1ª Día
Alcanzo a la caravana en la caseta de la salida a Cuernavaca. El delgado frío del aire de las zonas altas me dio la bienvenida. La caravana se siente fresca, robusta y entusiasmada, quizá feliz; no obstante el dolor tan a flor de piel de aquéllos que perdieron a algún ser querido no se hace esperar y nos golpea en pleno rostro.
Una oración antes de partir es el preludio para desencadenar el dolor perpetuo que viven los huéspedes del camión 13, hijos e hijas desaparecidas, es mucha la impotencia pero también mucha la esperanza, la fuerza.
La autopista serpentea entre los breves pueblos dejados a un lado de la carretera y llegamos a Cuernavaca. Las calles estrechas y apretadas denuncian el centro de la capital de Morelos. Es el primer acto. La audiencia es corta pero aguerrida, el auditorio lleva 3 horas bajo el sol. Sicilia habla poco pero dice mucho. En la base de la tarima dos mujeres lloran, le lloran a su injusticia, le lloran a sus recuerdos. El evento acaba, fue un acto “express”.
Tomamos el rumbo a Iguala. El cielo limpio de insistente azul se abre para dar paso al verde abrupto de los cerros. La condición sinuosa del terreno obliga a torcer el camino en incontables ocasiones.
Una gran laguna a nuestra izquierda se exhibe plena, como reafirmando la riqueza de la tierra en donde estamos. De un momento para otro las casas nos dejan ver la proximidad de una ciudad. Estamos en Iguala. Curiosa experiencia nos depara. Caminamos hacia un edificio blanco. Es un “antro” y es ahí donde tomamos nuestra primera comida y donde se lleva a cabo la primera conferencia de prensa de Javier Sicilia. Durante este primer encuentro suceden hechos excepcionales. Chayo, la hija de Lucio Cabañas, el guerrillero guerrerense, brinda su espaldarazo al movimiento. La fuerza moral aumenta a cada paso.
Posteriormente a ese acto tan significativo, caminamos por la calle “Bandera Nacional”, una de las más importantes de Iguala. En el centro tiene lugar un evento que comenzó pequeño y creció de tal manera que cubrió la explanada municipal. Con curiosidad que nunca abandonan, la gente se acerca y, extraordinariamente, no se va.
Partimos cerca de las 5:30. Vamos a Chilpancingo y en el camino los paisajes que nos regala Guerrero son tan misteriosos, tan impenetrables, que, absorto, pasan 4 horas entre imponentes cerros negros que cubren el cielo y no al revés.
Las colinas, suavemente abruptas, se suceden con persistencia como no queriendo que se olviden de ellos. Un enjambre de luces anuncian la siguiente ciudad. Llegamos a Chilpancingo. Nos recibe el jocoso alboroto de una fiesta sindica, huele a ron con coca.
El sitio destinado a la pernocta es insuficiente y se improvisan tres sedes más. En la presentación de nuestros anfitriones nos enteramos que el magisterio de Guerrero está en lucha, ya han tomado 7 subdirecciones, y gracias a ese álgido conflicto es que tenemos lugar para dormir. Con nosotros están hombres de la montaña baja y alta de Guerrero.
Se sirve la cena, empiezan las reuniones casi eternas, los pies ya no dan más, tampoco los ojos. La jornada de la noche empieza, las reuniones de trabajo, minuciosas y específicas absorben el último aliento de la energía.
Ya es momento de dormir, quizá maldormir
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