La
crisis estructural que afecta a prácticamente el conjunto de las
economías del “capitalismo avanzado” sigue sin solución a la vista.
Crecimiento bajo, nulo o franca recesión están acumulando desde hace
más de cuatro años los efectos de la crisis en las sociedades. En
muchos países el acelerado proceso de “disolución social” está generando
crecientes tensiones sociales y políticas.
Agravada
por las políticas adoptadas por los gobiernos en el curso de las
últimas décadas para favorecer a intereses específicos del capital
financiero y de las empresas transnacionales, esta crisis se ha
transformado en una grave crisis social y política.
Fue
en efecto a partir de decisiones políticas, apoyadas por un consenso de
los “partidos de gobierno” –conservadores, liberales y
socialdemócratas- de los “países avanzados” para hallar una salida a la
baja tendencial de las ganancias en las empresas del capitalismo
industrial, que se adoptaron las políticas para facilitar la
transnacionalización de las empresas y la financiarización de las
economías, liberándolas de los imperativos sociales y políticos,
poniendo el conjunto de las economías fuera del alcance de las
decisiones soberanas de los pueblos, de sus asambleas legislativas, y
bajo el mando exclusivo de instituciones y organismos nacionales e
internacionales concebidas y creadas para ser “independientes” de la
sociedad y sometidas al mercado, como los bancos centrales, las cortes y
los tribunales de arbitraje comercial y de inversiones, y los acuerdos
de liberalización comercial, por ejemplo (1).
Dicho
de otra manera, si el modelo neoliberal fue puesto en marcha eso se
debió a que los partidos políticos que desde hace tres décadas se
alternan en los gobiernos aceptaron la premisa de los grandes intereses
financieros: que los mercados se autorregulan y toman las mejores
decisiones para las economías, y que el único rol posible y aceptable de
los partidos políticos y de los gobiernos es el de convertirse en los
ejecutores de las políticas de un sistema que excluye toda noción de
cambio de rumbo que le perjudica y anula definitivamente la idea del
poder soberano de los pueblos ejercido a través de la democracia
electoral, por ejemplo.
El “no hay otra salida” de Jean-Claude Juncker.
La
prueba de lo anterior fue aportada por Jean-Claude Juncker, ex
presidente del Consejo de ministros de Economía y Finanzas de la zona
euro (Eurogrupo) del Parlamento Europeo, primer ministro y titular de
Economía de Luxemburgo, quien en enero pasado, poco antes de terminar su
mandato, criticó las políticas de austeridad y la manera como estaban
siendo aplicadas (2), y que ahora, dos meses más tarde, afirma en una
entrevista con el semanario alemán Der Spiegel (3) que si los resultados
de la elección en Italia significan “el fin de la política de reformas,
eso sería un serio error. La consecuencia del resultado de la elección
en Italia no puede ser un súbito retorno a las políticas que causaron
la catástrofe. No es posible combatir la crisis financiera y económica
cargando con nuevas deudas a un Estado ya fuertemente endeudado. No hay
otra salida que una sólida política presupuestaria”, o sea continuar
con las políticas de Mario Monti, el tecnócrata designado por la Troika
(Comisión Europea, Banco Central Europeo y el FMI) para gobernar a
Italia.
Más
aún, preguntado si los políticos italianos deben proseguir una política
que la mayoría de los italianos no apoyan, Juncker respondió a Der
Spiegel diciendo que haría una declaración percutante: “Uno no debe
proseguir políticas equivocadas simplemente porque teme no ser reelecto.
Aquellos que tienen la intención de gobernar tienen que tomar la
responsabilidad por sus países y por Europa en su totalidad. Esto
significa, si fuera necesario, que deben proseguir las políticas
correctas, incluso cuando muchos votantes piensan que son equivocadas”.
Y
cuando el entrevistador le pregunta si no es esa una “rara” forma de
entender la democracia, el ex presidente del Eurogrupo responde lo
siguiente: “Por supuesto que los políticos deben respetar la voluntad
del pueblo tanto como sea posible, siempre que adhiera a los Tratados
europeos () En Europa, más que a nivel de las políticas nacionales,
tenemos que seguir el principio establecido por Martín Lutero: utiliza el lenguaje que la gente pueda entender, pero no solo le digas lo que ellos quieren escuchar”.
