Entre las piezas más apreciadas de ese gran tesoro en Australia, destacaban monedas mexicanas del siglo XVII. Eran de ocho reales, también llamadas real de a ocho, peso duro o peso fuerte. Las hallaron pescadores que dijeron que en el fondo del mar había "una alfombra de monedas de plata", lo que despertó una fiebre de saqueadores que se llevaron la mayor parte de ellas. Sólo una fracción fue rescatada para ser exhibida en el pequeño museo de Geraldton, una ciudad aislada entre un gran desierto y el Océano Índico.
Los investigadores dijeron que provenían del naufragio del Zuytdorp, un barco holandés que desapareció en 1711. Lo que no explicaban era por qué había llegado ese navío hasta ahí, en una época en la que Australia era una tierra desconocida para el mundo occidental... Y lo más importante, ¿cómo es que el Zuytdorp, que había circunnavegado África y cruzado el Índico, venía cargado de dinero acuñado en la Casa de Moneda de la Ciudad de México?
Durante 300 años, de los siglos XVI a XIX, las monedas del imperio español, provenientes de las colonias americanas -sobre todo de México-, fueron el medio de intercambio más importante. Tuvieron curso legal -oficialmente podían usarse para comprar y vender- en Europa, Estados Unidos y hasta China; fueron fundamentales para el desarrollo y la expansión del capitalismo, y de hecho, dos de las monedas dominantes del mundo moderno, el dólar estadounidense y el yuan chino, fueron creadas con base en nuestro Real de a Ocho, lo mismo que las de los países latinoamericanos, Canadá y Filipinas.
¡Quién podría imaginar hoy que el antecedente directo del humilde peso mexicano fue el rector pecuniario global por tres siglos!
Geraldton es un sitio que hace sentir que se está verdaderamente lejos. No es sólo que Australia esté del otro lado del Océano Pacífico y en la mitad sur del planeta. Además, Geraldton está muy lejos de las ciudades más conocidas de la isla continente, en la costa menos poblada: desde Sydney hay que tomar un vuelo de cinco horas hasta Perth, y de ahí hay que manejar 400 kilómetros hacia el Norte. Parado ahí, lo único que se ve al frente, a la derecha y atrás, es un desierto inmenso. Y a la izquierda, un mar peligroso, lleno de corrientes y traicioneros arrecifes.
Ahí se hundió el Zuytdorp. Venía de Holanda, había dado la vuelta al continente africano por el Cabo de Buena Esperanza, y después había atravesado el Océano Índico aprovechando la fuerza de los vientos conocidos como "rugientes cuarentas", porque siguen más o menos el paralelo 40. El truco era saber cuándo abandonar esta especie de tobogán de aire y torcer a la izquierda, hacia el Norte, para poder ir a Batavia (una colonia holandesa que hoy es la isla de Java, en Indonesia). Si uno se distraía, la fuerza de la tormenta lo arrojaba contra los arrecifes de lo que entonces era llamado Terra Australis (tierra del sur), un continente inexplorado. Esto pasó al Zuytdorp. Lejos de todo sitio conocido y sin posibilidad de ayuda, es posible que sus sobrevivientes se hayan convertido en los primeros europeos australianos.
¿Y cómo es que ese barco traía monedas mexicanas? Cuando se hace la pregunta de qué es lo que hizo la corona española con los recursos minerales de América, la respuesta no está en Madrid, sino en Londres y Ámsterdam. Los piratas que atracaban los navíos españoles en ruta a Europa operaban bajo las "patentes de corso" que daban los reyes de Inglaterra y Holanda, una autorización para atacar y saquear al enemigo. Todas esas riquezas se depositaban en los bancos de esos países. Lo paradójico es dónde terminaban las riquezas de los barcos que sí conseguían llegar a España: las muchas guerras que sostenían los reyes peninsulares se financiaban con créditos que otorgaban los banqueros holandeses e ingleses, que recuperaban sus inversiones con altos intereses. Esto significaba que los comerciantes de esas nacionalidades tenían a su disposición una enorme cantidad de monedas de plata acuñadas en América.
La Casa de Moneda de la Ciudad de México fue la primera del continente. Fue establecida en 1535, en la parte de atrás del palacio de Hernán Cortés (que había sido confiscado por el virrey Antonio de Mendoza), hasta que en 1562 fue instalada dentro de lo que hoy conocemos como Palacio Nacional.
