EN
CORTO
José
Luis Avendaño C.
“El neoliberalismo es
el camino que conduce al infierno”.
Hugo Chávez (2002)
Instantáneas
en blanco y negro
Una fotografía da cuenta de un determinado lapso de tiempo,
de un momento dado. Ni antes ni después. Aquí van tres instantáneas al 4 de
marzo de 2013:
1) en Europa, prosigue la crisis, acicateada por las medidas de
austeridad, que resultaron iatrogénicas (medicamentos que agravan más que curan
una enfermedad), como sucede en Europa; 2) en Estados Unidos, el debate
político entre demócratas y republicanos, llevó a la economía al abismo fiscal,
con el resultado de que apenas crecerá 1.5 por ciento este año; 3) en México,
se cumplen los primeros 100 días de Enrique Peña Nieto, sin que cambie lo determinante, el modelo neoliberal
Por si fuera poco, esta crisis, que se ensaña, como
siempre, con los más pobres, agudiza una tendencia que se creía característica
y propia de América Latina: a la pobreza estructural, la desigualdad, como sello de la casa.
México es el (mal) ejemplo, donde existen, al menos, dos economías: la de los ricos y la de
los pobres. La revista Forbes acaba
de dar a conocer su lista de millonarios,
encabezados por el mexicano Carlos Slim, con 73 mil millones de dólares. En
ella, de un año a otro, se agregaron –¡a mucha honra!— cinco, que concentran 15
por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), es decir, 148 mil millones de
dólares, casi dos billones (millón de millones) de pesos.
En cambio, el ingreso del grueso de la población
mexicana, sigue desplomándose, en términos absolutos y relativos (poder de
compra). En 30 años (cinco sexenios) de la implantación del modelo neoliberal
en el país, el ingreso del paisanaje se
redujo 80 por ciento.
Crisis
de la política y de la teoría
La crisis económica no se da en el vacío. Representa el fracaso, no únicamente de la política
económica, sino de la teoría que la sustenta. Esta teoría se fue construyendo,
desde la posguerra, como reacción al keynesianismo, que puso al Estado en el
centro de la acción económica: como regulador
y promotor de las fuerzas del mercado. Cosa que no aceptaron quienes
creyeron que el mercado se autorregula
y considera la intervención del Estado como perverso
y maligno. Sin embargo, el Estado juega a
favor del capital, a través de subsidios y estímulos y cuando se halla en
problemas, lo rescata. Por ejemplo,
la inversión pública le desbroza, y
no al contrario. En la práctica, aunque emplee una retórica populista y nacionalista, el Estado lo es de la clase dominante, capitalista retórica
populista. Sus intereses concretos de clase los hace pasar por los intereses de
la Nación.
Lo anterior se refleja en el medio académico, con la
formación de sus cuadros para escuelas, empresas y gobiernos, donde se relegan
teorías que interpretan y explican la crisis de otra manera y que pueden,
mediante otras políticas, darle una salida a la crisis, aun dentro del
sistema, como lo fue en su momento Keynes respecto a la crisis de 1929-1933,
hace 80 años.
Sin embargo, el neoliberalismo,
que es el nombre que adopta la teoría neoclásica desde hace 40 años, y que tuvo
como laboratorio a Chile con la
dictadura pinochetista –a sangre y fuego—,
y cobró carta de naturalización con
la dupla Reagan-Tatcher, no acepta que haya fracasado, y todavía se arriesga a
imponer, desde el Fondo Monetario Internacional, políticas y recetas que profundizan la crisis.
Al utilizar sofisticadas fórmulas matemáticas y modelos
econométricos, creen justificar
ideológicamente políticas que no solucionan la cuestión del crecimiento y
el empleo, pues para ellos sólo vale el individuo y hacen abstracción de las clases sociales, por no decir la lucha de
clases, el motor de la historia.
Esto es más evidente, a partir del movimiento de los indignados en España, que cumple dos
años, como una reacción popular a la crisis y las medidas para enfrentarla, que
inciden en la mayoría de la gente, en particular a los jóvenes. En medio de una
(contra)reforma(anti)laboral, del conservador Partido Popular, se anuncia que hay cinco millones 44
mil desempleados, 328 mil más que en febrero de 2012.
En Estados Unidos, la respuesta a la crisis y reconcentración de la riqueza y el poder fue el movimiento
Occupy (Ocupa) Wall Street, que
puso en el centro de la discusión el asunto de la desigualdad económica y social, que enfrenta al 99 por ciento con
el uno por ciento de la población. En 2007, el presidente George W. Bush
reconoció que “la desigualdad en la
distribución del ingreso es real; ha venido aumentando por más de 25 años”.
Periodo que coincide con la implantación global del neoliberalismo. Entre 1997
y 2007, el ingreso de los grupos más pobres aumentó 18 por ciento; el del uno
por ciento de los hogares 275 por ciento.
En China, entre 1990 y 2005, la participación de los
ingresos de los trabajadores dentro del PIB pasó de 50 a 37 por ciento, y
actualmente 250 mil familias, que representan apenas el 0.4 por ciento de la
población china controlan 70 por ciento de la riqueza del país.
