Somos guerreros. La huelga de hambre sigue, expresa Miguel Márquez Ríos, integrante del grupo de ex trabajadores de Luz y Fuerza del Centro (LFC) que está por cumplir un mes en ayuno en el Zócalo capitalino.
A diario sofoca el calor debajo de la gran carpa verde y de las tiendas de campaña levantadas frente a Palacio Nacional; si hay lluvia, los chorros de agua invaden la plancha de concreto y, en la noche, la batalla es contra los insectos y el frío.
El plantón del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) no ha estado exento de
amagos de civiles sospechososque merodean el lugar; una vez les aventaron una estopa ardiendo que alcanzó a quemar una manta y, hace algunos días les lanzaron, desde la parte alta de Palacio Nacional, canicas –las conocidas como ‘bombochas’– las cuales conservan como prueba de las agresiones, y que son adjudicadas a los soldados que vigilan las oficinas presidenciales.
Los electricistas, sus familias y otras personas –principalmente jubilados y jubiladas– que apoyan a los huelguistas, se ajustan perfectamente a las reglas para ingresar al campamento: registro puntual en un cuaderno, colocación de un gafete, cubreboca y gel antibacterial, para evitar daños inesperados.
A unos metros del punto de revisión, del lado derecho, está la carpa de la decena de mujeres en ayuno, quienes no saben estar quietas. Sacan la bolsa con el tejido, acomodan sus pertenencias, ven la televisión o se reúnen para darse ánimos.
Del otro lado están las carpas de los varones, similares a una sala de urgencias de un hospital público, catre con catre están casi pegados; los que iniciaron la protesta desde el 25 de abril pasado, un primer grupo de 10 (hasta ayer quedaban cuatro) ya no aguantan los dolores de espalda por dormir tantos días sobre una cama endeble.
Los huelguistas portan una playera roja con leyendas. Al frente está el escudo de su sindicato y se lee:
Por el SME, mi mente, mi alma, mi espíritu y mi vida. Hasta la victoria. Huelga de hambre.
En la parte posterior, de un lado el logo de LFC y en el opuesto el del SME, símbolos que
no se llevan en los labios para vivir de ellos, sino en el corazón para morir por ellos.
Los electricistas en resistencia se distinguen por llevar colgado al pecho su credencial, ampliada y resguardada por una mica de unos 20 centímetros de largo por 15 de alto.
Miguel es uno de los dos integrantes del comité central del SME que aprobó los exámenes médicos y que se integró a la protesta.
El otro es Gregorio Ernesto Paredes, de la Comisión Autónoma de Hacienda, con casi 25 años de antigüedad en Luz y Fuerza. Varios líderes estuvieron en la disyuntiva de ponerse en la primera línea del ayuno permanente o continuar en la organización de este movimiento opositor a la extinción de LFC.
Y fue justo en esa región, con amplias zonas rurales, donde se registraron los porcentajes más altos de trabajadores que se negaron a ser liquidados, pese al bono adicional ofrecido por el gobierno.
Y es ahí también donde se prevé, de acuerdo con declaraciones del opositor en el SME, Alejandro Muñoz, la búsqueda de inversionistas privados para que se hagan cargo de esa planta, ubicada en una zona rica en recursos naturales.
Al respecto, el prosecretario de divisiones, quien conoce el proceder de los electricistas del campo y la ciudad, advierte que el pueblo de Necaxa es capaz de defender la hidroeléctrica con la vida misma.
Estamos con el corazón metido en este movimiento. Hay compañeros enlistados, que pasaron los exámenes médicos y que están con la mira de venir a integrarse a la huelga de hambre, expresa.
Porque, agrega, qué se puede esperar de un títere como Muñoz que primero fue líder, defensor de la materia de trabajo del SME, hoy es empresario y esquirol de nuestro contrato. Si aun con el repudio de trabajadores y jubilados se atreven a llevar a sus inversionistas, lo único que provocarán será un enfrentamiento. Nosotros estamos unidos.
Miguel tiene 22 años de antigüedad en LFC y se integró a la huelga de hambre el 3 de mayo, es decir, ayer cumplió 20 días en ayuno, sin importar las afectaciones –coyunturales o permanentes a su salud– porque está convencido de que la lucha es justa.
Los del SME no somos ni héroes ni mártires, sino un grupo de trabajadores que no está dispuesto a ser pisoteado. Tenemos claro que si en el país no hay justicia, ésta será tomada por propia mano.
Miguel ya perdió más de 10 kilos –al principio disminuía un kilo por día– pero todavía se ve fuerte, apenas con los labios resecos.
Asegura que no van a dar ni un paso atrás; como han repetido desde hace 28 días en que se instaló el campamento en el Zócalo, de una huelga colectiva de hambre posiblemente sin precedente, su lucha es hasta las últimas consecuencias. El gobierno federal, asevera, no les dejó otra opción.
Las respuestas del dirigente son fluidas y enfáticas; pero de pronto la voz se le corta, traga saliva y los ojos se le humedecen cuando recuerda la trayectoria del SME:
¡este es mucho sindicato. Somos guerreros y no permitiremos que este gobierno estúpido acabe de un plumazo con 95 años de historia de nuestra organización y con 106 años de Luz y Fuerza. Nos mantenemos aquí, así, porque tenemos mucha dignidad, mucho valor!
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