El último día de Salvador Allende
Por Fidel Castro Ruz
Nosotros nos vamos a referir esencialmente al carácter de
combatiente y de soldado de la revolución del presidente Allende el 11 de
septiembre.
A las 6 y 20 de la mañana de ese día, el presidente recibió
una llamada telefónica en su residencia de Tomás Moro informándole del golpe
militar en desarrollo. De inmediato pone en estado de alerta a los hombres de
su guardia personal y toma la firme decisión de trasladarse al Palacio de la
Moneda para defender, desde su puesto de presidente de la república, al
gobierno de la Unidad Popular. Lo acompaña una escolta de 23 hombres, armados
con 23 fusiles automáticos, dos ametralladoras calibre 30 y 3 bazucas, que se
traslada con el presidente en cuatro automóviles y una camioneta al Palacio
Presidencial, donde llegan a las 7 y 30 de la mañana.
Portando su fusil automático, el presidente, acompañado por
la escolta, penetró por la puerta principal de La Moneda. A esa hora la
protección habitual de carabineros se mantenía normal en el palacio.
Ya en el interior se reunió con los hombres que lo
acompañaban, les informó de la gravedad de la situación y su decisión de
combatir hasta la muerte defendiendo al gobierno constitucional, legítimo y
popular de Chile frente al golpe fascista, analizó los efectivos disponibles y
dictó las primeras instrucciones para la defensa del Palacio.
Siete miembros del Cuerpo de Investigaciones arribaron para
sumarse a los defensores. Las postas de carabineros, mientras tanto, se
mantenían en sus puestos y algunos adoptaban medidas para la defensa del
edificio. Un pequeño grupo de la escolta personal custodia la entrada del
despacho presidencial con instrucciones de no dejar pasar ningún militar
armado, para evitar una traición.
En el espacio de una hora se dirige tres veces por radio al
pueblo expresando su voluntad de resistir.
Pasadas las 8 y 15, por los citófonos de Palacio la junta
fascista conmina al presidente a la rendición y la renuncia de su cargo,
ofreciéndole un transporte aéreo para abandonar el país en compañía de sus
familiares y colaboradores. El presidente les responde que "como generales
traidores que son no conocen a los hombres de honor" y rechaza indignado
el ultimátum.
El presidente sostiene en su despacho una breve reunión con
varios altos oficiales del Cuerpo de Carabineros que habían acudido a Palacio,
los cuales rehúsan cobardemente en aquel instante defender al gobierno. El
presidente los reprocha duramente y los despide con desprecio, conminándolos a
que abandonen de inmediato el lugar. Mientras se efectuaba esta reunión con los
jefes de Carabineros llegaron los tres edecanes militares; el presidente les
expresa que no era momento para confiar en los uniformados y les pide que se
retiren de La Moneda. No obstante, el presidente se despide con afecto del
comandante Sánchez, que había sido su eficiente edecán por la Fuerza Aérea
durante varios años.
Minutos después de retirarse los edecanes y los altos
oficiales de los Carabineros, el teniente jefe a cargo de la Guarnición de
Carabineros del Palacio Presidencial, obedeciendo órdenes de su jefatura,
instruye a un carabinero que recorra el edificio impartiendo la orden de
retirarse a los miembros de la guarnición, los cuales comienzan de inmediato a
abandonar La Moneda, llevándose parte de su armamento. Lo mismo hacen los
carros blindados de Carabineros, que hasta ese instante estaban en posiciones
de defensa del palacio.
Un grupo de diez carabineros, acompañados del portador de la
orden de retirada y cumpliendo, sin duda, instrucciones, cuando se retiraban
por la escalera principal y ya próximos a la salida, vuelven sus fusiles
intentando disparar contra el presidente, siendo enérgicamente ripostados por
el personal de la escolta. Son estos los primeros disparos que se cruzan con
los golpistas.
