José
Luis Avendaño C.
“En nuestro interior más profundo / llevamos la
esperanza, / de lo contrario no hay esperanza.
“La esperanza es una cualidad del alma / y no de lo
ocurre en el mundo.
“La esperanza no se puede pronosticar ni prever. / Es un estado de ánimo, una
inclinación del corazón, anclada más allá del horizonte”.
Así empieza el poema Camino de esperanza, de Vaclav Havel (1936-2011), poeta de la
República Checa, que también fue presidente de su país. El poema enmarcó la
presentación del libro Un grito de
socorro desde Juárez. Crónica de un asesinato impune (Grijalbo, México.
2014), con el que Arsene Van Nietrop narra la historia de la muerte de su hija
Hester, antropóloga holandesa de 28 años, asesinada en Ciudad Juárez, de paso a
Estados Unidos, hace 15 años, en 1999, además de su enfrentamiento con la justicia (a la) mexicana.
Testigo y víctima de la ineptitud de las autoridades encargadas de impartir justicia en este país. En 2005, Arsene, en memoria de su
hija, crea la Fundación Hester en 2005, y por su contacto con organizaciones de
mujeres en México, decide apoyar a Casa Amiga.
En México se celebra, el 10 de mayo, el Día de las
Madres, que se ha vuelto más comercial
que nada. Muchas no celebrarán, pues han perdido a sus hijos, que han sido víctimas de la violencia que asuela,
desde hace años al país. No sólo por presencia y acción del narcotráfico, sino
por la aplicación puntual de una política
económica, neoliberal, que las excluye y sobreexplota. Otra historia.
Hester fue asesinada en un hotel de Ciudad Juárez en
septiembre de 1998, a la que había llegado dos meses antes, en su camino a
Estados Unidos para buscar un trabajo temporal; víctima del feminicidio que azota a esa ciudad y a
otras ciudades del país (allí está el caso de Mariana Buendía, asesinada en
Chimalhuacán; Estado de México, otro caso
de violencia e impunidad).
El feminicidio
sigue sumando víctimas: desde 2008, suman más de mil 700 mujeres asesinadas,
en un país donde el 98 por ciento de los delitos reportados quedan impunes. A partir de entonces, Hester
tiene, junto con otras muchas, cada 2 de noviembre, su calaverita en el altar adornado con flores de cempasúchil.
Una más de las víctimas del crimen organizado, pero también, sobre todo, la violencia de Estado. Por comisión y omisión: al criminalizar la protesta social, pero igualmente por la aplicación
puntual de una política económica
excluyente, y que al nivel (re)productivo las hace desechables.
Dice el poema de Vaclav Havel:
“La esperanza, /
en su significado más profundo, / no es lo mismo que la alegría porque
algo va bien, / ni la disposición de lucha para tener éxito.
“La esperanza es luchar por algo porque vale la
pena, / no solamente porque puede ser exitoso.
“La esperanza no es lo mismo que el optimismo. / No
es la convicción de que algo va a salir bien, sino la convicción de que algo
tiene sentido, / más allá de cómo resulte”.
Y, como “la
esperanza muere al último” (si no, que le pregunten a Pandora), las madres
con hijos desparecidos (secuestrados
y/o asesinados, el 10 de mayo se efectúa una marcha de la Dignidad Nacional buscando Justicia, del Monumento a la Madre al
Ángel de la Independencia.
“¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”
“¡Hijo, escucha: Tu madre está en la lucha!” “¡No sólo Nigeria sufre por sus
niñas. México también!”, son algunas de las pancartas y consignas, en este día,
no de celebración, sino de dignidad y
lucha.
El centenario Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, nos dice que los mexicanos somos hijos de La chingada, producto de
una violación. La mujer, como botín de guerra y, por lo tanto, propiedad del hombre, en esta sociedad patriarcal y machista. Si
existe un proceso de acumulación
originaria (Marx dixit), por el
que el capitalismo nace y se despliega por todo el mundo –hoy, en su fase neoliberal depredadora—, así existe un
proceso de violación originaria (violencia, después de todo), en el que
los cuerpos, en particular, el femenino, son mercancías (con su respectivo valor
de uso y valor de cambio); ambos procesos que se expresan en la sobrexplotación que caracteriza al neoliberalismo. Sólo hay que observar la
brecha entre salarios y ganancias.
En el lenguaje –con el que nombramos y el que nos
expresamos— la madre ocupa un lugar
notable: lo mismo sirve para encumbrarla
que para denigrarla. Allí tenemos
a la Tonatzin Guadalupe (“aparecida”
ésta, donde se veneraba a aquélla). Y el grito de La llorona: “¡Ay, mis hijos!”
El máximo insulto es hacia ella: lo
mismo decimos que algo “está a toda madre”,
que otra cosa “es una madre”.
Madres, con hij@s desaparecidos o asesinados que cargan consigo la esperanza. Porque “la
esperanza es algo porque vale la pena”…
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