Etcetera/23 de junio, 2011/
María Cristina Rosas
¿Somos lo que leemos?: pregúntale a Google
En México, el nivel de lectura de la población presenta un panorama desolador. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) estima, en sus ya célebres estudios sobre hábitos de lectura en el mundo, que el mexicano promedio lee 2.8 libros al año y, por lo tanto, nuestro país, en una lista que incluye a 108 países, ocupa la deshonrosa penúltima posición. Lo anterior va de la mano de los hábitos de lectura. Al respecto, una nación como Japón se ubica a la cabeza, con 91% de su población, en posesión del hábito de la lectura; seguido de Alemania, con un 67%, y de Estados Unidos, con el 65%. México, en contraste, sólo cuenta con un 2% de su población acostumbrada a leer.
De acuerdo con un documento publicado por la Secretaría de Educación Pública (SEP), la lectura es “un proceso interactivo de comunicación en el que se establece una relación entre el texto y el lector, quien al procesarlo como lenguaje e interiorizarlo, construye su propio significado. En este ámbito, la lectura se [erige] en un proceso constructivo al reconocerse que el significado no es una propiedad del texto, sino que el lector lo [crea] mediante un proceso de transacción flexible en el que conforme va leyendo, le va otorgando sentido particular al texto según sus conocimientos y experiencias en un determinado contexto”.1
De conformidad con esta definición, el lector es un verdadero actor, no sólo receptor pasivo, lo que añade mayor complejidad a la problemática de la lectura en México. No cuenta como lectura, por ejemplo, revisar las instrucciones de las cajas de los medicamentos, tampoco echar un ojo a las etiquetas de los envases de alimentos procesados. Se infiere, por ende, que el hábito de la lectura va de la mano del nivel educativo, de manera que es válida la máxima “dime qué lees y te diré quién eres”. Y si leer ayuda a pensar, lo contrario también es cierto: no leer equivaldría a no pensar.
En 2006, Gabriel Zaid afirmaba que los bajos niveles de lectura en México están directamente relacionados con el fracaso del sistema educativo nacional.2 Así, aunque el gasto en educación se ha elevado –si bien está muy lejos de cumplir con los estándares sugeridos por la UNESCO y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)–, no parece repercutir en la calidad educativa, amén de que una buena parte de los recursos para el sector educativo se destinan a salarios y pensiones de los docentes, lo que deja muy poco dinero para investigación, infraestructura, capacitación, etcétera, sin contar el clientelismo político en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.3 Los docentes no leen;4 los padres de familia, tampoco. Vaya, hasta los profesionistas con licenciaturas y estudios de posgrado dejan mucho qué desear en este rubro.
Guillermo Sheridan afirma que “hay 8.8 millones de mexicanos que han realizado estudios superiores o de posgrado, pero el 18% de ellos (1.6 millones) nunca ha puesto pie en una librería”5, de manera que la mitad de los universitarios (4 millones) está en una situación en la que no compra libros. Además, refiere que “en 53 años el número de librerías por millón de habitantes se ha reducido de 45 a 18” en el Distrito Federal, considerado como el “corazón cultural” del país. Sheridan concluye que “a mayor esfuerzo educativo, menos lectores.
Esto demuestra algo realmente inaudito: en México la clase ilustrada es aún más bruta que la clase iletrada”.6
Conforme a lo expuesto, pareciera como si en México, a todos los niveles, edades, clases sociales y profesiones se careciera de hábitos de lectura. Y claro, hay círculos viciosos: si los adultos –entre ellos los maestros– no leen, difícilmente van a fomentar la lectura entre los más jóvenes. En este sentido, existen dificultades para inducir a la lectura a las nuevas generaciones –tema crucial, –dado que muchos hábitos que se adquieren en la infancia y la adolescencia tienden a permanecer en las siguientes etapas de la vida.
