EN CORTO
José Luis Avendaño C.
Clasemedieros en el límite
“… yo no entiendo esas cosas de las clases sociales… ” JAJ
Pues con la novedad de que somos un país de clase media o, mejor dicho, de clasemedieros. No predominan ni los pobres ni los ricos. Alcanzamos, no en el Bicentenario, sino con el PRI restaurado, la justa medianía, que quiso Morelos.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) nos da una radiografía de las clases sociales. Con base en 17 indicadores –no únicamente el ingreso—, hay 44 millones de personas de clase media, y en los extremos, 66.4 millones de clase baja (59.1 por ciento), un millón 340 mil personas de clase alta, apenas 1.7 por ciento de la población mexicana. Es decir, por cada persona de clase alta existen 49 de clase baja (La Jornada, 13-6-2013).
¿Y cómo mide a la clase media el
INEGI? Es aquella familia de cuatro integrantes que poseen, al menos,
una computadora (hace 50 años, una televisión), en que los hijos asisten
a una escuela pública, cuyo gasto trimestral en alimentos y bebidas
fuera del hogar es de cuatro mil 100 pesos y cuyo jefe de familia
trabaja en el sector privado.
Si nos atenemos a dicha clasificación, veremos que está clase media se halla más cercana a la clase baja, que “no es sinónimo de pobreza”; es decir, en buen español, está poquito jodida, para no hablar de que está en vías de proletarización.
Lo anterior nos habla de una extrema polarización o desigualdad social, que es estructural, pues atraviesa la Colonia, el México Independiente, la Reforma, el Porfiriato, la Revolución y llega –agravada por el capitalismo salvaje neoliberal— hasta la actualidad.
El INEGI precisa que clase social baja no es sinónimo de pobreza, que, por tanto, no es una clase social, sino “una condición”. En consecuencia, mientras la clase baja está constituida por el 59.1 por ciento de la población, la pobreza afecta al 42.6 por ciento.
Sin
embargo, el mismo Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social (Coneval) reconoce que la pobreza va en aumento, al
ser creciente el número de personas que no puede adquirir la Canasta Básica de Alimentos con
el ingreso de su trabajo. Situación que domina en México, como dice
Carlos Fernández-Vega, en los últimos 21 trimestres, es decir, a lo
largo de cinco años tres meses (La Jornada, 13-6-2013).
En estas condiciones, México va en sentido contrario a lo que es la tendencia mundial de
una disminución del hambre, como observa la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus
siglas en inglés).
El Banco Mundial confirma el mediocre crecimiento de México, no obstante su fortaleza macroeconómica,
pues crecerá apenas 3.3 por ciento y ocupará, por tanto, el lugar 16
entre las 27 economías latinoamericanas, por debajo de Haití, reputada la nación más pobre del subcontinente.
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Pobreza Extrema: Ahumada |
En la misma tónica, medio optimista,
México no se encuentra entre los 38 países que según la Organización de
las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus
siglas en inglés) que han cumplido con los objetivos del milenio, en cuanto al combate al hambre, establecidos para 2015. Habrá que esperar, con el mismo modelo económico, hasta 2018, a ver qué cuentas entrega RoRo (Rosario Robles), o hasta 20180…
Pero, como sentenció Keynes: “En el largo plazo, estaremos muertos”; aunque muchos, no tan a largo plazo, de hambre.
De cualquier manera, la (contra)reforma laboral no se reflejará en el empleo formal ni un salario digno;
al contrario. Como señala Graciela Bensuasán, consultora de laComisión
Económica para América Latina (CEPAL) para México: “dos cuestiones
centrales para mejorar la situación de los trabajadores –el acceso a una
justicia laboral independiente y oportuna y recibir un salario digno
como lo exige el artículo 123 constitucional – quedaron completamente
fuera del debate sobre los cambios necesarios en la institucionalidad
laboral, satisfaciéndose de esta forma posiciones de los empleadores,
defensores a ultranza del statu quo en ese terreno”(La
Jornada, 17-6-2013).
Y a todo esto, ¿qué hay con el dinero? ¿Es necesario para ser feliz? Quién sabe, pero lo sí es cierto es que calma los nervios, de nosotros, deudores, inmersos en una sociedad que sigue funcionando y/o moviendo por el crédito. Así, de simples mortales somos, que vivimos al límite…
Allí están los que, no pudiendo pagar rentas o hipotecas de las casas que habitan, son lanzados a la calle. Una de las dramáticas caras de una crisis multiforme.
Léase el texto de María Victoria Arechabala: "Y mi palabra es la ley. Las canciones de José Alfredo Jiménez. Una escucha analítica"
(Trilce / Secretaría de Cultura del GDF. México. 2013), que le sirvió
de tesis para doctorarse en Psicoanálisis y Filosofía de la Cultura por
la Universidad Complutense de Madrid. Y uno que creía que las canciones
de José Alfredo (como las que interpreta José José sobre el desamor) servían únicamente de colofón, en plena madrugada, junto a un tequila, a cualquier reunión. Pero no solamente. Sirven de una manera de introspección o psicoanálisis del mexicano o de lo mexicano.
Curiosamente, la frase que da título al libro, que es de la canción El Rey, comienza diciendo: “Con dinero o sin dinero, siempre hago lo que quiero, y mi palabra es la ley…” Hasta aquí “su discurso pone de manifiesto la desigualdad de los sentimientos entre el yo que ama, el enamorado, y el objeto de amor interpelado”.
En el plano de los sentimientos, también domina la desigualdad: entre aquel que ama –“el sujeto enamorado JAJ”, como postula la analista—, como autor y cantante, y que tiene un efecto especial en quien escucha, que no necesariamente se corresponde con el objeto amado o deseado, que puede ignorarlo o no saber de su existencia.
Un estudio interesante sobre el cancionero José Alfredo Jiménez, al que vale volver.
Con sus canciones, momentáneamente, se borran las clases sociales. ¡Salud!
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