Al
final de la entrevista, cuando es preguntado si la caída del euro será
el fin de la Unión Europea, Juncker responde que “las preguntas
existenciales no deben siquiera ser planteadas”. Lo que quiere decir
que los pueblos ni siquiera tienen derecho a plantearse, y mucho menos a
querer hacer efectivo el cambio de las políticas que los están
aplastando. A tal punto llega Juncker para meter el miedo que evoca, en
esa entrevista, el retorno del espectro de la guerra si se hacen
cambios sustanciales. Como lo dijo Margaret Thatcher, no hay alternativa posible al reino de los mercados sobre la sociedad.
En
este contexto, qué pensar y cómo reaccionar cuando ya se discute, en
medio de esta depresión laboral que en realidad exigiría disminuir la edad de retiro y reducir la jornada laboral sin afectar el salario,
que la edad de retiro debe ser llevada hasta los 75 años o más, como
declaró recientemente el primer ministro sueco, Fredrik Reinfeldt (4),
quien afirmó que los suecos deben prepararse para trabajar hasta los 75
años de edad y cambiar de carreras “en el medio de su vida laboral si
quieren mantener los niveles de bienestar” a los que están
acostumbrados.
A
quien esto escribe no le sorprende lo que Reinfeldt “puso sobre la
mesa”, porque hace una decena de años escuchó lo mismo de la boca del
canadiense Donald Johnston, en ese entonces Secretario general de la
Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), cuando en
entrevista al margen de ese “mini-Davos” que es la Conferencia de
Montreal, declaró que era necesario aumentar hasta los 70 o 75 años la
edad de retiro.
Johnston,
un ex ministro canadiense muy accesible, se disgustó mucho cuando le
respondí que simple y llanamente esa propuesta significaba eliminar la
jubilación para la mayoría de trabajadores de muchos sectores, porque
morirían antes o muy poco después de alcanzar la edad de retiro si
estaban obligados a trabajar hasta los 75 años.
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Flexibilizacion laboral: El Fisgón |
Pues
bien, ahora el tema “está definitivamente sobre la mesa” porque ha sido
recogido y lo están “analizando” y difundiendo con tono positivo los
“expertos” y la prensa (5) y por lo tanto forma ya parte del plan a
ejecutar: Citando a la Oficinal Nacional de Estadísticas el diario
británico Telegraph UK afirma que la “revolución cuentapropista” ha
permitido que 346 mil británicos de más de 65 años estén trabajando, y
que actualmente el número de gente trabajando más allá de la edad de
jubilación se eleva a un millón 400 mil personas, el doble de las cifras
de hace 20 años. Peor aun, según los sesudos cálculos de Douglas
McWilliams, presidente ejecutivo del “think tank” Center for Economics
and Business Research del Reino Unido, “alguien que se incorpora a la
fuerza laboral del Reino Unido a alrededor de los 20 años de edad,
tendrá probablemente que trabajar hasta que él o ella lleguen a los 75,
sino más edad, para poder retirarse con una proporción decente de
pre-ingreso por jubilación”.
Podríamos
continuar con muchos ejemplos más de estas políticas antisociales, ya
que si hay algo que se debería hacer en los “países avanzados”, donde el
problema no es la producción de riqueza sino que está siendo acaparada
por la oligarquía, es reducir la jornada laboral –sin reducción de
salario- y bajar a 60 años la edad de retiro, para poder emplear a los
desempleados y darle una oportunidad a esta generación de jóvenes que
parece condenada a la exclusión laboral y social.
Todo
esto explica que ya no hay país en la UE donde falte un partido
anti-euro, a veces nacido como respuesta al “dictado de Bruselas” y al
sometimiento de los gobiernos nacionales a las políticas monetarias e
industriales de la UE. En otros casos se trata de partidos neonazis
–como Amanecer Dorado en Grecia- creados por las crisis económicas y
sociales, y a veces, como en Francia con el Frente Nacional, de
existentes partidos de extrema derecha que se montan en la ola de la
reacción popular contra el euro y la UE.
