I. Las elecciones europeas han confirmado una tendencia que veníamos
observando desde hace algunos años en la mayoría de países del
continente: el espectacular crecimiento de la extrema derecha. Se trata
de un fenómeno sin precedentes desde los años 30 del siglo XX. En la
mayoría de los países este movimiento obtuvo entre el 10 y el 20%, y en
tres países -Francia, Inglaterra, Dinamarca-, entre el 25 y el 30% de
los votos. Pero su influencia es más vasta que su electorado: contamina
con sus ideas a la derecha “clásica” e igualmente a una parte de la
izquierda social-liberal. El caso francés es el más grave, el avance del
Frente Nacional ha sobrepasado todas las previsiones, incluso las más
pesimistas. Tal como decía la web de Mediapart en una edición reciente, “El tiempo se acabó”: “Il est minuit moins cinq”.
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Amanecer Dorado |
II. Esta extrema derecha es muy diversa, se puede
observar toda una gama desde partidos abiertamente neonazis, como el
griego Amanecer Dorado, hasta fuerzas burguesas perfectamente integradas
en el juego político institucional como el PPS suizo. Lo que tienen en
común es el nacionalismo chovinista, la xenofobia, el racismo, el odio a
los inmigrantes – sobre todo a los “extraeuropeos” – y a los gitanos
(el pueblo más viejo de Europa), la islamofobia, el anticomunismo. A
esto se le puede añadir, en muchos casos, el antisemitismo, la
homofobia, la misoginia, el autoritarismo, el rechazo de la democracia,
la eurofobia. Respecto a otras cuestiones – por ejemplo, el
neoliberalismo o el laicismo – este movimiento está más dividido.
III. Sería un error creer que el fascismo y el
antifascismo son fenómenos del pasado. Es cierto que hoy no encontramos
partidos de masas comparables al NSDAP alemán de los años 30, pero ya en
esta época el fascismo no se limitaba a un solo modelo: el franquismo
español y el salazarismo portugués eran bien diferentes de los modelos
italiano o alemán. Una parte importante de la extrema derecha europea de
hoy tiene una matriz directamente fascista y/o neonazi: es el caso de
Amanecer Dorado, el Jobbik húngaro, de Svoboda y el Sector de Derechas
ucranianos, etc.; pero también hay otros, como el Frente Nacional, el
FPÖ austriaco, el Vlaams Belang belga y otros, cuyos cuadros fundadores
tenían estrechos vínculos con el fascismo histórico y las fuerzas
colaboracionistas con el Tercer Reich. En otros países -Holanda, Suiza,
Inglaterra, Dinamarca- los partidos de extrema derecha no tienen origen
fascista, pero comparten con los primeros el racismo, la xenofobia y la
islamofobia.
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Partidos Extrema derecha Europa 28-04-12 (OSACA) |
Uno de los argumentos utilizados para mostrar que la extrema derecha
ha cambiado y que no tiene gran cosa que ver con el fascismo es su
aceptación de la democracia parlamentaria y de la vía electoral para
llegar al poder. Pero recordemos que un tal Adolf Hitler fue aupado a la
Cancillería por una votación legal del Reichstag, y que el Mariscal
Pétain fue elegido Jefe de Estado por el Parlamento francés. Si el
Frente Nacional llegara al poder a través de las elecciones -una
hipótesis que desgraciadamente no podemos descartar-, ¿qué quedaría de
la democracia en Francia?
IV. La crisis económica que asola Europa desde 2008,
en general -con la excepción de Grecia- ha favorecido más a la extrema
derecha que a la izquierda radical. La proporción entre las dos fuerzas
es totalmente desequilibrada, contrariamente a la situación europea de
los años 30, que vivió, en la mayoría de países, un aumento paralelo del
fascismo y de la izquierda antifascista. La extrema derecha actual se
ha beneficiado sin duda de la crisis, pero ésta no lo explica todo: en
el Estado español y en Portugal, dos de los países más castigados por la
crisis, la extrema derecha sigue siendo marginal. Y en Grecia, si bien
Amanecer Dorado ha experimentado un crecimiento exponencial, ha sido
sobrepasada de largo por Syriza, la coalición de la izquierda radical.
En Suiza y en Austria, dos de los países a los que prácticamente no ha
afectado la crisis, la extrema derecha racista supera el 20%. Así que
habría que evitar las explicaciones economicistas a menudo avanzadas por
la izquierda.