Mientras estos hechos ocurrían, numerosos ministros,
subsecretarios, asesores, las hijas del presidente, Beatriz e Isabel, y otros
militantes de la Unidad Popular, van arribando al palacio para estar junto al
presidente en esas horas críticas.
A las 9 y 15 de la mañana aproximadamente, se realizan las
primeras descargas desde el exterior contra Palacio. Tropas fascistas de
infantería, en número superior a doscientos hombres, avanzaban por las calles
de Teatinos y Morandé, a ambos lados de la Plaza de la Constitución, hacia el
Palacio Presidencial, disparando contra el despacho del presidente. Las fuerzas
que defendían el palacio no pasaban de cuarenta hombres. El presidente ordena
abrir fuego contra los atacantes y dispara él personalmente contra los fascistas,
que retroceden desordenadamente con numerosas bajas.
Los fascistas introducen entonces los tanques en el combate
apoyados por infantería. Un tanque avanza por la calle Moneda, otro por
Teatinos, otro por Alameda con Morandé y otro en dirección de la puerta
principal por la Plaza Constitución. En ese instante, desde el propio despacho
del presidente se abrió fuego de bazuca contra el tanque que estaba junto a la
puerta principal, que fue totalmente destruido. Otros dos tanques concentran su
fuego sobre el gabinete del presidente y un carro blindado dispara sus
ametralladoras hasta la Secretaría Privada y la oficina de escoltas. Varias
piezas de artillería, situadas por el lado de la Plaza Constitución, disparan
también contra Palacio.
El presidente recorre las distintas posiciones de combate
alentando y dirigiendo a los defensores. La lucha violenta se prolonga más de
una hora, sin que los fascistas logren avanzar una pulgada.
A las 10 y 45 el presidente reúne en el Salón Toesca a los
ministros, subsecretarios y asesores que habían acudido a Palacio para estar
junto a él, y les expresa que la lucha en el futuro necesitaría de conductores
y cuadros, que todos los que estaban desarmados debían abandonar La Moneda en
la primera ocasión posible y todos los que tenían armas debían continuar en sus
puestos de combate. Naturalmente que ninguno de los colaboradores que carecían
de armas estuvo de acuerdo con esta tesis del presidente; tampoco las hijas del
presidente y demás mujeres que se encontraban en La Moneda, se resignaban a
abandonar el palacio.
El combate prosiguió violento. Por los citófonos de Palacio
los fascistas lanzan rabiosamente nuevos ultimátums, anunciando que si los
defensores no se rinden emplearían de inmediato la Fuerza Aérea.
A las 11 y 45 el presidente se reúne con las hijas y
restantes mujeres que en número de nueve se encontraban en el palacio,
ordenándoles con toda firmeza que debían abandonar La Moneda, pues consideraba
que no tenía sentido que murieran allí indefensas. Y de inmediato solicitó de
los sitiadores una tregua de tres minutos para evacuar el personal femenino.
Los fascistas no conceden la tregua, pero sus tropas comenzaban en esos
instantes a retirarse de los alrededores de Palacio, para llevar a cabo el
ataque aéreo, lo que produjo un impasse en el combate que permitió la salida de
las mujeres.
A las 12 aproximadamente comienza el ataque de la aviación.
Los primeros rockets cayeron en el Patio de Invierno que está en el centro de
La Moneda, perforando los techos y estallando en el interior de las
edificaciones. Nuevas oleadas de aviones y nuevos impactos se suceden unos tras
otros, inundando de humo y de aire tóxico todo el edificio. El presidente da
órdenes de recolectar todas las máscaras antigases, se interesa por la situación
del parque y exhorta a los combatientes a resistir firmemente el bombardeo.
