kaosenlared: A la luz de un aniversario más de la Independencia de México conviene recordar un episodio de la historia mexicana, olvidado tanto por los mexicanos, como los estadounidenses, no sorprende si se toma en cuenta que dentro de la política imperial yanqui, destaca el ocultamiento de hechos fundamentales; un ejemplo reciente puede verse en la actualidad, donde a lo largo de los últimos años pretende sembrarse en la memoria colectiva, el día 11 de septiembre como el aniversario del ataque a las torres gemelas, evento que sirve de pretexto para posteriores y actuales agresiones, y de paso también para ocultar uno más de los crímenes perpetrados por el imperio, el golpe de estado en Chile.
La larga lista de crímenes de los Estados Unidos en contra del pueblo latinoamericano parece no tener fin, es por eso que para prevenirlos, combatirlos y evitar la manipulación mediática conviene rememorar la historia y tenerla siempre presente.
Los hechos que se describen a continuación han sido tomados del libro “La Guerra del 47 y la Resistencia Popular a la Ocupación”, de Gilberto López y Rivas; transcurren durante la invasión norteamericana a México en 1847 y narran como en contra de lo que mayoritariamente se cree e incluso se enseña, el pueblo de la capital mexicana, abandonado por el gobierno de Santa Anna, ofreció toda la resistencia que pudo al invasor, una muestra también de cómo la independencia de México y del resto de naciones latinoamericanas fue de inmediato socavada por las nuevas potencias extranjeras, no bien habíamos roto las cadenas con que nos había atado el imperio español, cuando ya las potencias anglosajonas, -Inglaterra primero y los Estados Unidos después- preparaban unas nuevas, no nos engañemos, hay poco que celebrar, mucho que pensar y más para pelear, los grilletes económicos manejados por el FMI y la OMC ameritan una segunda independencia:
En septiembre de 1847, después de las victorias obtenidas por los estadounidenses en los puntos de defensa situados en la periferia de la Ciudad de México, el ejército invasor se preparó para la ocupación de la capital de la república. Entre otras medidas, el general Scott, jefe de las fuerzas de ocupación, utilizo las columnas contraguerrilleras formadas con presos de la cárcel de Puebla, armados y montados por los estadounidenses, como la avanzada de su ejército:
Tal milicia, unida con una multitud de extranjeros aventureros, fue la vanguardia del ejército y con tan nocivos elementos, la ciudad quedo entregada a toda clase de desmanes; robos, asesinatos, saqueos y otros crímenes, fue el prólogo de la ocupación, y la entrada del grueso del ejército.
Mientras tanto Santa Anna, violando la promesa hecha de que se defendería la ciudad calle por calle, ordenó la evacuación de las fuerzas armadas de la capital, efectuándose la salida del ejército durante la noche del 13 de septiembre y la madrugada del día siguiente. El dictador adujo como pretexto la escasez de municiones y el recurrir “a los edificios de la ciudad, seria comprometerla sin esperanza de un buen suceso, cuando el pueblo con pocas excepciones no tomaba parte en la lucha”, aseveración que se vio plenamente refutada por los hechos. El ejército de línea mexicano, que contaba con suficientes hombres y pertrechos para proseguir la lucha, que había sido repetidamente vencido pero no destruido, abandono a su suerte a la población civil y a los militares patriotas que sin hacer caso a la política derrotista de Santa Anna y su alta oficialidad, permanecieron junto al pueblo, preparándose para resistir la inminente ocupación del centro político administrativo de la república.
En las primeras horas de la mañana del día 14 de septiembre, un destacamento a las órdenes del general Quitman coloca la bandera estadounidense en el Palacio Nacional, después de que, según Guillermo Prieto, un disparo solitario había segado la vida del primer soldado enemigo que había intentado izar el pabellón extranjero. Alrededor de las nueve de la mañana del mismo día, las tropas enemigas en su conjunto hacen su entrada a la ciudad. A la vista de los soldados estadounidenses en las principales calles, el pueblo comienza a reunirse en grupos, a organizarse espontáneamente: de los balcones, azoteas, bocacalles y plazuelas parten los primeros disparos contra la vanguardia de la división del general Worth, iniciándose una resistencia desesperada que debía durar hasta la noche del día siguiente.
La mayoría de las fuentes bibliográficas estadounidenses, repitiendo lo sostenido por el general Scott en su informe al secretario de guerra del 18 de septiembre de 1847, afirma que la resistencia popular que se inició el 14 de septiembre, fue obra de los “leperos” y convictos excarcelados por las autoridades mexicanas, Scott escribió en dicho informe:
Poco después de haber entrado y estando en el acto de ocupar la ciudad, un tiroteo fue iniciado contra nosotros de las azoteas de las casas, de las ventanas y de las esquinas de las calles, por alrededor de dos mil convictos, liberados la noche anterior por el gobierno en huida, unidos, quizás, por el mismo número de soldados mexicanos, que se habían desbandado y quitado el uniforme.