Los grandes descubrimientos de plata en Sudamérica condujeron a la apertura de nuevas casas de moneda en Lima, Perú (1568 a 1589, y reabierta en 1684); Potosí, Bolivia (desde 1575); Santa Fe de Bogotá, Colombia (1620); Ciudad de Guatemala, Guatemala (1733), Santiago de Chile, Chile (1750) y Popayán, Colombia (1758). Sin embargo, la de México nunca perdió primacía y la mayor parte de las monedas circulantes fueron acuñadas allí.
Además de su abundancia, otro elemento que favoreció el uso de la moneda de ocho reales fue que, a lo largo de los siglos, siempre mantuvo constantes su peso y pureza. Es decir, una moneda no contenía más plata que otra, y como todas valían lo mismo; con base en ellas era posible tasar el valor de otros objetos con certeza.
Esto se debe a que el rey Carlos I de España y V de Alemania revisó en 1537 una ley de 1479, y promulgó estándares exactos para las monedas españolas de plata y de oro. El real de a ocho debía contener 423.9 granos (27.47 gramos) de plata .9305. Otra sorpresa para los mexicanos de hoy es que a lo largo de 250 años, esta moneda registró una devaluación de apenas 4.4%.
Naturalmente, tenían curso legal en España y todas las colonias del Imperio, incluidas las islas Filipinas, a donde llegaban a bordo de la famosa Nao de China, que zarpaba del puerto de Acapulco rumbo a Manila.
Los mercaderes ingleses y holandeses las usaban para hacer negocios en todo el Viejo Mundo: lo mismo con los súbditos del káiser prusiano y los del emperador austriaco que con los del zar ruso y el sultán otomano. Sus navíos las transportaban alrededor de África hasta la India y Batavia (e involuntariamente, hasta los arrecifes cercanos a Geraldton). Árabes y turcos las llevaban en camello a lo largo de la Ruta de la Seda por los desiertos de Asia Central, o en barco por el Golfo Pérsico y los mares Rojo y Arábigo, y por los estrechos de Malaca hasta Indochina.
De esta forma, los emperadores chinos se encontraban con que les estaban llegando muchas monedas de plata -acuñadas en un extraño lugar plagado de nopales- desde todos lados: de Filipinas, llevadas por españoles; de Asia Central, traídas por las esforzadas caravanas; de India, Indochina y Batavia, gracias a árabes, ingleses y holandeses.
Los chinos reconocieron la utilidad de esta manera de medir el valor de las cosas. Hasta ese momento, un caballo o el sueldo de un funcionario se valuaba en un número de pacas de seda. Las monedas mexicanas eran mucho más pequeñas y fáciles de transportar que montones de sacos de seda. Así fue que los emperadores tomaron la decisión de imprimir el sello imperial en los reales de a ocho, para que sus súbditos pudieran tener la seguridad de que era un medio de cambio aceptado en todos los dominios de El hijo del cielo.
Los reales de a ocho también se popularizaron al norte de México. En 1645, la colonia de Virginia los adoptó como moneda oficial. La corona inglesa trató de introducir su propia acuñación, llamada American Plantations, y hecha en la Torre de Londres, pero en la parte de atrás de la moneda se establecía que su valor era equivalente no a una fracción de libras esterlinas, sino a 1/24 de real español. Lo mismo hicieron las colonias que emitieron billetes, que debían ser redimidos en pesos duros, y más tarde, también el Congreso Continental que declaró la independencia de Estados Unidos.
Tras la Independencia, en 1821, México había mantenido el sistema monetario español en el que 16 reales eran equivalentes a un escudo de oro, y el real de a ocho era la moneda de plata de mayor denominación. Sólo hasta 1863 aparecieron monedas llamadas centavos, equivalentes a un céntimo de peso, y el primer peso de plata fue acuñado en 1866. Los reales desaparecieron en 1897. Hasta 1918, el contenido de plata de las monedas fue el mismo, pero en ese año comenzaron a perder peso y pureza, lo cual continuó hasta 1977, cuando se acuñaron las últimas monedas de plata de 100 pesos. Cuando en 1889 el gobierno chino estableció una moneda propia, el yuan, definió su valor como equivalente al de un "peso mexicano". Así llamaban los reales de a ocho en Asia. Porque en algún tiempo ya casi olvidado, las monedas de plata de Zacatecas, Taxco y otras regiones mexicanas, acuñadas en la Ciudad de México, fueron el primer medio de cambio global de la historia. Nada menos que durante 300 años. Hoy, con el peso devaluado ante el dólar, y el dólar que pierde valor con relación al euro, el yuan y mucha otras monedas, resulta difícil creer que lo que se ve en una vitrina de un pueblo perdido de Australia son valiosos pesos mexicanos.
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