Hechos
Es cierto: desde el punto de vista geopolítico, a Salinas le toca la caída del Muro de Berlín, la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el inicio de la unipolaridad estadunidense, los cuales –dígase lo que se diga– no le daban ningún margen de maniobra al país y, mucho menos, al polémico expresidente, quien se había encumbrado al poder mediante un sonoro fraude electoral (reconocido por el propio De la Madrid al The New York Times).
Así las cosas, durante el sanguinario sexenio de Salinas, México fue atrapado por una doble debilidad, que es el peor veneno para cualquier país: la externa, que sumió a México en la orfandad geopolítica y cuyo vecino era el supremo triunfador unipolar; y la interna, la falta de legitimación en el poder, sumada de la fractura tectónica electoral de la que no se ha podido recuperar México (desde el asesinato de Colosio hasta el enésimo fraude electoral que instaló a Calderón).
El proyecto de Salinas nunca fue el TLCAN; todo lo contrario: fue la alucinante asociación con Japón (totalmente “antigeopolítica”, porque Estados Unidos la hubiera torpedeado).
Es evidente que la ilegitimidad electoral de Salinas fue aprovechada por daddy Bush, exdirector de la CIA más que expresidente, quien se valió de su extrema debilidad para obligarlo a firmar el Tratado. Así las cosas, el TLCAN de Salinas no fue ni “instrumento” ni “panacea”: fue un acto obligatorio que convenía a Estados Unidos para expandirlo al Área de Libre Comercio de las Américas.
Sale sobrando debatir la calamidad que aportó el TLCAN a México. Desde 2004, el National Bureau of Economic Research, un conglomerado de prominentes economistas de Estados Unidos (quienes dictaminan si existe o no “recesión”), publicó que el Tratado había tenido “un desempeño menos que estelar”. Se nota que ni Salinas ni sus secuaces a sueldo lo han leído. En corto: el tema del TLCAN está caduco, a fortiori, después de la debacle de la globalización financierista, de lo que tampoco está actualizado Salinas.
Con 30 millones de “migrantes ilegales” a cuestas, Salinas todavía perora sobre el “aumento del salario” en los rubros exportadores, pero oculta perversamente, cual su costumbre, que el producto interno bruto de México (una medición tangible y más integral, sin adentrarnos al lastimoso Índice Gini) permaneció mediocremente estancado durante su sexenio y cuyo declive fue legado por De la Madrid y continuó ininterrumpidamente con Salinas, Zedillo, Fox y Calderón: México no crece desde 1982 y su mediocre promedio, alrededor de un intratablemente incoercible 2 por ciento, es el más bajo de toda Latinoamérica.
Peor aún: el Tratado de Libre Comercio, que, en su momento, bautizamos como el “Tratado de Libre Cocaína”, inició la bidireccionalidad de drogas y armas en la transfrontera. De eso no habla cómodamente Salinas.
Todavía Salinas pudiera defender su fase sumamente difícil (desde 1988 hasta 1994), incluyendo la bidireccionalidad transfronteriza referida, para justificar la adopción del TLCAN (un modelo neoliberal de Estados Unidos). Pero en ese lapso, su gravísima equivocación fue no haber colocado el libre paso de personas en el TLCAN –que nos hubiera evitado 22 años de ultrajes de parte de Estados Unidos, además de la erección de un ignominioso muro en la transfrontera (mucho peor en muertes y dimensiones que el oprobioso Muro de Berlín de la Guerra Fría).
Nos saltaremos los ataques reiterativamente fastidiosos de Salinas a su sucesor Zedillo, a quien le echa la culpa compartida del desastre mexicano por no haber profundizado, supuestamente, “la segunda generación de reformas estructurales” y, sobre todo, de la exacerbación masiva de la migración a partir de la crisis financiera de 1995. Nos olvidaremos del “videodedazo” de ultratumba inducido por Salinas para ungir a Zedillo, quien, por cierto, inició el desmantelamiento de la banca nacional (la madre de todos los desastres, a nuestro juicio).
Salinas nunca entendió los alcances de las “ventajas comparativas” de David Ricardo –una teoría obsoleta de inicios del siglo XIX para beneficiar a Gran Bretaña cuando Europa se encontraba en una situación relativamente de desarrollo similar–. Más allá de que David Ricardo –inglés de origen sefardí-portugués– haya sido un especulador financiero en su vida real, su teoría caduca es inoperable en la globalización financierista anglosajona, donde México se despojó demencialmente de su banca nacional.
