lo público y lo privado, lo legal y lo ilegal, apelando a una suerte de
estabilidad que si acaso existió, ya dejó de dar muestras de operar.
|
Felipe Calderón Hinojosa |
En el breve transcurso de 8 años pero con un proceso que no comenzó
con el llamado Operativo Conjunto Michoacán el 12 de Diciembre de 2006,
lanzado por el entonces presidente Felipe Calderón, la situación fue
pasando de grave a extremadamente grave. En aquel entonces fueron
desplegados en el estado, 4 mil 260 elementos del Ejército, 46
aeronaves, 19 perros y 246 vehículos terrestres, con un centro de
comando e inteligencia instalado en Apatizgán, la cabecera municipal de
la región de Tierra Caliente. Además, por parte de la Secretaría de
Marina, participaron mil 54 elementos de la infantería de marina, nueve
helicópteros, dos aviones con cámara de detección nocturna y cuatro
patrullas; mientras que el entonces Secretario de Seguridad Pública,
Genaro García Luna, informaba que por parte de la dependencia,
participarían mil 400 elementos en la instalación de puntos de control,
revisión en carreteras, ejecución de órdenes de cateo, labores de
inteligencia y desmantelamiento de puntos de venta de drogas.
Se trataba de “sellar costas y carreteras” (Michoacán cuenta con 228
km de litorales que se ubican en el pacífico), para evitar el tráfico de
drogas.
Más de 5.000 efectivos desplegados en una superficie territorial de
58 599 km2, en un estado de alta complejidad política y cultural. No se
conoció, no conozco, ningún estudio que evaluara, discutiera, pensara,
anticipara el efecto que un despliegue de esta naturaleza tendría en la
vida cotidiana, en la dinámica de los pueblos, municipios, rancherías. Y
aquí estamos.
La lógica indicaría que ese operativo obedecía una estrategia clara,
con objetivos precisos y que al cabo de varios meses, el problema del
crimen organizado debería haber sido resuelto. No fue así.
Si en aquellos entonces, los problemas principales se centraban en
los plantíos de marihuana, la circulación de cocaína y la existencia de
numerosos laboratorios de metanfetaminas, la situación hoy es distinta.
Primero fue el llamado Cártel del Milenio, liderado por los hermanos
Valencia, desde los años 70, que extendieron su influencia y control a
Jalisco, Nayarit y Colima, desde Aguililla, Michoacán; ya para 2006,
Luis Valencia se asociaría con el Cártel de Sinaloa y posteriormente con
los Zetas. Alianzas que van y vienen.
Pero el 6 de septiembre de 2006, en plena crisis postelectoral y en
medio de un clima de alta polarización social, un comando de sicarios al
servicio del narcotráfico hizo rodar 5 cabezas “impecablemente”
cortadas y aún sangrantes en una pista de baile de la discoteca llamada
“Luz y Sombra” situada en la pequeña ciudad de Uruapan en el estado de
Michoacán, en México. El mensaje que acompañaba las cabezas fue: “la
familia no asesina mujeres, ni niños” y se dijo que el suceso, que causó
horror y pánico entre los parroquianos –devenidos testigos-, era un
ajuste de cuentas entre narcos por el supuesto asesinato a manos de un
cartel rival, de la esposa e hijos de un gran capo y que los
“ejecutores” bien podían ser maras salvatruchas o kaibiles. Con un
mensaje que decía: “la familia no mata por paga, no mata mujeres, no
mata inocentes. Solo muere quien deve (sic). Sépanlo toda la gente. Esto
es justicia divina”, a un lado de las cabezas, La Familia revelaba así,
un rostro desconocido de los cárteles del narcotráfico en México, uno
mesiánico y justiciero. En 2011 hacen su aparición Los Caballeros
Templarios, que sustituirían a La Familia; se dijo después que aparecían
como una escisión de este grupo. Poco antes, en 2010, el Gobierno
Federal informó de la muerte del líder “natural” de la Familia, Nazario
Moreno, conocido también como El Chayo o El más Loco, en un
enfrentamiento con el ejército y la policía federal. Se duda hoy de que
esto sea cierto y se dice (se dicen muchas cosas) que es en realidad el
líder oculto de Los Templarios. La lectura y el análisis detenido del
libro “Me dicen: El más Loco”, escrito por el propio Moreno González,
vuelven más que creíble esta posibilidad.
Aunque quisiera dedicar más espacio a la figura de Nazario Moreno (lo
haré en otro momento), voy a reproducir algunos párrafos del llamado
“epílogo” en el libro ya citado, que lleva por subtítulo “Capítulo de
lágrimas y luto” y es escrito por uno de los jefes de grupo de La
Familia (de manera anónima), como corolario a las 83 páginas delirantes
escritas por el propio Nazario. Dice así:
Chayo y su estado mayor, compuesto por los elementos más leales y
que andaban con él desde el comienzo de la lucha, se encontraba en la
comunidad de Holanda, perteneciente al ejido del mismo nombre y
enclavado en el municipio de Apatzingán, corazón de la Tierracaliente
michoacana, cuando siendo aproximadamente las cuatro de la tarde, Chayo
fue avisado por radio y otros medios de comunicación con que contábamos,
que se acercaban al lugar de la reunión más de una treintena de
helicópteros artillados y listos para entrar en combate, y por tierra
más de 300 unidades de la PFP, con elementos “armados hasta los dientes”
como se dice vulgarmente, hasta con carrilleras repletas de tiros
terciadas en los hombros, apoyados por elementos de la marina y de otras
corporaciones.
