Ana Paula Pintado Cortina
Ana Paula Pintado conoce los caminos de la Sierra Tarahumara y sabe de las humillaciones y vejaciones sufridas por las ralámuli. Víctimas del abuso sexual, las mujeres ralámuli viven bajo la sombra del miedo a los soldados, los narcos y las autoridades municipales. Para los ralámuli, el blanco es el chabochi, que significa "loco que habla mucho y del que hay que cuidarse": "Van los chabochi y se portan mal. Se agarran a las mujeres pa’ culear." Extranjeros en su tierra, víctimas de los brutales chabochi, los ralámuli sobreviven en espera de justicia.
¿Cómo proteger a las mujeres tarahumaras del abuso sexual? ¿Qué pueden hacer cuando son violadas por soldados –la única autoridad que suele aparecerse en sus rancherías– o por hombres que andan lejos de sus casas sembrando marihuana y que, normalmente, resuelven sus conflictos a golpes o a balazos?
Por cuestiones que comenzaron siendo antropológicas y que a lo largo de los años se han convertido también en razones de amistad, llevo once años visitando la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua. Ahora que he ido con mucha más regularidad, me he percatado de lo alarmante del abuso sexual contra las mujeres tarahumaras o ralámuli, como se dice en su lengua. Tan es así que yo, sin ser ralámuli, también tengo miedo.
Para los ralámuli se ha convertido en una constante, sobre todo para quienes viven en zonas de difícil acceso y cerca de los sembradíos de marihuana. Cada vez que pasa un mestizo con su "cuerno de chivo" o un soldado, las mujeres corren peligro. Varias veces he presenciado el miedo que les provoca: se encierran en sus casas hasta que el mestizo haya desaparecido.
Muchos de los tarahumaras se encuentran en pequeñas rancherías dispersas, cuya única forma de acceso es por veredas o por caminos "troceros" o madereros, por donde también transitan narcos, soldados, y algunas veces, empleados de salud u otras instituciones de asistencia. Los ralámuli viven en ranchos de no más de veinte casas. Esta "gente" –como dicen ellos al traducir al español la palabra ralámuli– camina kilómetros bajando y subiendo cerros, cargando vigas y arreando burros. Son "gente" que vive en el "Lugar de agua salada", el "Lugar donde hay nopales" o el "Lugar de la cueva".
Su lejanía, la dispersión y el salvajismo de los no indígenas hacen casi imposible su seguridad. Para los soldados y para los narcos o "chutameros" –como se les llama localmente–, es muy fácil abusar de ellas; de antemano saben que no habrá queja. Hay mujeres ralámuli que han sido violadas varias veces por los mismos individuos; y éstos, cada vez que tienen que ir a ver su sembradío de mota, aprovechan el silencio de ellas para satisfacer su ánimo; y es que el miedo las hace callar. Para los ralámuli, el blanco es el chabochi, el loco, el que habla mucho y del que hay que cuidarse.
A los ralámuli que me contaron lo que ahora escribo les pregunté: "¿Por qué no se han quejado?" Me respondieron que no podían hacerlo. Es muy peligroso. Por ejemplo, al enterarse de que su mujer había sido violada por un soldado, un hombre ralámuli de la ranchería de Chinibo fue a la cabecera municipal de Batopilas a buscar al capitán para que castigara a su subordinado. De inmediato tuvo una respuesta: lo desnudaron y lo golpearon. Después de esta escena tan humillante, seguramente el ralámuli regresó a su casa y su mujer le curó las heridas. Habrán tratado de olvidar pero sin conseguirlo, porque el temor habrá crecido.
Hay muchos casos similares que viven las familias ralámuli, pues los chabochi no sólo se aprovechan de ellos cuando están en sus ranchos, sino también en sus fiestas. Tanto, que los ralámuli quieren hallar la forma de prohibir la entrada de los mestizos a su fiesta de Semana Santa. Isidoro López me comentó lo siguiente:
Van los chabochi y se portan mal. Se agarran a las mujeres pa’ culear, como a la hermana de Candelario [que hace unos años fue violada]. Luego se enferman del sida [la enfermedad de los blancos] duran un poco vivas y luego se mueren. Nadie puede hacer nada porque [en las fiestas] todos están borrachos. Por eso queremos mandar un papel para que no entren los chabochi a Potrero [espacio ritual donde los habitantes de la región llevan a cabo la fiesta de Semana Santa y otras]. Por eso no fui a la fiesta, no fueran a agarrar a Anita [su mujer] y luego por eso jóvenes como Antonio empiezan a copiar a los mestizos, es un mal ejemplo...
Para Isidoro, como para su hermano Patrocinio, las mujeres que sufren un abuso sexual se mueren de una enfermedad que tienen los blancos: "dicen que es el sida". Si no, ¿cómo explicarse que se mueran después de unos meses de violación? ¿Cómo explicar que se pongan tristes, dejen de comer y vayan decayendo poco a poco hasta que encuentran el fin de sus vidas?
Hace dos meses, otra mujer murió después de haber sido violada por un narco que estaba sembrando por ahí cerca. Tal vez sus cuatro almas se pusieron tristes y prefirieron irse lejos y no volver. Y es que los ralámuli piensan que son cuerpo y alma, que mientras uno duerme sus almas se pueden perder "si uno no se pone contento". Las almas viajan lejos y cuando están tristes prefieren no regresar. Tal vez deciden morir antes de tener un hijo de ese blanco.
Hay "gente" que me pide buscar alguna información para que puedan quejarse con las autoridades del país, pues en la cabecera municipal es imposible pedir ayuda –seguramente los que violan son parientes del presidente municipal. ¿Cómo hacer para evitar tal injusticia? ¿Cómo podemos cambiar toda una historia de represión? ¿Hay alguna solución?
Reconozco que esta situación no es parte solamente de una larga historia de los ralámuli: también lo es de nuestro país, porque donde hay regiones aisladas sólo existe la ley de los más salvajes –o de los más poderosos. ¿Habrá alguna solución ante esta "tradicional" forma de satisfacer un deseo sexual? ¿Habrá estrategias para educar, por ejemplo, a un presidente municipal que aún cree en el "buen salvaje", es decir, en el "indígena bueno" que por sus características raciales y culturales debe estar al servicio de los demás?
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