Morin: La esperanza es necesaria
Su religión es la de la fraternidad, la de la tierra-patria. No es un iluminado, aunque sí podría considerarse un desviado cuya palabra es seguida en todo el mundo. Filosofía Hoy tuvo el gusto de escucharla en directo.
Él explica así esta adhesión: “Ocurre que mi obra responde a los anhelos a veces inconscientes de mentes insatisfechas por las compartimentaciones disciplinarias, inclusive de la filosofía, y que aspiran a otro modo de conocimiento, a otro modo de pensamiento. Creo que formulé verdades aún subconscientes para quienes me esperaban sin saberlo. Al encontrarme, se encontraron a sí mismos. Y esa es mi mayor alegría” (Mi camino, Gedisa).
Con Edgard Morin pudimos conversar minutos antes de su conferencia, charla que hemos ampliado con lo escuchado en dicho acto.
¿Qué puedo saber, creer, esperar?
Edgard Morin propone volver a plantearse las preguntas de Immanuel Kant, porque vivimos en un tiempo sin esperanza. La esperanza del progreso incesante, de un mundo siempre mejor, se desintegró en el siglo pasado a causa de las incertidumbres, del miedo al futuro. Este miedo al futuro genera angustia en el presente, que es agravada por las condiciones de vida actuales. Nos queda la resignación, el fatalismo; o la ira, el furor, la indignación.
Pero sí hay una posibilidad, afirma Morin, de que las cosas cambien a mejor. ¿Y qué puede hacer cada uno de nosotros para propiciar ese cambio?, preguntamos al pensador francés. “Lo primero, dice, es renunciar a la resignación, al fatalismo. Lo segundo, creer en esa posibilidad de una vía, un camino que puede mejorar las cosas. Porque actualmente hay muchas enunciaciones precisas de lo que ocurre, pero escasas propuestas de actuación. Se necesita demostrar que hay un camino”. Y a señalarlo dedicó Edgard Morin su conferencia.
¿Hacia dónde va la humanidad?
El tipo de economía que dirige la política hoy día parece saberlo todo, cuando, en realidad, no tiene respuesta para las cuestiones fundamentales. Tenemos un sistema educativo con muchos expertos competentes en su disciplina y ciegos para hacer valoraciones globales sobre los aspectos esenciales. Hoy existe una nueva ignorancia. En este punto a Morin le gusta citar a Ortega y Gasset: “No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que pasa”. Nos hemos convertido en un mundo ciego, sin perspectiva, incapaz de ver las cosas.
El desarrollo sin medida puede destruir la solidaridad, la cohesión; no solo genera cosas buenas como la libertad. La mundialización nos ha traído lo mejor y lo peor. En el siglo XX nació la especulación financiera que domina el mundo, un poder por encima de los estados. El otro gran problema es el fanatismo religioso y político.
La nave Tierra está inmersa en una carrera loca. Está propulsada por los cuatro motores que produjo: la ciencia, la técnica, la economía y el beneficio, que son ambivalentes. Pero no hay piloto en esa nave y se dirige probablemente hacia catástrofes tanto más profundas cuantas más crisis intervengan: crisis económica, ecológica, conflictos ideológicos y religiosos, armas de destrucción masiva.
Probable significa que puede suceder en el futuro. Probables son las catástrofes. El sistema Tierra puede ir hacia atrás, hacia la barbarie. Si no es capaz de abordar sus problemas fundamentales –el hambre, la miseria, las migraciones, la degradación ecológica, la difusión de las armas de destrucción masiva, la explosión de los odios ideológico-religiosos–, está condenado a desintegrarse o a metamorfosearse.
Podemos crear un metasistema, una metamorfosis. La metamorfosis es posible. ¿Cómo llevarla a cabo? La democracia que murió en Atenas renació siglos más tarde con fuerza. Es la historia de las ideas: locos, iluminados, “desviados” que crean redes de las que surgen tendencias que a su vez generan grandes fuerzas históricas. Jesús era un desviado judío. Mahoma, el capitalismo, el socialismo, la ciencia moderna durante el siglo XVII fueron desviaciones cuyas probabilidades de prosperar eran muy bajas.
¿Cuál puede ser la nueva metamorfosis?
En los periodos de crisis nace mucha creatividad. Una crisis genera incertidumbres y oportunidades. Libera fuerzas inhibidas que pueden desarrollarse de manera acelerada y permite que se actualicen las potencialidades.
Por una parte, hay que mundializar, alimentar la solidaridad, salvar regiones del planeta que están amenazadas, y por otra parte, hay que desmundializar, proteger cultivos y productos locales, defender productos vitales. Combinar crecimientos y decrecimientos. La actual política industrial mundial destruye más que beneficia. Habrá que decrecer en el consumo, por ejemplo; fuera productos insalubres, contaminantes, inútiles.
Necesitamos una nueva economía que sea una simbiosis entre lo mejor de la civilización europea y las virtudes de las culturas locales. Pero ¿primero son las personas o primero es la estructura, el sistema? La respuesta es clara: hay que trabajar en las dos direcciones. No se deben abandonar las reformas sociales; también hay que reformar las relaciones humanas. Hay que estar en todos los frentes. Los esfuerzos individuales y colectivos por separado no son suficientes.
La juventud es la mayor fuerza de la sociedad, pero no basta solo con su energía. Es necesaria también la vía del pensamiento. Hay que denunciar y también hay que enunciar. La vitalidad está en la base, en la ciudadanía. La ciudadanía tiene que fecundar la política porque el pensamiento político está llegando a su fin, secuestrado o financiado por los poderes económicos. En la actualidad no hay una sola clase social que pueda conducir a toda la sociedad, solo hombres y mujeres de buena voluntad. Sin embargo, nunca ha habido tantos medios de comunicación como hay ahora, aunque eso no significa necesariamente que entendamos mejor lo que pasa a nuestro alrededor. Y es que la comprensión no acompaña a estos procesos. Estamos en el mundo de la separación, de la especialización, del individualismo, de los compartimentos estancos. Hay que unir, reunir lo que está disperso.
Ciudadanos de la Tierra
Edgard Morin cuestiona la revolución como una solución a todo; le parece una palabra superada e insuficiente. Él prefiere hablar de otro concepto, de metamorfosis, que mantiene la identidad pero transformándola, y tiene la ventaja de unir el pasado y el futuro para que aquel trabaje a favor de este. “Trato de convencer de que, de ahora en adelante, la comunidad de destino terrestre exige la conciencia de ser ciudadano de la Tierra-patria que, lejos de suprimir a las naciones, la comprende”.
En su concepción, no hay una meta final, una salvación final, una lucha final. Hay una lucha inicial que siempre hay que volver a empezar a lo largo del camino. Y este camino es permanente. La humanidad debe volver a ser una especie caminante.
La metamorfosis de la humanidad hacia una civilización planetaria unida en la diversidad es una posibilidad improbable, repite Morin. ¿Y esto qué significa, cómo hemos de entenderlo? Las crisis llevan en sí mismas lo peor y lo mejor. La esperanza, en definitiva, surge de la desesperanza. En el mundo hay iniciativas creativas que quieren unirse. Lo improbable es posible. En lo más profundo de la noche crece el alba. ❖ Pepa Castro
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