Por qué hay sociedades que leen más
Muchas personas están de acuerdo con que “leer es un placer”, y que lejos de ser un hábito, la lectura está llamada a convertirse en una especie de adicción o vicio, una diversión, una alegría, y, sobre todo, una necesidad. Además, la palabra “hábito”, desde el punto de vista de la psicología, parece una acepción muy cuestionable para acompañar a la lectura, toda vez que el hábito es un comportamiento que se repite con regularidad, que generalmente es aprendido, no innato, y, sobre todo, que requiere de muy poco o nulo raciocinio. Por lo tanto, muchas personas rechazan que la lectura sea un hábito mecánico, sobre todo por el papel activo que se espera que desempeñe el lector, quien presumiblemente agregaría al acto de leer importantes dosis de raciocinio y valoraciones propias.
Para visualizar de mejor manera la importancia de la lectura vale la pena reflexionar acerca de las consecuencias de su omisión en la vida de las personas, entre las que destacan: dificultades para la concentración, inclusive en el desarrollo de las tareas más cotidianas; baja retención de información; problemas de aprendizaje; una postura acrítica y pasiva; dificultades para tomar decisiones y elegir entre diversas opciones; limitaciones para la creatividad y la innovación; conformismo y aceptación del status quo. Si estas razones no son suficientemente convincentes para el fomento de la lectura, considérese lo siguiente: investigaciones recientes encuentran que leer, sea en silencio o en voz alta, puede contribuir a prevenir el desarrollo del mal de Alzheimer, dado que a través de la lectura las personas registran una intensa actividad cerebral.7
Tomando en cuenta los beneficios de leer es entendible que el acercamiento a la lectura debe fomentarse desde la infancia. Pero entonces aquí se produce una primera contradicción: si bien existen familias que fomentan en los pequeños y jóvenes la lectura, ésta también forma parte de las currícula de escuelas primarias y secundarias. Así, hay asignaturas como literatura, donde es obligatorio para los alumnos leer lo que los docentes deciden: Platero y yo, Don Quijote de la Mancha, El principito, El cantar del Mío Cid, etcétera –lecturas recurrentes en los países hispanoparlantes–, y al niño o adolescente no le queda más que cumplir con ese mandato. La lectura se convierte, entonces, en una obligación, y lo que es más, se le asume como sinónimo de estudios literarios, lo que no necesariamente satisface las preferencias y/o intereses personales, generando en muchos casos aversión a los libros. Si bien los textos citados son parte de la formación básica del estudiante, no siempre hay una interacción con los niños y los jóvenes en términos de conocer cuáles son los intereses de éstos, a fin de canalizarlos de manera más libre y flexible a lecturas que correspondan a sus gustos.
España es un ejemplo muy interesante para ilustrar lo anterior. El “Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros” en España en 2010 revela que el 60.3% de la población lee libros, lo que representa un enorme contraste respecto al 2% de la población mexicana. Asimismo, el 57% de la población de mayor de 14 años lee en su tiempo libre, mientras que el 21.5% afirma leer por motivos de trabajo o estudios. En los pasados 12 meses, en promedio, los españoles leyeron 9.6 libros. El entretenimiento es el principal motivo de lectura de libros (85.2%). El 9.1% de los encuestados lee para mejorar su nivel cultural y un 5.5% por razones de estudio, si bien son los jóvenes de entre 14 y 24 años los que aseguran, en mayor proporción (21%), hacerlo por este motivo. El porcentaje de lectores frecuentes en su tiempo libre se ha incrementado en dos puntos respecto a 2009 hasta situarse en el 43.7% de la población. Desde 2001 este porcentaje ha crecido en 7.7 puntos. Es decir, en el nuevo siglo los españoles leen cada vez más.8
El perfil del lector español es el de una mujer (61.6%), con estudios universitarios, joven y urbana que prefiere la novela, lee en castellano y lo hace por entretenimiento. Otro dato interesante es el de la correspondencia entre lectura y nivel de estudios. Así, el porcentaje de lectores es mayor entre la población con estudios superiores. El mayor índice de lectura se registra entre aquellos que cuentan con estudios universitarios (83.6%), porcentaje que se reduce entre los que tienen estudios secundarios (61%) y, más significativamente, entre la población con estudios primarios (32.4%). El mayor porcentaje de lectores frecuentes es más significativo entre los que cuentan con estudios universitarios (70.1%).9
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