Salinas se quedó anclado mentalmente a los inicios del siglo XIX con tratados mercantiles libre cambistas de exportaciones (sin servicios de alta tecnología) y no entendió nada de la globalización financierista donde México decidió claudicar al ceder prácticamente toda su banca (para beneficiar al banco Santander, entre otros).
Lo más grave consiste en que Salinas insista en “la segunda generación de reformas” –que nunca define con diafanidad– y se pase por el arco del triunfo que Estados Unidos subsidie a su sector agrícola, altamente tecnificado, lo cual desmanteló al campo mexicano (la mayoría de la población) que no tuvo otra opción más que la de migrar.
En un análisis integral de costo beneficio, el TLCAN –adoptado por Salinas y continuado en forma necia y nihilista por Zedillo, Fox y Calderón– acabó demoliendo más que construyendo a México.
A Salinas –cada vez más anquilosado y desactualizado y, a final de cuentas, un clon del ancien régime neoliberal– se le pasa soberanamente por alto que parte del éxito de China y Brasil, entre otros factores relevantes, radica en que ambas potencias emergentes conservaron su banca nacional: todo lo contrario de México.
En las reseñas de la ponencia de Salinas que leí en Europa Press y La Jornada, no viene ninguna solución al falso dilema de México, planteado artificialmente por el banco Santander, de tener que escoger “entre Norte y Sur”, pero se infiere que opta por el “Norte”.
En síntesis, Salinas elude el debate nodal de crear una banca nacional –no de consumismo trasnacional como la que practica el banco Santander para beneficiar a España, sino de fomento y desarrollo de nuestro país– y no dice nada sobre el destino del petróleo ni de Petróleos Mexicanos (Pemex), cuya respuesta provino extrañamente desde Toluca de parte de John Dimitri Negroponte, el bushiano exzar del espionaje estadunidense, es decir, un peso pesado que desnudó feamente a Salinas durante un congreso empresarial.
La Jornada (27 de septiembre de 2010) reseña textualmente que “en el proceso de negociación del TLCAN, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari ofreció a su contraparte de Estados Unidos, George Bush padre, abrir la industria petrolera mexicana a la inversión extranjera, reveló este martes John Dimitri Negroponte, entonces embajador de Washington y testigo del ofrecimiento”.
Esta estrujante revelación llamó poderosamente la atención ya que Salinas, muy proclive a la mendacidad consuetudinaria (además de ocultar la verdad, que no es lo mismo), había escrito, en sus voluminosas memorias, que cuando daddy Bush le solicitó el petróleo de México, él pidió a cambio el libre paso de personas en la transfrontera. Alguno de los dos miente: Negroponte o Salinas.
¿Cuál habrá sido el papel de Adrián Lajous Vargas –exdirector de Pemex y hoy director de la depredadora petrolera trasnacional Schlumberger– en planificar la entrega del petróleo mexicano?
Hasta el momento de escribir, Salinas había guardado un silencio ensordecedor ante tamaña declaración que realizó significativamente el exzar del espionaje bushiano que participó en un panel junto al israelí-venezolano Andrés Rosental Gutman –medio hermano del filosionista Jorge Castañeda Gutman y, más que nada, cuñado del israelí-argentino Andrés Holzer Newman, propietario del célebre Edificio Omega de Paseo de la Reforma (donde tiene su asiento el Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales) y presunto operador del infame Irán-Contras (contrabando y trueque triangulados de cocaína y armas entre Estados Unidos, Israel y los Contras de Nicaragua)–. Pocos conocen el tema Irán-Contras como Negroponte.
Cuando los espías hablan, se pasan de tueste. Imperturbable, Negroponte agregó que la propuesta de Salinas “ocurrió durante una conversación que los mandatarios tuvieron en San Diego, California, en momentos en que se negociaba el TLCAN. Había testigos de ambas delegaciones, entre ellos Herminio Blanco Mendoza, jefe del equipo negociador mexicano”. ¡Entre Negroponte y Blanco! ¡Que dios nos agarre confesados!
Ya nadie podía detener las revelaciones de Negroponte: “Hubo una conversación en San Diego. El presidente Salinas dijo: ‘¿Por qué no incluimos, o permitimos como parte del TLC, inversión extranjera en el sector energético?’”.