Hasta
en Alemania, no por las mismas razones que en el resto de la UE, acaba
de nacer la iniciativa anti-euro “Alternativa para Alemania”, apoyada
por la crema del conservadurismo académico. En Austria el exitoso y
conocido hombre de negocios austro-canadiense Frank Stronach (que en los
años 50 creó en Canadá una pequeña empresa que hoy día es la
transnacional de piezas para automóviles Magna Internacional), está
construyendo su propio partido anti-euro, y si Stronach está en eso es
porque le ve futuro.
Disolución social y polarización extrema.
Es
claro que son las radicales políticas neoliberales de la UE que crean
esta disolución social visible ya en muchos países europeos, y que
también crean las peligrosas polarizaciones políticas que se manifiestan
en los partidos de extrema derecha que proponen demagógicas “soluciones
nacionales”, en realidad proyectos corporativistas reaccionarios y al
servicio del capital.
En
medio de esta rigidez, de las provocadoras políticas de austeridad y de
los desoladores procesos de disolución social que están destruyendo lo
poco que quedaba de la vida familiar y social -mediante la eliminación o
brutal disminución de los programas sociales, la privatización de los
servicios públicos básicos, bajas de salarios y pensiones, la
eliminación de la seguridad laboral e implantación de la flexibilidad
laboral que imponen trabajos inestables, alejados de los lugares de
vivienda y mal pagados, el desempleo crónico entre los jóvenes y no tan
jóvenes., etcétera-, no es de extrañar el crecimiento, en estos países,
de una poderosa frustración social y un gran desencanto político.
Esta
frustración social y desencanto político ha sido en parte hábilmente
encauzada por las fuerzas conservadoras y los medios de comunicación,
para convertirla en un rechazo a todo lo que sea partidos políticos, y
sobre todo en un rechazo a las ideas o propuestas de cambios que tengan
contenido socialista. De rechazo también hacia los sindicatos –que
protegen los empleos de sus afiliados- y en general el cultivo del odio
hacia los extranjeros que “nos roban el trabajo” –los partidos de
extrema derecha en Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Finlandia, etc.-, o
a “esos países y holgazanes que quieren vivir de nosotros”, como sucede
en Alemania, Finlandia y otros países nórdicos cuyos bancos y fondos de
pensión son acreedores de la impagable deuda de los países periféricos
de la UE.
Pero
también hay movimientos que no son definibles, como el caso del
Movimiento 5 Estrellas en Italia, porque al lado de la mayoría de sus
reivindicaciones programáticas –que si no lo están deberían estarlo en
los programas de la izquierda, en particular de la izquierda radical
(6)-, figuran reivindicaciones para eliminar los sindicatos o negarle el
derecho a la ciudadanía a los nacidos en Italia de padres extranjeros,
que claramente pertenecen al ideario ultraconservador o de extrema
derecha.
El
comentarista político Thomas Walkom, del diario canadiense Toronto
Star, escribía (28-02-2012) que “los políticos de todo el mundo deberían
sabiamente tomar nota. Este no es solo un caso de bobera por parte de
los italianos. Es el caso de votantes diciendo que están hasta la
coronilla de postrarse ante el mercado de bonos, los reductores de
déficits y todos aquellos que quieren reformar el sistema de pensiones
para eliminarlo. Más puntualmente, ya están hasta la coronilla de los
llamados moderados y de sus expertos que saben todo”, y de esos partidos
socialdemócratas que “hacen las cosas ‘razonables’, que demuestran su
‘madurez’ política y apoyan las ‘necesarias’ restricciones fiscales”,
como los ya desacreditados socialdemócratas griegos, y ahora el Partido
Demócrata italiano.
¿Cuál debería ser el papel de la izquierda radical?
No
se puede ignorar que la “izquierda radical” –los partidos y el abanico
de fuerzas sociales que no han renunciado a la revolución social-, han
tardado y en muchos casos siguen tardando en proponer las propuestas y
alternativas políticas realizables que respondan a la realidad concreta
de esta crisis estructural y a las aspiraciones de las masas –entendidas
como pluralidad social-, que manifiestamente quieren detener este
proceso de disolución social y recomenzar la reconstrucción social sobre
otras bases que las actuales.
