El primer debate presidencial en la historia de México fue ganado abrumadoramente por Diego Fernández de Cevallos en 1994. El candidato del PAN pasó por encima de los argumentos de Ernesto Zedillo del PRI, y arrolló con su lenguaje de cuerpo y reacciones vivaces al abanderado del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas. Parecía que el camino se allanaba para la alternancia en el poder. Pero casi tan pronto como terminó el debate, Fernández de Cevallos desapareció durante un mes. Toda la inercia de su victoria ante la opinión pública se desvaneció. El misterio rodeó aquella primera desaparición. Se había enfermado, dijo al resurgir de las sombras; lo había comprado el entonces presidente Carlos Salinas, dijeron sus colaboradores en Los Pinos.
Estar un mes escondido probablemente le costó la Presidencia a Fernández de Cevallos y Salinas pudo reconciliarse con su pasado, las elecciones presidenciales en 1988 que estuvieron marcadas por la sombra de fraude, y entregar el país en paz. Su viejo amigo Manuel Camacho había neutralizado al EZLN en negociaciones sin fin con el Subcomandante Marcos cuya finalidad no era firmar la paz, sino evitar que un entorno de conflicto, agravado por el asesinato del candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio, alterar la elección. Diego, desde entonces llamado “El Jefe Diego”, se había convertido en el siguiente obstáculo, ante la falta de personalidad de Zedillo, candidato por default ante la muerte de Colosio. Salinas no lo podría permitir.
Fernández de Cevallos siempre ha sido un hombre de Estado, pero sobretodo, un empresario que utiliza como herramienta la abogacía. Con Salinas tejió una sólida amistad, producto de las negociaciones que junto con Carlos Castillo Peraza, el líder nacional del PAN en aquellos años, realizó para que a cambio de poder político le permitieran reconstruir la economía del país. El trueque fue apoyo para el Tratado de Libre Comercio y la apertura de la economía mexicana, por Baja California, la primera gubernatura que ganó el PAN, el derrocamiento de Fausto Zapata como gobernador de San Luis Potosí, y la caída, antes de asumir la gubernatura de Guanajuato, de Ramón Aguirre. Los pactos secretos le abrieron la puerta al poder al PAN, que seis años después llegó a la Presidencia.
El argumento justificatorio del PAN, con buena razón, no era que hubieran claudicado ante Salinas, sino que Salinas se había montado en el programa ideológico del PAN para transformar la estructura nacional. Salinas, en efecto, se empanizó, y en el camino Fernández de Cevallos se convirtió en su mejor interlocutor -hasta su desaparición hace una semana se mantenía como el más serio que tenía el PRI con el poder- y su gran amigo. ¿Qué sucedió después del debate? “Nos costó dos millones de dólares”, dijo años después uno de los hombres más cercanos de Salinas en los tiempos de la Presidencia. Si esa frase fue una metáfora, nunca lo explicó. Si era literal, mucho menos. El resultado, en todo caso, fue un sexenio a cargo de Zedillo.
Fernández de Cevallos, que recién cumplió 71 años en marzo, pertenece a toda una corriente de derecha que dominaban la mitad de la Facultad de Derecho de la UNAM en los 60s, durante los duros años de la polarización impulsada por la Guerra Fría. Orador brillante desde joven, polemista excelso, un hombre inteligente, temerario y, sobretodo, pragmático. La política es su vida, pero los negocios, en su bufete, es la sangre que lo alimenta. Notablemente educado, simpático, dicharachero, echado para adelante, “El Jefe Diego”, como lo llaman desde que fue coordinador de los diputados panistas en 1991, ha sido un ciclón que en los últimos años pagó el antagonismo con los panistas en el poder.
No es nuevo que no está ahora, ni desde hace casi una década, en el ánimo del hoy presidente Felipe Calderón, con quien estuvo a punto de llegar a los golpes en una ocasión por una desavenencia derivada de comentarios homofóbicos de Fernández de Cevallos en contra de Castillo Peraza. “El Jefe Diego” no es del grupo político que hoy está en el poder, aunque no ha dejado de hacerle favores y mantiene influencia a través de sus viejas relaciones de asesor, amigo y patrón de varios miembros del gabinete, particularmente en las áreas de política interna y procuración de justicia. Pero no necesariamente, el destinatario final de sus gestiones ha sido el PAN.
En el sexenio de Vicente Fox, por ejemplo, fue el operador del autor intelectual de los videoescándalos en contra de Andrés Manuel López Obrador, a quien ese grupo buscó desbarrancar de la contienda presidencial. El favor se lo hicieron a Fox, e indirectamente a Calderón, pero no era por los panistas, sino por ellos mismos. Salinas recibió del empresario Carlos Ahumada los videos con los que querían probar corrupción del equipo más cercano de López Obrador, y junto con Fernández de Cevallos manipularon a Bernardo Gómez, poderoso vicepresidente de Televisa, para que ordenara su difusión, mediante emboscadas en vivo a cercanos del político al que querían destruir.
Fernández de Cevallos no es un hombre que pierda la compostura. Sabedor de su poder, se maneja como virrey en Querétaro, su tierra natal, y como el gran sabio detrás de estrellas emergentes dentro del PAN. Uno de los alumnos ya cuajados que quieren subir es Fernando Döring, a quien usó de mensajero para llevar los videos de Ahumada a Televisa. Una controvertida política que quiere volar alto es la diputada Gabriela Cuevas, a quien asesoró para que se convirtiera en dolor de cabeza permanente del jefe de Gobierno Marcelo Ebrard. Durante casi dos décadas fue un poder visible, y en los últimos años, invisible, dejaba sentir su fortaleza, convertida más en triunfos legales espectaculares -por los cuales las comisiones llegaron a ser de más de ocho cifras- que en construcciones políticas.
De eso ya tuvo bastante. Con Salinas construyó un México más moderno y más desigual. Con Salinas edificó las bases para una alternancia, pero no en la ruta de una democracia plena sino de una democracia tutelada. Fernández de Cevallos, un macho fajado con barba aristocrática del Siglo XIX, es un hueso muy duro de roer. Pero para muchos, pese a las pasiones que despierta, los odios que genera, y todo lo que debe durante sus cruzadas en tribunales y litigios, vale más vivo que muerto. Ha sido un hombre funcional al sistema político y, como subproducto del mismo, con todos sus defectos y virtudes. En eso se tasa su valor. Lo demás, son valoraciones y juicios históricos que faltan aún hacerse.
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