V. Los factores históricos juegan sin duda un papel:
una larga y antigua tradición antisemita en ciertos países; la
persistencia de corrientes colaboracionistas después de la Segunda
Guerra Mundial; la cultura colonial, que sigue impregnando actitudes y
comportamientos mucho después de la descolonización, no sólo en los
antiguos imperios, también en el resto de países de Europa. Todos estos
factores están presentes en Francia y contribuyen a explicar el fenómeno
del lepenismo.
VI. El concepto de “populismo”, empleado por ciertos
politólogos, los medios e igualmente por una parte de la izquierda, es
absolutamente incapaz de rendir cuentas sobre el fenómeno en cuestión, y
solo sirve para confundir. Si en la América Latina de entre los años
19330 y 1960 el término correspondía a algo más preciso -el varguismo,
el peronismo, etc.-, su uso en Europa a partir de los años 90 es cada
vez más vago e impreciso. Se define el populismo como “una posición
política que toma partido por el pueblo frente las élites”, lo que es
válido para casi cualquier movimiento o partido político. Este
pseudoconcepto, aplicado a los partidos de extrema derecha, conduce
-voluntaria o involuntariamente- a legitimarlos, a hacerlos más
aceptables, cuando no simpáticos -¿quién no está por el pueblo y contra
las élites ?- evitando cuidadosamente los términos que provocan rechazo:
racismo, xenofobia, fascismo, extrema derecha. “Populismo” es también
utilizado de forma deliberadamente mistificadora por las ideologías
neoliberales para crear una amalgama entre la extrema derecha y la
izquierda radical, caracterizadas como “populismo de derechas” y
“populismo de izquierdas”, opuestos a las políticas liberales, a
“Europa”, etc.
VII. La izquierda de todas las tendencias -con
algunas excepciones- ha subestimado cruelemente el peligro. No ha visto
venir la ola parda, por lo tanto, no ha visto necesario tomar la
iniciativa para una movilización antifascista. Para ciertas corrientes
de la izquierda, la extrema derecha no es más que un producto de la
crisis y del desempleo, siendo éstas las causas a las que hay que
atacar, y no al fenómeno del fascismo en sí. Estos razonamientos
típicamente economicistas han desarmado a la izquierda ante la ofensiva
ideológica racista, xenófoba y nacionalista de la extrema derecha.
VIII. Ningún grupo social está inmunizado contra la
peste parda. Las ideas de la extrema derecha, y en particular el
racismo, han contaminado no solo a una gran parte de la pequeña
burguesía y de los desempleados, también a una parte de la clase
trabajadora y de la juventud. En el caso francés esto es particularmente
llamativo. Estas ideas no tienen ninguna relación con la realidad de la
inmigración: el voto por el Frente Nacional, por ejemplo, ha crecido
particularmente en algunas regiones rurales que jamás han visto a un
solo inmigrante. Y los inmigrantes gitanos, que han sido recientemente
el objetivo de una ola de histeria racista bastante impresionante -con
la complaciente participación del antes ministro “socialista” de
Interior, Manuel Valls- son menos de veinte mil en toda Francia.
IX. Otro análisis “clásico” de la izquierda sobre el
fascismo es el que lo explica esencialmente como un instrumento del
gran capital para frenar la revolución y al movimiento obrero. Pero como
hoy el movimiento obrero es muy débil, y el peligro revolucionario
inexistente, el gran capital no tiene interés en sostener a los
movimientos de extrema derecha, así que la amenaza de una ofensiva parda
no existe. Se trata, una vez más, de una visión economicista, que no
tiene en cuenta la autonomía propia de los fenómenos políticos -los
electores pueden elegir a un partido político que no tenga el favor de
la gran burguesía- y parece ignorar que el gran capital puede acomodarse
a toda clase de regímenes políticos, sin demasiados escrúpulos.
X. No hay una receta mágica para combatir a la
extrema derecha. Hay que inspirarse, con una distancia crítica, de las
tradiciones antifascistas del pasado, pero también hay que saber innovar
para responder a las nuevas formas del fenómeno. Hay que saber combinar
las iniciativas locales con los movimientos sociopolíticos y culturales
unitarios, sólidamente organizados y estructurados, a escala nacional y
continental. La unidad con todo el espectro “republicano” puede ser
puntual, pero un movimiento antifascista organizado no será eficaz y
creíble si está impulsado por las fuerzas que se sitúan hoy dentro del
consenso neoliberal dominante. Se trata de una lucha que no puede
limitarse a las fronteras de un solo país, sino que debe organizarse a
escala europea. El combate contra el racismo y la solidaridad con sus
víctimas es uno de los componentes esenciales de esta resistencia.
Traducción: José Gallego para VIENTO SUR
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