El parque de los fusiles automáticos de la guardia personal
del presidente se estaba agotando después de casi tres horas de combate, por lo
que el presidente ordenó derribar de inmediato la puerta de la armería de la
Guarnición de Carabineros del palacio, donde podía encontrarse parte del
armamento de aquélla. Al impacientarse por la tardanza de la información sobre
dichas armas, él mismo, cruzando el Patio de Invierno se dirigió a la armería y
observando que se demoraban en derribar la puerta ordenó que se emplearan
granadas de mano en la operación, lográndose abrir un boquete en el cuarto de
armas, de donde extrajeron cuatro ametralladoras calibre 30 y numerosos fusiles
Sik, gran cantidad de parque, máscaras antigases y cascos.
El presidente ordena que todo se lleve de inmediato a los
puestos de combate y personalmente recorre los dormitorios de los carabineros,
recogiendo fusiles Sik y otros armamentos que allí quedaban. El propio
presidente cargó sobre sus hombros numerosas armas para reforzar los puestos de
combate, exclamando: «Así se escribe la primera página de esta historia. Mi
pueblo y América escribirán el resto», lo que produjo profunda emoción en todos
los que lo acompañaban.
Mientras el presidente transportaba pertrechos desde la
armería, de nuevo se reanuda el ataque aéreo con violencia. Una explosión
quebró cristales próximos al sitio donde se encontraba el presidente, lanzando
fragmentos de vidrio que lo hieren por la espalda. Fue ésta la primera herida
que sufrió. Mientras recibía atención médica ordenó que continuara el traslado
de las armas, y no cesaba de preocuparse por la suerte de cada uno de los
compañeros.
Minutos después los fascistas reanudan violentamente el
ataque, combinando la acción de la Fuerza Aérea con la artillería, los tanques
y la infantería. Según los testigos presenciales, el ruido, la metralla, las
explosiones, el humo y el aire tóxico convirtieron al palacio en un infierno.
No obstante la instrucción dada por el presidente de que se abrieran todos los
grifos y llaves de agua para evitar el incendio de la planta baja, el palacio
comienza a arder por el ala izquierda y las llamas se propagan hacia la Sala de
los Edecanes y el Salón Rojo. Pero el presidente, que no se desalentó un solo
instante, ni en los momentos más críticos, ordena hacer frente al ataque masivo
con todos los medios disponibles.
Tuvo lugar entonces una de las mayores proezas del
presidente. Mientras el palacio estaba envuelto en llamas se arrastró bajo la
metralla hasta su gabinete, frente a la Plaza Constitución, tomó personalmente
una bazuca, la dirigió contra un tanque situado en la calle Morandé -que
disparaba furiosamente contra Palacio- y lo puso fuera de combate con un
impacto directo. Instantes después otro combatiente pone fuera de acción un tercer
tanque.
Los fascistas introducen nuevos carros blindados, tropas y
tanques por la calle Morandé 80, intensificando el fuego por la puerta de
acceso a La Moneda, mientras el palacio continuaba ardiendo. El presidente
desciende a la planta baja con varios combatientes para repeler el intento de
los fascistas de penetrar al interior del palacio desde la calle Morandé,
rechazándolo.
Los fascistas suspenden entonces el fuego en ese sector y
piden a gritos dos representantes del gobierno con carácter de parlamento. El
presidente envía a Flores, secretario general de Gobierno y a Daniel Vergara,
subsecretario del Interior, quienes salen por la puerta de la calle Morandé y
se dirigen a un jeep militar que se encontraba enfrente. Esto tenía lugar
aproximadamente a la una de la tarde. Flores y Vergara conversan con un alto
oficial que se encontraba en dicho jeep. Al regresar a Palacio y ya próximo a
la entrada, desde el mismo jeep les disparan a traición, recibiendo Flores un
impacto en la pierna derecha y Daniel Vergara varios disparos por la espalda,
que lo abatieron, siendo recogido por sus compañeros bajo el fuego protector de
otros defensores.
