Reflexiones a los 25 años del caminar episcopal de fray Raúl Vera López,
OP
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Raul Vera |
Hace 25 años, el papa Juan Pablo II hizo obispo al
fraile dominico José Raúl Vera López con una intención tan clara como turbia:
que fuera el inquisidor de una iglesia autóctona construida a la intemperie por
los pueblos originarios chiapanecos al amparo del Tatik Samuel Ruiz. Quería ser
la estocada final de una intensiva estrategia contra el “alarmante” efecto de
la teología de la liberación en aquella porción de la iglesia mexicana, y que
ya había funcionado en otros lugares como la Sierra Tarahumara, Oaxaca y
Cuernavaca, donde la intromisión de obispos conservadores ciegamente fieles a
las órdenes vaticanas había, cuando no destruido, al menos detenido el avance
de este “cáncer marxista” extendido ya en muchas partes de la iglesia católica latinoamericana
y caribeña.
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Raul Vera y Samuel Ruiz |
Pero algo salió mal. Por un grave error de cálculo
eclesiástico, o una certera acción divina, según se prefiera, este elocuente
religioso decidió seguir otras órdenes que las del obispo de Roma a quien juró
plena obediencia. Primero obedeció a los indígenas, mujeres y hombres de
profunda fe y compromiso donde no encontró herejía alguna ni nada contrario a
una auténtica tradición cristiana; luego escuchó a las mujeres, las más de las
veces sin voz en las iglesias y en la sociedad; después a los trabajadores
explotados, luego a las viudas y los huérfanos, de paso a los migrantes, ahora
las comunidades en resistencia, también a homosexuales que le abordaron en el
camino, y en todo el trayecto, a defensores y defensoras de los marginados y explotados, haciéndose uno más
con ellas y ellos; por último, lo buscaron los no-creyentes y lo hicieron apóstol de los gentiles también. En todo
el camino, por inusitado que parezca, nunca dejó de ser pastor: obispo de
puertas abiertas en una institución religiosa de puertas cerradas, con corazón humano
en medio de un episcopado de corazón de piedra, presente en el mundo y en la
historia al margen de una iglesia ausente de ellos, profeta de la justicia en una
jerarquía cómplice de la injusticia. Obispo en resistencia dentro de una
iglesia reticente.
Su labor incomoda tanto a las altas jerarquías
católicas de México y el Vaticano, como a las altas esferas del poder político;
y mientras las primeras no han encontrado en dos décadas y media razón ética, teológica
o canónica suficiente para destituirlo, a las segundas no les hace falta para un
día de estos borrarlo del mapa, lo cual pone su vida en todo momento al borde
del peligro. ¿Qué mantiene con vida a este profeta del desierto? No ciertamente
su condición de obispo ni el de hecho inexistente apoyo institucional de la
iglesia que representa: sus hermanos obispos no lo apoyan y los sacerdotes de
su diócesis no pueden (o no quieren) seguirle el paso, mientras fray Raúl
intenta seguirle el paso a la historia.
En medio del riesgo cotidiano, lo mantiene con vida
más bien su reconocimiento internacional como defensor de derechos humanos, pero
sobre todo la cercanía física y emocional de a quienes él ha entregado sus años
de trabajo pastoral, que le han creado una invisible catedral protectora más
allá de los límites de su diócesis en Saltillo, Coah., y de la iglesia católica
mexicana; en reciprocidad a su presencia solidaria con todas las luchas justas
de este país y de otras latitudes, quienes luchan y resisten están siempre
acompañándolo y nunca está solo.
Consciente de que del poder jerárquico que caracteriza
a la iglesia y al Estado sólo puede venir la opresión y exclusión, Raúl Vera ha
decidido resistir contracorriente desde otro lugar y desde otra actitud. Con
pasión y ternura camina al lado de los pueblos, de los débiles que construyen otro
mundo posible y otra iglesia posible desde la paz, la justicia y la equidad,
derribando las fronteras que nos dividen para construir una casa común, para todas
y todos, y para la naturaleza.
Ahora, en su jubileo episcopal, los pueblos caminan
con él, le acompañan por breves días (4 al 6 de enero) en un Saltillo envuelto en
la niebla, el frío intenso y un ambiente de violenta inseguridad al comienzo de
un año también de brumoso destino para nuestro país; le acompañan de muchas
latitudes, creencias e increencias para mostrarle su afecto, y para decir que
aún en medio de la intemperie y el desasosiego la esperanza vive y la dignidad
es posible y necesaria para todas y todos, especialmente los más pobres.
En la primera mañana de esta entrañable celebración,
que contó con la presencia y palabra de los conocidos teólogos Jon Sobrino y
Jesús Espeja, en su momento, la sacerdote anglicana Emilie T. Smith, quien
comparte con don Raúl la presidencia del SICSAL y el riesgo cotidiano de las amenazas
de muerte, habló para agradecer al obispo que sea terremoto para las estructuras de la iglesia católica; lo es
también para las estructuras del poder opresor; ¿lo será para la conciencia de
muchas y muchos que viven en el miedo, el silencio o la indiferencia? Ojalá así
sea y que el ejemplo de fe y resistencia de este bienhumorado fraile, junto al
de muchas y muchos, provoque la confluencia urgente en torno a la revolución
necesaria en este país sumido en la desigualdad y la violencia
Centro de Estudios Ecuménicos / Observatorio Eclesial
Saltillo, Coah. a 4 de enero de 2013
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