Roa Bárcena impugna semejante idea, afirmando que “posible y probable en momentos de confusión y desorden, se evadieron algunos criminales, creíble es que hayan tratado de ponerse en salvo antes que de pelear con el extranjero.
Lo cierto es que las nuevas hostilidades provinieron de la parte resuelta y belicosa del vecindario…”.
El relato de un testigo y participante activo de los hechos de esos días, contradice también la versión de Scott:
Vi corriendo en tropel por la calle, con dirección a la esquina de la Amargura, un pelotón de hombres armados y a cuya cabeza iba un fraile, montado a caballo, con sus hábitos arremangados y sosteniendo en sus manos nuestro pabellón de la Tres Garantías. El fraile influía aliento e inspiraba entusiasmo a los gritos de ¡Viva México y mueran los yanquis! Así es que los hombres que en el zaguán había, abandonaron este para unirse al grupo de patriotas, y yo con ellos.
El mismo testigo sigue narrando que:
Un cuerpo de la división Worth que se había posesionado del edificio de Minería fue hostilizado desde las azoteas del hospital y torres del templo de San Andrés. Los proyectiles de los mexicanos se cruzaban sin cesar con los de los invasores, y cuando estos avanzaban hasta ponerse bajo los muros de los edificios recibían una lluvia de piedras, macetas y cuantos objetos hallaban a la mano los defensores quienes eran individuos del cuerpo de guardia nacional Hidalgo, algunos practicantes que, andando el tiempo fueron médicos distinguidos.
Naturalmente, para el jefe de un ejército extranjero que lleva adelante una guerra de agresión y conquista, es necesario denigrar la resistencia popular que encuentra a su paso. Scott no fue una excepción en su conducta brutal en la represión de este movimiento de los pobladores de la Ciudad de México.
El combate se generaliza por todas las calles ocupadas por las tropas estadounidenses, con toda clase de armas disponibles e improvisadas: escasos fusiles y mosquetones, lanzas, piedras, tabiques y macetas. Se registran actos de supremo heroísmo: algunos patriotas desarmados se lanzan a una muerte segura a la mitad de la calle, con objeto de provocar a los soldados enemigos y hacerles fácil blanco de los combatientes emboscados. La desigual contienda se prolonga por horas, cayendo numerosas víctimas por parte del pueblo; se combate con entusiasmo aunque “sin plan, sin orden, sin auxilio, sin ningún elemento que prometiera un buen resultado; pero lucha sin embargo, terrible y digna de memoria”.
Los estadounidenses responden a esta postrer resistencia popular con métodos que casi un siglo después serian de uso familiar para las tropas alemanas que suprimieron las insurrecciones populares de muchas ciudades de Europa: se ordena a las tropas derribar con artillería la casa de donde se les disparase un tiro y dar muerte a todos sus habitantes, se fusila a los patriotas en el terreno de lucha, se irrumpe en las casas derribando puertas y se asesina familias enteras. Estos hechos despiertan la imaginación del teniente Beauregard del cuerpo de ingenieros del ejército estadounidense para escribir con admiración en sus memorias:
Y otras vez tuve el placer de ver aquí, como mero espectáculo sin embargo, a la galante división Cerro Gordo (…) dirigida por su notable general (…) haciendo una nueva clase de trabajo: peleando en las calles, derribando casas, etc (…) como hizo todo lo demás, “sans peur et sans reproche”.
Durante todo el día 14 los combates prosiguen con intensidad y todavía durante la noche se escuchan disparos aislados y el ruido de fusilería. En la misma mañana del 15, cuando toda resistencia parecía haber terminado, se reinician los enfrentamientos por toda la ciudad y nuevos actos de vandalismo y represión, jurando Scott, con volar la manzana desde la cual fuera disparado un tiro contra sus tropas.
Al caer la tarde, agotadas las municiones, con cientos de bajas y heridos, sin esperanza de auxilio por parte del ejército en retirada, la espontanea insurrección popular termina ante la superioridad de la respuesta enemiga, lo insostenible de la situación y el desmoralizador espectáculo de la colaboración abierta con los estadounidenses del ayuntamiento de la ciudad y los sectores acomodados que se habían opuesto activamente a la sublevación:
Doloroso es decir que aquel esfuerzo generoso del pueblo bajo, fue por lo general censurado con acrimonia por la clase privilegiada de la fortuna, que veía con indiferencia la humillación de la patria, con tal de conservar sus intereses y su comodidad.
Una vez más, la clase dominante mexicana había traicionado este denodado aliento supremo del pueblo por dejar constancia ante las generaciones que vendrían, que la capital de un país débil y dividido había caído frente a la agresión extranjera, solo a costa de quienes había sacrificado sus vidas por defenderla.
¡Al sur del Bravo, no olvidamos, no perdonamos!
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