Negroponte “aseguró haber asistido a todas las pláticas que tuvieron durante sus mandatos los presidentes Carlos Salinas y George Bush padre”.
Viene lo mejor: “Negroponte abundó sobre la eventual ampliación al área energética del TLCAN. Es algo delicado y muy político. Cuando en México haya más importación que exportación de petróleo, quizá haya una discusión interna sobre cómo enfrentar el problema. Por el momento, nosotros tenemos que respetar que éste es un tema que los mexicanos tienen que discutir antes de abordar la cuestión en un plano bilateral, concluyó”.
Guste o disguste, Negroponte está en su papel. Podemos estar de acuerdo o desacuerdo con él, pero no ocultó sus cartas sobre el apetito de Estados Unidos por los energéticos mexicanos. Estamos jugando al póker abierto: Estados Unidos desea sin tapujos los hidrocarburos de México –que paulatinamente ha cercado, para no decir hipotecado, mediante la extensión del TCLAN a la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte, luego la desnacionalización de la banca (sin la cual no se pueden conseguir créditos para explorar, perforar y extraer petróleo; quizá el punto más exquisitamente sensible de todos), el Plan México (rebautizado Iniciativa Mérida) y próximamente la deglución militar de México mediante el Comando Norte de Estados Unidos y Canadá.
Lo más peligroso de todo no radica en la legendaria relación sadomasoquista que se ha consolidado entre Estados Unidos y México –sean quienes fueren sus gobernantes en turno cronológico desde la instauración de la unipolaridad estadunidense a la que sucumbió el locuaz exmandatario mexicano un año antes de la caída del Muro de Berlín–, sino en la necedad de parte de Salinas –quien goza de gran influencia en México debido a su enorme poder financiero, multimediático y político– de proseguir en el Titanic de Estados Unidos cuando el mundo ha entrado en la era multipolar.
Si toda “política es geopolítica”, como perora Salinas, entonces no se ha enterado de que el mundo volvió a cambiar mas dramáticamente ahora que en 1989. Han pasado 22 años y Salinas no evoluciona, sino, peor aún, involuciona.
Nadie está exigiendo la absurda ruptura de relaciones con Estados Unidos, pero en la nueva fase multipolar de regionalizaciones complejas y traslapes creativos a México se le han abierto ventanas de oportunidad para repensar el TLCAN (sobre todo el rubro agrícola) en términos menos desventajosos, así como explotar mas autónomamente sus riquísimos yacimientos de petróleo y plata.
“Entre el Norte y el Sur”, Salinas y sus hijos putativos (desde el punto de vista neoliberal) que le siguieron en el poder, Zedillo, Fox y Calderón, se equivocaron al haber apostado todo en el “Norte” y haber abandonado el “Sur” (lo cual alcanzó niveles sicóticos con la dupla Fox-Castañeda. Curiosamente, hoy el “Sur” es libre, innovativo y creativo, cuyos mandatarios, en particular los de Suramérica, entendieron antes y mejor los alcances de la nueva era multipolar (ejemplo, el BRIC, Brasil, Rusia, India y China).
Baste comparar al exitoso Lula, un anterior obrero metalúrgico, con Salinas, ya no se diga con cualquiera de los vivientes expresidentes de México (para no irnos tan atrás).
En contraste e independientemente de los intereses bursátiles del banco Santander, México pertenece, por su poder cultural y su intrínseca latinidad, al “Sur”.
Ha fracasado la idea peregrina de pretender “deslatinizar” y “norteamericanizar” a México de parte de los propagandistas filoestadunidenses y filosionistas Jorge Castañeda Gutman, Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze Kleinbort y Andrés Oppenheimer, por citar a los más conspicuos.
Como consecuencia colateral de los 30 millones de “migrantes ilegales” a Estados Unidos, también México se ha posicionado en el “Norte”, paradójica y demográficamente cada vez más “latinizado”, ya no se diga la región canadiense de Quebec.
El punto nodal es que, con el advenimiento multipolar, la “geopolítica” ha convertido a México en “el puente civilizatorio” entre el Norte y el Sur, con o sin Salinas, con o sin el banco Santander, con o sin Negroponte.
*Catedrático de geopolítica y negocios internacionales en la Universidad Nacional Autónoma de México
Fuente: Contralínea 208 / 14 de Noviembre de 2010
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