Ciudad de México | Domingo 13 de marzo de 2011 Héctor de Mauleón | politica@eluniversal.com.mx
Con esas cartas credenciales hace la radiografía de la clase política mexicana: en una hora de conversación, califica a nuestros dirigentes de “inmorales”, “descarados”, “pillos”, “ladrones”, “cleptócratas”, “bestialmente corruptores” y “raterillos vulgares”.
Afirma: “Los políticos mexicanos poseen labia, talento, imaginación, pero han perdido la honorabilidad. Tienen voluntad de servir, pero sólo a sus intereses personales y a sus intereses de grupo. Por eso México ha dado las más grandes camadas de políticos millonarios de los últimos 70 años. La gran tara de la acción política es la corrupción. En México dejó de haber cualquier asomo de control de la corrupción, que ahora ha invadido los tejidos linfáticos del cuerpo social”. Político profesional y eterno, fogueado en el echeverrismo —y desde entonces secretario de Estado, diplomático, legislador, candidato a la Presidencia, dirigente nacional del PRI y, años más tarde, del PRD—, el actual presidente de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados concentra una trayectoria que lo ubica como testigo privilegiado de la historia inmediata: un conocedor a fondo del sistema que acaso colaboró a crear.
“La corrupción era una política de Estado que servía para premiar y para castigar. El que mandaba tenía el control, tenía el registro de la corrupción y la usaba contra los otros como amenaza o intimidación. La llegada de Carlos Salinas de Gortari al poder significó el gran quiebre: a partir de ahí, la corruptela se hizo gigantesca”, explica.
El gobierno de José López Portillo también ha pasado a la historia, sin embargo, como un régimen excepcionalmente corrupto…
Hay presidentes corruptos, gobiernos corruptos y clases políticas corruptas, como la actual. Son temas distintos. López Portillo no me parece un personaje corrupto, no hay evidencia. Pero es cierto que a su alrededor mucha gente se enriqueció.
Soy infidente, pero no delator. Prefiero hablar de épocas. Para construir un régimen es necesario que todo se absorba institucionalmente. El PRI fue el partido de la revolución institucionalizada, entre otras cosas, porque también institucionalizó la corrupción. No la dejó suelta. Hizo un sistema de botín, de botín bajo control, en el que siempre hubo premiados. Los premiados eran los leales. Y sin embargo hubo presidentes que cuidaron que la corrupción estuviera bajo la mayor tutela. (Adolfo) Ruiz Cortines, por ejemplo, era sumamente cuidadoso de que el dinero de particulares no entrara a las campañas políticas. Decía: “Cada dinero que entra es un contrato de obras públicas”. Luego desapareció esta relación entre el capitán y sus huestes. ¿Por qué cree que el gobierno de Carlos Salinas significó el gran quiebre?
La corrupción registra tres momentos. Uno consistía, fundamentalmente, en el peculado: los políticos se echaban el dinero a la bolsa. “No pido que me den, sino que me pongan donde haiga”. Luego vino el contratismo, y la corrupción dio una vuelta coperniquiana: apareció el famoso modelo del maestro Hank, que consistió en crear empresas que surtían al gobierno para hacer que el dinero pasara de una bolsa a la otra. Los grandes políticos comenzaron a ser grandes empresarios. De pronto apareció el neoliberalismo, que fue bestialmente corruptor. En tiempos de Miguel de la Madrid se les dio a los empresarios información privilegiada sobre devaluaciones y valores bursátiles.
“De ese modo se crearon grandes fortunas fincadas en la ilegalidad. A través de la Bolsa (de Valores) se transmitieron grandes cantidades de dinero. Personas específicas pudieron comprar grandes empresas”.
¿Cómo impactó todo esto en la clase política?
Salinas estableció una tecnocracia inmoral que multiplicó exponencialmente la corrupción. Además del flujo de información confidencial, se concedieron ventajas tremendas a privatizaciones corruptas. Prestadores de servicios que tenían congeladas las tarifas pudieron aumentarlas en cuanto esos servicios fueron privatizados, el caso de Telmex. Se creó una economía financiera, despegada de la economía real, cuyos artificios hicieron que el gobierno, con los años, quedara supeditado a los grandes capitales, a lo que hoy llamamos los poderes fácticos.
¿La transición democrática no pudo alterar ese esquema?
Vicente Fox se dedicó a pagar las deudas de campaña a los empresarios que le dieron dinero, y terminó por establecer una cleptocracia. Los empresarios, los políticos y sus familias se dedicaron a enriquecerse. Ahí están los hermanos Bibriesca, los negocios que se han hecho en Pemex y la CFE. La gran falla de la transición fue haber dejado libre el ingreso de dinero privado a las campañas, el pago brutal al dinero que entra.
¿No es hoy más difícil que un político se enriquezca?
Quizá pasamos de los grandes ladrones a los raterillos vulgares. Pero la piñata se rompió y todos se aventaron sobre las jícamas. La inmoralidad cundió. No se implantó una nueva ética del poder. Sólo hubo avaricia y codicia, arribismo de izquierda y de derecha. Aplastados por los poderes fácticos, los políticos buscan nada más el negocio, ascender y ascender.
¿No localiza usted otro tipo de personajes en la clase dirigente? ¿A qué políticos rescataría?
A los poderes fácticos nadie se les está enfrentando. La transición se realizó sin normas éticas: la clase política no se regeneró, ni siquiera se ha planteado la revisión del sistema.
¿Cuál es la solución?
Lo digo desde los 80: un gran movimiento social que lleve a la reforma del Estado.
¿Sin estos políticos?
Te lo he dicho cuatro veces: sin estos políticos.
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