En
1998, en una entrevista (7) y respondiendo a la pregunta de cómo veía
la emergencia de una nueva izquierda capaz de dirigirse resueltamente
hacia el futuro y “osar el éxodo” hacia el pos-capitalismo, el filósofo
André Gorz enunció tres aspectos: 1) la necesidad de tener una
comprensión teórica de la mutación que estamos viviendo, de su
proyección a largo plazo, de los impasses y crisis hacia las cuales el
sistema se dirige; 2) tener una visión de los contornos de la sociedad
pos-capitalista y pos-mercantil susceptible de suceder a los escombros
de la sociedad salarial de la cual estamos saliendo; 3) alcanzar la
capacidad de concretar ésta visión mediante acciones, exigencias,
propuestas políticas a la vez anticipatorias y plausibles, realizables
actualmente mediante objetivos intermediarios.
El
cuarto factor que hay que incorporar, decía Gorz hace 15 años, es “el
no funcionamiento, los fracasos, los riesgos de implosión de más en más
evidentes a los cuales conduce la aplicación de la ideología
economicista dominante. Estados Unidos y Gran Bretaña están en vísperas
de una recesión, el Extremo Oriente en estado de colapso, en Europa el
rechazo del ‘pensamiento único’ y de la política única impuesta por el
poder financiero mundial ha ganado mucho terreno en (los últimos) dos
años. Yo creo que una nueva izquierda no puede ser otra cosa que una
nueva extrema izquierda, pero plural, no dogmática, transnacional,
ecológica, portadora de un proyecto de civilización”.
En cuanto a la democracia…
En
el Diccionario de la Lengua Española democracia tiene dos acepciones:
a) Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el
gobierno; b) Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado.
Si
la de definición es tan clara –intervención y predominio del pueblo en
el gobierno-, por qué algunos políticos y “expertos”, y la mayoría de la
gran prensa europea y norteamericana han destilado y siguen destilando
tanto veneno hacia Hugo Chávez y el proceso bolivariano en Venezuela,
que es un magnifico ejemplo de lo que en su doble acepción constituye la
democracia.
Y
si escribo sobre esto es porque antes de la dolida muerte de Hugo
Chávez, cuando se conoció el resultado de la elección en Italia, por la
reacción de los políticos europeos y de sus “expertos” ya era una
obligación a volver a decir que dentro del sistema capitalista hace
tiempo que la democracia burguesa –no hablemos de la participativa- es
un estorbo.
Hoy
es más necesario que nunca recordar que las importantes conquistas
sindicales y sociales que ahora el neoliberalismo está destruyendo, así
como cierta vigencia temporal de la democracia, y sobre todo la
descolonización en África, Asia y Oceanía, todas estas fueron en
realidad la obligada respuesta del imperialismo estadounidense y de la
antiguas potencias imperiales o coloniales –Gran Bretaña, Francia,
Bélgica y Portugal-, a las persistentes luchas obreras, al crecimiento
de los partidos socialistas y comunistas, a las luchas de los pueblos
colonizados y, a partir los años 40 del pasado siglo, a la existencia de
una Unión Soviética con prestigio en las masas y poderosa militarmente,
de un “campo socialista” en el Este de Europa y del triunfo de la
Revolución en China.
Parafraseando
al historiador, profesor y amigo Yakov Rabkin, las concesiones que
EE.UU. y sus aliados tuvieron que hacer, como la descolonización y el
respeto de la soberanía de los pueblos, duraron muy poco y
definitivamente son cosa del pasado desde el desmembramiento de la Unión
Soviética.
* Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
NOTAS:
La Vèrdiere, Francia
Neoliberalismo, corporativismo y totalitarismo
3.- Entrevista con Jean-Claude Juncker, Der Spiegel
6.- Programa de Movimiento 5 Estrellas, en italiano:
7.-
André Gorz, « Oser l’exode » de la société de travail vers la
production de soi - Entrevista realizada por Yovan Gilles para « Les
périphériques vous parlent », primavera de 1998
http://alainet.org/active/62451
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