[…] Hubo un momento en que nuestro jefe quiso ordenar la
retirada, pero al darse cuenta de los destrozos que hacían los
helicópteros en contra de gente inocente se retiró del grupo unos diez
metros y durante un lapso de tres a cinco minutos se puso a orar a
solas; acto seguido tomó un puño de tierra, la besó y la esparció hacia
los cuatro puntos cardinales. Después se reunió con todos nosotros y, en
un gesto de decisión temeraria hasta el delirio, gritó un alarido de
guerra y muerte que retumbó en las montañas y que le salió de lo más
profundo de su ser: “SAFARRANCHO DE COMBATE” (sic).
Así se narran las cosas en Familia.
Entre esas primeras cabezas que rodaron en una pista de baile y esta
última escena de “safarrancho de combate” (sic) (y se me sigue escapando
la semiótica en esta expresión), pasaron muchas cosas. No solamente
agudizó la violencia y la lucha encarnizada entre fuerzas inasibles,
también se diversificaron los caminos hacia las fuentes de recursos.
Devenidos predadores de un territorio y todo lo que esto conlleva, los
Templarios y otros grupos (simi-templarios, simi-zetas, simi-militares),
convirtieron la vida cotidiana en un botín jugoso: “derecho de piso”
(vendes o produces: me pagas), quieres comer (me pagas), quieres
divertirte (me pagas, lo señala el Dr. Mireles –líder moral de las
autodefensas--, cuando señala las cantidades locas que había que pagar
por cada máquina de juegos para los niños y los jóvenes). Y así es más o
menos como comenzó el Estado paralelo o lo que he venido llamando la
“paralegalidad”, esa suerte de zona franca, gris, vestibular que genera
su propio orden, sus propios códigos, su propia lógica.
#La desaparición de los poderes y los poderes de facto
Dicen que a los Valencia los llamaban “Los Reyes del Aguacate”,
porque ocultaban (es un decir), sus verdaderas actividades con la
comercialización del aguacate. No es un dato menor, porque sabemos que
la base agraria de los movimientos de autodefensas es importantísima.
Circulan emotivas proclamas sobre la revolución posible a partir de la
sublevación de los mal llamados –en este caso- “comunitarios”; la
cuestión es que en el caso de Tierra Caliente, estos movimientos están
principalmente encabezados –aunque no necesariamente protagonizados-,
por aguacateros, limoneros, ganaderos y dueños de tierra. La pregunta
clave quizás podría girar en torno a lo que une a propietarios con
empleados, a terratenientes con campesinos. Las respuestas no son
cómodas.
Es posible afirmar que no se trata de movimientos ideológicos o
sustentados en un proyecto de país, sino de movimientos reactivos (que
reaccionan) frente al crecimiento del estado paralelo y la tiranía de la
violencia. Son grupalidades que emergen en un estado de excepción,
donde el Estado ha estado ausente, ha sido omiso, ha sido cómplice, ha
sido inoperante.
La historia de los civiles armados no termina bien, dice la historia;
sin embargo, en este caso resulta importante colocar, entender, señalar
que la sublevación proviene de la desesperación y de la indefensión.
Cansada de los Valencia, los Zetas, la Familia, los Templarios, el
Ejército, las mineras y de funcionarios y autoridades políticas que no
han hecho otra cosa –salvo honrosas excepciones- que pactar o huir, las
autodefensas son el síntoma mayor del cáncer que nos corroe: Estado
fallido y corrupción.
Las autodefensas (que guardan diferencias importantes con la justicia
comunitaria de los pueblos indígenas) se levantan en México como la
señal más clara de que hemos tocado fondo y que “Leviatán”, como llamó
Hobbes a la figura del Estado, deja de ser el monstruo que condensa
nuestros miedos para protegernos de otros miedos, se ha transformado en
la triste figura de un payaso que no logra convencer a su audiencia.
Es arriesgado decir que “la solución” es más Estado (no me gusta la
formulación), pero es claro que –escuchando la frecuencia de radio
interceptada a los Templarios-, que a estas alturas sin un gesto claro
que restituya los poderes formales, la gente, las autodefensas, esos
ganaderos, esos empresarios, esos campesinos, obreros, mujeres, jóvenes
están en todo su legítimo y muy humano derecho a defenderse y recuperar
su vida.
Lo dije hace unos días en mi muro de Facebook: desarmar a las
autodefensas sin combatir a fondo lo que ha sido construido en Michoacán
(y otros territorios del país), es condenarlos a una muerte anunciada.
Lo que va en juego es el país, la vida misma.
Profesora e investigadora del Departamento de
Estudios Socioculturales de la Universidad Iteso de Guadalajara, miembro
del Sistema Nacional de Investigadores nivel 3
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