TLCAN 2.0: más allá del comercio
José Luis Avendaño C.
De acuerdo con lo previsto –a menos que diga otra cosa el imprevisible de la Casa Blanca—, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en su versión actualizada o 2.0, estará listo para el mes de mayo.
Recordemos que una de las primeras decisiones del presidente Donald Trump fue la renegociar el TLCAN que tiene firmado Estados Unidos con Canadá y México, bajo el pretexto de que su país ha perdido inversiones y empleos, y que sus socios –México en particular— han sacado ventaja; es decir: se ha aprovechado de EU.
Este tratado arrancó el 1 de enero de 1994, y en ese entonces el presidente Carlos Salinas, dijo que los tres países ganarían, en especial, nuestro país, que sería de ligas mayores. Desde años atrás, se dieron pasos hacia la apertura económica, como la incorporación de México a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a una treintena de economías más dinámicas, aunque en varios índices de desarrollo humano ocupamos los últimos lugares.
Al paso del tiempo, la economía mexicana ha crecido apenas dos por ciento anual (contra seis por ciento cada año entre 1940 y 1982), insuficiente para un desarrollo sostenido y autónomo. Pasamos del desarrollo estabilizador al estancamiento estabilizador, si se toma en cuenta el crecimiento de la población, y que afecta a los jóvenes, que tienen que salir, del campo a las ciudades y rumbo al norte.
En su versión inicial, el TLCAN es parte de un modelo de crecimiento hacia fuera, en base a dos componentes: la inversión extranjera y las exportaciones, con el logotipo de hecho en México; productos y servicios (incluido el turismo) con el sello de las grandes empresas extranjeras asentadas aquí, en México, aprovechando los bajos costos de producción, ya sea salarios (de diez a uno, en promedio) o regulaciones ambientales. Es el caso, por ejemplo, de las empresas que fabrican automóviles, y que Trump quiere que se eleve el componente de Estados Unidos, es decir, que la mayoría de las autopartes se hayan hecho allá (en EU) por trabajadores estadunidenses. Todo ello, rompiendo las cadenas productivas internas para un desarrollo independiente.
El tratado trilateral es parte de un proyecto geopolítico que viene al finalizar la segunda Guerra Mundial (1939-1945), y que consolidó a México como parte de América del Norte –al que geográficamente pertenece—, aunque con ello lo distanciase del resto de América Latina, a la que lo unen lazos culturales, comenzando por la lengua, aunque el inglés sea más dominante. Así, la inversión y el comercio son apenas la punta del iceberg. El espacio privilegiado para lanzar este proyecto son los tres mil kilómetros de la frontera (sur de Estados Unidos/norte de México).
Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron el pretexto para que se empataran la seguridad fronteriza, pieza clave de la seguridad nacional estadunidense, con el fenómeno ancestral de la migración, que de ser puramente económico se transformó en político, y que Trump quiere contener mediante la construcción de un muro, a partir del Complejo Militar Industrial.
Este CMI, rebautizado Complejo Militar Industrial de Seguridad e Inteligencia es el núcleo del llamado Gun Belt (Cinturón de las Industrias de Armamentos), que va del estado de Washington, en la frontera con Canadá, baja a California, en la costa oeste, y atraviesa Nuevo México y Arizona, y de ahí a Texas y Florida, y sube por la costa este hasta Nueva Inglaterra, de nuevo frontera con Canadá (California, Arizona y Texas hacen frontera con México, más Florida, de cara al Golfo de México). Del este lado, comprende los estados de Baja California, Chihuahua, Nuevo León y Tamaulipas (limítrofes con EU), y baja a Sonora, Coahuila, Zacatecas, Durango, Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro, siguiendo la ruta del Camino Real de Tierra Adentro (siglo XVII), un corredor industrial, donde se ensamblan lo mismo automóviles que partes electrónicas y aeroespaciales, al igual que bienes de uso dual (militar/civil).
Léase La frontera México-Estados Unidos. Espacio global para la expansión del capital transnacional (Instituto Nacional de Antropología e Historia. México. 2017), de Juan Manuel Sandoval Palacios, que presenta una exhaustiva investigación sobre la importancia geopolítica de la frontera México-Estados Unidos en esta etapa del capital, que integra y subordina a su frontera sur a los intereses globales.
Sandoval, integrante del Seminario Permanente de Estudios Chicanos y de Fronteras de la Dirección de Estudios de Antropología Social de la INAH, concluye que “la securitización de la migración y de las franjas fronterizas de Estados Unidos y México, es fundamental para el proceso de intensa acumulación transnacional de este espacio global.”
Al margen de lo resulte el TLCAN 2.0 (digital político), la cuestión laboral, es decir, migratorio, seguirá siendo la piedra en el zapato del Tío Sam, no obstante el aparatoso despliegue militar de contención.
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