Para aquellos que recetan
austeridad, que es lo que significan los recortes al gasto público y el déficit cero (como en el caso de
México con el nuevo viejo PRI, como
lo define Arnaldo Córdova), Paul Krugman, Premio Nobel y columnista de The New York Times, dice que “le
recuerdan a aquellos doctores medievales que sangraban a los pacientes y, como
resultado, los empeoraban”. O, como observa Joseph Stiglitz, otro Premio Nobel:
“La austeridad socaba el crecimiento, empeorando la situación fiscal del
gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por quienes
las promueven”. Y acota: “No se pueden
cambiar las malas ideas por la ausencia de ideas…”
A todo esto léase, de Carlos Tello y Jorge Ibarra, La Revolución de los Ricos, publicado
por la Facultad de Economía de la UNAM.
Vientos
de renovación
Desde América del Sur corrieron vientos de liberación
económica, fuera de la doble sujeción: de Estados Unidos y del modelo
neoliberal, que acompaña a los regímenes de
derecha, de corte conservador –revive una lucha que viene del siglo XIX—,
que adoptan aun partidos que se creían socialdemócratas, de centro-izquierda, un centro que se corre a la derecha y revela
su verdadera esencia conservadora del statu quo.
En las antípodas de este cambio se ubicaron Brasil y
Venezuela. El primero, con Lula se relanzó hasta formar parte del BRIC (junto a
Rusia, India, China y China), conjunto de países emergentes que. Dentro de la
estructura de mercado capitalista, forman un
polo (multipolar) geopolítico de desarrollo, junto con los alicaídos
Estados Unidos y Europa.
En Venezuela, en
los últimos 14 años, con Hugo Chávez a la cabeza de la revolución, más bolivariana que socialista, se revirtió la
utilización de las divisas provenientes del petróleo, hacia las necesidades
inmediatas de la población. No se le perdonó que rompiera con la larga
tradición de los militares latinoamericanos, que cuando dan un golpe de Estado,
lo hacen en resguardo de los intereses de
la clase dominante y contra el pueblo. Él hizo lo contrario; de ahí que se
le acusara de ir en contra de los ideales de la democracia burguesa.
Con ello, nos metió en un viejo debate sobre el
dilema entre la libertad y la justicia social, como si fueran antitéticas y
que no pudieran ir juntas en un proyecto político. ¿Qué pesan más: las
libertades y los derechos, en abstracto, o la justicia concretada a partir de
la satisfacción de necesidades básicas?
Ahora que murió, muchos recuerdos y retratos se han
tejido sobre Chávez y el futuro de Venezuela, cuya primera etapa es el próximo
14 de abril, cuando se elegirá su sucesor, entre el “presidente encargado” Nicolás Maduro,
vicepresidente con Chávez, y el candidato de la oposición, Enrique Capriles,
gobernador reelecto de Miranda, y que perdió en octubre con Chávez.
También se discute sobre su legado y qué tan válido es hablar de chavismo. Lo mismo Mark Weisbrot que el cineasta Michael Moore,
Samir Amin, Marta Harnecker, marxista
chilena o Eduardo Galeano.
Weisbrot, del Centro de Investigación Económica y
Política (CEPR, por sus siglas en inglés), comienza su artículo sobre el legado de Chávez,
publicado el 5 de marzo en la edición en inglés de Al Jazeera, citando al filósofo inglés Bertrand Rusell: “BR una vez
escribió sobre el revolucionario americano (estadunidense) Thomas Paine, ‘Tuvo
errores, como otros hombres; pero fue por sus virtudes por los que fue odiado y
constantemente calumniado”.
Observa que “Chávez sobrevivió a un golpe militar
respaldado por Washington y a huelgas petroleras que torció la economía, pero una
vez que tomó el control sobre la industria petrolera, su gobierno redujo la
pobreza a la mitad y la pobreza extrema en un 70 por ciento”. Al mismo tiempo,
preparó el camino hacia “la segunda independencia de América Latina, y en
especial de Sudamérica, que ahora es más independiente de Estados Unidos que lo
es Europa”.
Por su parte, Galeano habla de la demonización de Chávez:
“Hugo
Chávez es un demonio. ¿Por qué? Porque alfabetizó a dos millones de venezolanos
que no sabían leer ni escribir, aunque vivían en un país que tiene la riqueza
natural más importante del mundo, que es el petróleo. Yo viví en ese país
algunos años y conocí muy bien lo que era. La llaman la Venezuela Saudita por el petróleo. Tenían dos millones de niños
que no podían ir a las escuelas porque no tenían documentos. Ahí llegó un
gobierno, ese gobierno diabólico, demoníaco, que hace cosas elementales,
como decir: "Los niños deben ser aceptados en las escuelas con o sin
documentos". Y ahí se cayó el mundo: eso es una prueba de que Chávez es un
malvado malvadísimo…”
A propósito, en
un encuentro con el presidente Barack Obama, Chávez le regaló un libro: Las venas abiertas de América Latina, de
Galeano. Un texto indispensable si se quiere conocer la historia del
subcontinente, siempre bajo la sombra
amenazante del Tío Sam. Y en
una intervención ante la Asamblea
General de las Naciones Unidas, donde unas antes había estado el presidente Bush. “Aquí huele a azufre…”
En fin, el cineasta
Michael Moore recuerda cuando se encontró con él en el Festival de Cine de
Venecia y Chávez le dijo que “estaba contento de conocer finalmente a alguien a
quien Bush odiaba aún más que a él”.
Y uno se pregunta, fuera de Venezuela, si existe un chavismo sin Chávez, y si la mayoría de
la población podrá defender,
democráticamente, los logros de la revolución bolivariana. Más importante:
si la oligarquía interna y Estados Unidos respetarán
la voluntad popular.
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