Los fascistas habían pedido el parlamento para exigir de
nuevo la rendición, ofreciendo facilidades al presidente y los defensores para
abandonar Palacio y dirigirse al destino que escogieran. El presidente reiteró
de inmediato su decisión de combatir hasta la última gota de sangre,
interpretando no sólo su deseo, sino el de todos los heroicos defensores de
Palacio. Desde la planta baja resistieron las embestidas procedentes de
Morandé, mientras la entrada principal de Palacio estaba ya prácticamente
destruida.
Próximo a la 1 y 30, el presidente sube a inspeccionar las
posiciones de la planta superior. A estas alturas numerosos defensores habían
perecido por la metralla, las explosiones o calcinados por las llamas. El
periodista Augusto Olivares asombró a todos por su comportamiento
extraordinariamente heroico. Habiendo sido herido grave, fue atendido y operado
en la sala médica de Palacio, y cuando todos lo suponían yaciendo en una cama,
con el arma en la mano ocupó de nuevo su puesto de combate en el segundo piso
junto al presidente. Sería prolijo enumerar aquí los nombres y los actos de
heroísmo de los combatientes que allí se destacaron.
Pasada la 1 y 30 los fascistas se apoderaron de la planta
baja de Palacio, la defensa se organiza en la planta alta y prosigue el
combate. Los fascistas tratan de irrumpir por la escalera principal. A las 2
aproximadamente logran ocupar un ángulo de la planta alta. El presidente estaba
parapetado, junto a varios de sus compañeros, en una esquina del Salón Rojo.
Avanzando hacia el punto de irrupción de los fascistas recibe un balazo en el
estómago que lo hace inclinarse de dolor, pero no cesa de luchar; apoyándose en
un sillón continúa disparando contra los fascistas a pocos metros de distancia,
hasta que un segundo impacto en el pecho lo derriba y ya moribundo es
acribillado a balazos.
Al ver caer al presidente, miembros de su guardia personal
contraatacan enérgicamente y rechazan de nuevo a los fascistas hasta la
escalera principal. Se produce entonces, en medio del combate, un gesto de
insólita dignidad: tomando el cuerpo inerte del presidente lo conducen hasta su
gabinete, lo sientan en la silla presidencial, le colocan su banda de
presidente y lo envuelven en una bandera chilena.
Aun después de muerto su heroico presidente, los inmortales
defensores del palacio resistieron durante dos horas más las salvajes
acometidas fascistas. Sólo a las cuatro de la tarde, ardiendo ya durante varias
horas el Palacio Presidencial, se apagó la última resistencia.
Muchos se asombrarán de lo que aquí se acaba de narrar. Y
así es, sencillamente asombroso. La alta oficialidad fascista de los cuatro cuerpos
armados se había levantado contra el gobierno de la Unidad Popular y sólo
cuarenta hombres resistieron durante siete horas el grueso de la artillería,
los tanques, la aviación y la infantería fascista. Pocas veces en la historia
se escribió semejante página de heroísmo.
El presidente no sólo fue valiente y firme en cumplir su
palabra de morir defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora
decisiva hasta límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad, el
dinamismo, la capacidad de mando y el heroísmo que demostró, fueron admirables.
Nunca en este continente ningún presidente protagonizó tan dramática hazaña.
Muchas veces el pensamiento inerme quedó abatido por la fuerza bruta. Pero
ahora puede decirse que nunca la fuerza bruta conoció semejante resistencia,
realizada en el terreno militar por un hombre de ideas, cuyas armas fueron
siempre la palabra y la pluma.
Salvador Allende demostró más dignidad, más honor, más valor
y más heroísmo que todos los militares fascistas juntos. Su gesto de grandeza
incomparable, hundió para siempre en la ignominia a Pinochet y sus cómplices.
¡Así se es revolucionario!
¡Así se es hombre!
¡Así muere un combatiente verdadero!
¡Así muere un defensor de su pueblo!
¡Así muere un luchador por el socialismo!
Las ultimas palabras del compañero presidente Salvador
Allende:
«Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino.
Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende
imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán
las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad
mejor.
¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que
el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza que por lo menos, habrá una
sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
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