Sabina Berman MÉXICO, D.F., 2 de diciembre (Proceso).- Viste y camina como un presidente, con trajes a la medida y pasos decididos y enérgicos. Es recibido como un presidente por los gobernadores y el Secretario de Defensa lo pasea en un jeep de pie, como a un presidente. De cierto, en el noticiario nocturno de Televisa, sus actos de gobierno (cortar listones, dar discursos, pasearse entre multitudes que lo aplauden), ocupan cada noche más tiempo que los del presidente en funciones. Y su boda de este domingo con la primorosa Gaviota, es un asunto que se trata con el recato, y sin embargo la difusión masiva, que ameritaría la boda de un presidente de la República.
Tratándose de Enrique Peña Nieto, conviene recordar el cuento de Mario Benedetti llamado La Expresión, y que acá parafraseo al vuelo.
El pianista consagrado entra al escenario en un frac y con un porte de pianista consagrado. Con ambas manos vuela hacia atrás las colas del frac, toma asiento ante el teclado, se calienta los dedos sobándolos entre sí, y entonces alza las manos en un gesto dramático para luego irlas bajando hasta posarlas en sus rodillas.
¿No sabe tocar el piano? ¿Nunca lo supo o piensa que no es ya indispensable? Nadie lo sabe, ni siquiera él mismo.
Pero sus hombros agachados, las sacudidas de su melena, sus ojos en éxtasis, dan cuenta de las maravillosas frases musicales que debieran estarse escuchando, y el público contiene la respiración ante un concierto inaudible, pero de seguro inolvidable.
Seamos francos: ¿qué ha hecho el gobernador Peña Nieto en su estado para ameritar ser el puntero indiscutible en la contienda por la presidencia de la República?
Formuló algunos compromisos y ha ido cumpliendo la mayoría, y que deslumbre que un gobernador fije objetivos y los cumpla, habla más del estado lamentable de nuestra clase política que de su promesa como presidente. Es justo en cambio preguntarse si ha transformado de fondo al estado de México, con consecuencias importantes. Si durante su mandato ha repuntado el producto interno bruto. Si la proporción de pobres ha cambiado. Si la educación mexiquense se ha vuelto excelente. Si hay una pléyade de toluqueños geniales, que revolucionan la empresa privada o las artes o la literatura mexicana. Si los feminicidios han desaparecido. Si la criminalidad ha sido abatida.
Por fin el pianista exhala y en un movimiento exasperado se alza, la melena revuelta, el rostro sudoroso, y el público, que nada ha escuchado, aplaude como hipnotizado, se pone en pie y ovaciona.
Lo que sí nos consta que ha hecho el gobernador Peña Nieto de forma incomparable, ha sido propagar su estampa por cada medio masivo del país y crear la sensación de inevitabilidad de su ascenso a la presidencia. Pero si atendemos con cuidado a las noticias que de él mismo ha propagado, nada nos dicen de su estilo personal de gobernar y mucho menos de un proyecto para el país acuñado detrás de sus pestañas.
En cambio, esto es lo que nos dan saber sus dichos y sus fotografías con los personajes más poderosos de México.
Nos hacen saber que Peña Nieto sabe tejer alianzas con todos y cada uno de los poderes fácticos del país. Igual sonríe junto a Elba Esther Gordillo que a Carlos Salinas que a los tres directores de los periódicos de mayor circulación. Igual frunce el cejo, en señal de enjundia, junto al Secretario de Defensa, que se inclina solícito, en señal de deferencia, junto al Papa Benedicto XVI.
Y también esto sabemos por sus declaraciones públicas. Aparte de querer ser nuestro presidente y de saber cómo lograr llegar a serlo, por lo pronto no ha tenido tiempo de articular un proyecto para la nación. De cierto, en su primer discurso dedicado precisamente a declarar sus ideas sobre el país, durante la comida de Líderes Mexicanos el pasado mes de septiembre, lo que inquietó a los comensales fue la retahíla desordenada de lugares comunes.
“Lo que hoy se dice de nuestro país en el extranjero no es bueno... Debemos hacer un mayor esfuerzo para que también lleguen las buenas noticias al extranjero”. “El esfuerzo (en educación) debe estar orientado de manera decidida a elevar su calidad”. “Además de que la cultura de respeto al medio ambiente perneé a toda la población… también las inversiones públicas deben estar encaminadas a impulsar un desarrollo sustentable”. “Se equivocan aquellos que suponen que el avance de la democracia debe pasar por el regreso al viejo régimen”. Y en cuanto a la terrible inseguridad que vivimos, “el gran reto es combatirla frontalmente, para dar seguridad a toda la población mexicana”.
Lo de Peña Nieto parece ser operar lo que ya existe. Mover las piezas del sistema tal y como está. De nuevo: pactar con los poderes existentes. En otras palabras, lo que hasta ahora Enrique Peña Nieto nos ha comunicado de sí mismo, es que él es el garante de que en México nada cambie.
“Cambiar para que nada cambie”. La frase no es de Confucio ni de un gurú Zen ni un acertijo medieval. Es de Jesús Reyes Heroles, el ideólogo principal del PRI de la segunda mitad del siglo pasado, y fue acuñado en tiempos en que la mayoría de los mexicanos creía que las desventajas de la dictablanda priísta eran compensadas por la paz social y un gradual progreso.
Ante nuestras condiciones actuales, no cambiar de fondo sería condenarnos a prolongar el declive que vivimos. Ante las oportunidades del siglo XXI, no cambiar para aprovecharlas, sería conformarnos con esta despaciosa caída.
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