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Cancún devastado |
¿Adónde va la reforma del campo? Víctor M. Toledo
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contaminación por petroleo |
Los espacios del mundo
se han convertido en un ajedrez surrealista; en un tablero de zonas
negras y blancas de tamaño irregular, que resultan de miles de pequeñas
batallas locales y regionales.
Las áreas negras son los territorios
donde han terminado por dominar los proyectos de muerte, las zonas
devastadas social y ambientalmente por la extracción petrolera y la
minería a cielo abierto, las supercarreteras, las costas afectadas por
las factorías piscícolas o los megaproyectos turísticos, los extensos
campos de golf, los mares sobrexplotados o contaminados por petróleo o
por venenos agrícolas, y por supuesto los gigantescos monocultivos para
la producción de cereales, carne o biocombustibles.
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soya transgénica |
En Sudamérica se ha
formado el mayor hoyo negro de la historia natural del planeta: 40
millones de hectáreas donde cualquier rastro de la diversidad de la vida
se ha abolido y sustituido por una sola especie: soya transgénica,
vendida por las empresas biotecnológicas y puntualmente rociada de
venenos químicos por aviones de todo tipo*.
En conjunto, los proyectos
de muerte han logrado romper dos récords Guiness: se ha alcanzado la
mayor inequidad social de la historia, y se ha arribado al mayor
deterioro ecológico del planeta de que se tenga registro*.
En contraste, resisten y subsisten zonas blancas, regiones vitales
donde aún se mantienen equilibrios entre la vida, el agua, la energía y
los humanos. Son las regiones donde una fórmula secreta, producto de la
historia, la cultura y la memoria, siguen deteniendo los nubarrones de
muchos proyectos modernos.
Su gran secreto es una alianza, una comunión
biocultural, que existe desde hace cientos o miles de años entre los
pueblos que se reproducen de manera tradicional y sus naturalezas. Los
beneficios son recíprocos pues conforman un proceso coevolutivo.
Son los
pueblos que la modernidad sitúa como arcaicos, atrasados, improductivos
y en suma, como no competitivos o no calificados para formar parte del desarrollo
.
Estimamos que estos pueblos tradicionales, que incluyen indígenas
hablantes de 7 mil lenguas, campesinos, pescadores artesanales,
pastores, afro-descendientes y otros, están representados hoy día por
una población de entre mil 300 y mil 600 millones.*
Pues bien, en el proceso de echar abajo los dogmas sobre los que se
sustentan las visiones dominantes sobre el campo, en los últimos meses
hemos visto aparecer una evidencia contundente sobre la vitalidad de
esos pueblos, que la ideología de la modernidad, sus intelectuales y
voceros habían ignorado, ocultado o soslayado.
En la producción global
de alimentos estudios recientes realizados por la FAO han mostrado que
son los pequeños productores de carácter familiar, ensamblados o no en
comunidades tradicionales, los que generan la mayor parte de los
alimentos para una población de 7 mil millones*.
Ello llevó a la FAO a
declarar 2014 el Año de la Agricultura Familiar.
La creencia dominante
era que los alimentos, procedían mayoritariamente de la agricultura
industrializada y basada en máquinas, agroquímicos, petróleo y un modelo
de especialización productiva que reduce o elimina la diversidad
biológica y genética. Los datos reportados contradicen esa creencia,
confirmando la veracidad de estudios científicos que revelaban la mayor
eficacia ecológica y económica de la pequeña producción familiar y/o
campesina por sobre las grandes y gigantescas empresas agrícolas*.
Al descubrimiento de los investigadores de la FAO, hoy se viene a sumar un estudio realizado por la organización civil Grain (ver) que ajusta las cifras en función de la propiedad de la tierra (ver: Silvia Ribeiro, La Jornada,
31/5/14).
El estudio de Grain es devastador: los pequeños agricultores
del mundo producen la mayor parte de los alimentos que se consumen con
solamente 25 por ciento de la tierra y en parcelas de 2.2 hectáreas en
promedio. Las otras tres terceras partes del recurso tierra están en
manos de 8 por ciento de los productores: medianos, grandes y
gigantescos propietarios como hacendados, latifundistas, empresas,
corporaciones… que por lo común son los que adoptan el modelo
agroindustrial.
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Mina de Cerrejón Colombia, grandes consorcios |
Concluyendo: dadas estas evidencias, el mundo se
aproxima nuevamente al espinoso tema de las reformas agrarias, un asunto
pendiente que aún en los países con gobiernos progresistas no se
atreven a abordar (Brasil, Argentina o Chile).
Todo esto tendrá, ya está teniendo, profundas repercusiones
sobre las políticas públicas, las inversiones en la producción
industrial de alimentos, la investigación agrocientífica y, por
supuesto, la injusta estructura agraria.
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Mineria a Cieolo abierto México, de las más agresivas contra el medio ambiente |
Otra vez están las élites
rurales, los grandes propietarios agropecuarios, en el banquillo de los
acusados.
En esta ocasión hay, sin embargo, un nuevo elemento en su
contra: la crisis ecológica. Así como son los grandes consorcios
petroleros, automovilísticos, energéticos, mineros, cementeros,
etcétera, en contubernio con los gobiernos de las principales potencias
industriales, los causantes mayores y primarios de la contaminación
global, generadores de la crisis climática, también son los grandes
propietarios agrícolas, pecuarios y forestales, los principales
causantes de la debacle ecológica en el campo.
Los agronegocios y sus
modelos agroindustriales, incluyendo las cadenas de distribución,
comercialización y venta de alimentos generan además entre 25 y 30 por
ciento de los gases que causan el efecto invernadero (metano, bióxido de
carbono y óxido nitroso).
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fumigación agresiva |
Frente a los escenarios del futuro próximo,
donde habrá que generar alimentos para otros 2 mil millones de seres
humanos que nacerán de aquí a 2050, el embrollo neoliberal, es decir, el
del capitalismo corporativo, no tiene salida. No obstante, el último
número de la revista National Geographic (millones de copias en
todo el mundo) anuncia La nueva revolución alimentaria, un proyecto de
la Fundación Rockefeller que busca justificar la permanencia del modelo
agroindustrial y de paliar los extremos
.
¿Cómo justificarán ahora
sus publicitados apoyos a la investigación agronómica, genética y
biotecnológica (transgénicos) los multimillonarios Bill Gates y Carlos
Slim? ¿Y las grandes empresas agro-técnológicas?
Son estos acontecimientos los que deben servir de guía y contexto a
las discusiones que han comenzado en México, a raíz de la anunciada reforma estructural al campo
,
si es que se trata de encuentros serios y no de meros simulacros para
justificar mediante el voto de legisladores robots cambios ya decididos.
Se trata de ubicarse en ese ajedrez surrealista que es hoy el mundo, un
tablero por la supervivencia, del que México no puede sustraerse. Se
trata, en fin, de abordar temas esenciales como la supremacía del
pequeño productor, la cultura campesina, la soberanía alimentaria, la
propiedad social, la justicia agraria y la opción agroecológica.
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